martes, 25 de febrero de 2020

05666-96.IMPOSIBLES: Celedonia

DOCUMENTO ANTERIOR
05610 (18.01.2020 - Tal vez)

DOCUMENTO POSTERIOR
05673 (27.02.2020 - El Virus Corona)


     Celedonia es una mujer que, no se por qué, odia su nombre. Su padre procedía de Escocia, mal hablaba el español, y llamó Caledonia a su hija, que nació huérfana de madre. Celedonia, que siempre amó a su padre, nunca le perdonó el nombre con el que la bautizó, y de tanto en tanto se lo recordaba a su padre, quién siempre le explicaba como le recordaba la dureza de la tierra escocesa, ya que él había nacido entre los estuarios del río Clyde y del Forth, siendo uno de los pictos que quedaban sobre la faz de la tierra. Celedonia asentía, ¡pero no!

     Recordaba, en otras ocasiones, como los escotos tomaron aquellas tierras, a la que cambiaron el nombre, con el que se quedó, de ahí que él abandonase Escocia y llegase a España, donde casó con Carmen, rica heredera de viñedos. 

    Los viñedos se perdieron, se los bebió el picto; ésto fue el segundo motivo por el que Celedonia, que amaba a su padre, terminó por odiarle hasta que lo sepultó; luego, dejó de pensar en él. 

    A Celedonia la veo, de vez en cuando, arrastrando sus pies por las aceras, sola y desvariada, de sí misma pérdida, cargando con su nombre, pero que cuando le preguntan dice llamarse Carmen; no es que amase a su madre, que la dejó sola junto al picto, sino que la amaba porque nunca amó a otra persona en el mundo. Aunque Celedonia tuvo un hijo de varón desconocido, lo despreció, como acto de venganza, nunca supo hacia quién, lo desdeño en los brazo de otra mujer, mientras ella desaparecía del mundo.

     No me da pena Celedonia, cuando la veo arrastrando sus pies por las aceras no me causa respeto, aunque entiendo lo que le pasó; "la vida es un antro", me dijo un día Celedonia, y jamás me volvió a hablar, acaso porque no me reconocía como a aquel al que un día le habló. 

    Hace unos días vi salir un ataud de la casa de Celedonia; pocos días después recibí una llamada de un notario, la casa de Celedonia es mía, me ha dicho. Y en uno de los apartados del testamento me da las gracias Celedonia porque aquel día la escuche decir "la vida es un antro". 

    Hoy estoy sobre una tierra baldía, con un caserón de sillares sobre una colina, sin adehesar, sentado en una roca, contemplando el plano muerto de los bancales, mientras veo a Celedonia pasear entre las vides muertas. Traeré a Celedonia, destaparé la caja, y juntos los dos pasaremos la eternidad de la vida en esta tierra yerma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario