DOCUMENTO ANTERIOR: 01303
DOCUMENTO POSTERIOR: 01444
- Y recuerda Lorenzo, no te acerques a la casa del tío Ivorra
Abandonó Alicante por la Puerta Nueva, siguió
por la antigua judería, rezó a la
Virgen del LLuch y por Bonivern continuo. Ya entrada la
segunda legua observo que un hombre le cerraba el paso. Hallábase caído, las
piernas en el camino y el resto de la osamenta sobre la cuneta que siempre
acompaña a todo camino que de tal se precie en serlo; y fuera de ambos la
montura, sin hallar ni cuneta ni camino
- Un camino -dijo el hombre caído- es un estrecho
trozo de tierra.
- Tomad, señor, agua de este bolso.
- Piel de animal muerto que guarda la vida que ha de
recobrar a cualquier desdichado.
- Bebed agua, tranquilizaos...
- Lo único en la vida que dura mil años es la muerte
-dijo tras saciar la sed que no sentía-
Ayudo
Lorenzo a incorporarse al caballero, quién tomó más agua y un poco de pan por
alimento. Preguntó el joven quién era,
como en aquel estado se hallaba, de donde venía, su destino cual era, que
encuentro o tropiezo le había propiciado el suelo, y otras muchas preguntas por
no estarse quieto y que cansaban al viejo caballero por haber en sus manos
apenas un filo hilo de curiosidad por las cosas del mundo. Su maestro, Cómodo
Centón, le enseño de como al paso de los años se soportaba menos soportando mas,
de ahí que si bien ofendido al principio al no verse reconocido, supo por su
inteligencia, al momento inmediato preciso, que la ignorancia se cobijaba en
aquel imberbe muchacho, cuyo cuerpo auxiliaba al lego que era, que el esfuerzo
del favor que para con él tenía era más que bastante para aquel cuerpo, y que
donde nada hay nada existe. Dijo ser su universal nombre, que no cabe a los
héroes tener nombre de aldea, el Blanco Tirante; dijo tener muchos años, haber
nacido en Alicante, en cuna de abolengo, de viejas ideas comodistas a donde
regresaba con el fin de morir, y que aún quedaba entre sus obligaciones, que
muchas habían sido, la de lograr que el imperio alicantino firmase el acta de
independencia de todos los reinos de la tierra. Contaba el Blanco Tirante como
de vuelta de su viaje por las tierras del mundo posible y no muy lejos de allí habiale
salido un caballero en hermosa cabalgadura montado quien cerrando el paso, pues
los dos transitaban por la misma vía herculanea, manifestó su nombre y
condición, requiriéndole y exigiéndole franco el trazado a Tirante el Blanco,
haciendo alarde de sus armas de dieciocho kilos, todo ello por ser el primero
en jurar orden de caballería, haber recibido los espaldarazos del rey de
Inglaterra, combatido a pie y a caballo, matando, hiriendo y perdonando a otros
caballeros por servicio a damas y doncellas, a las cuales amó o por las cuales
fue amado. Recordó como su sola presencia acabó con la estirpe de los Montalbán,
rememorando, lacrimoso, las enseñanzas del ermitaño y la presencia, en aquellos
tiempos, de compañeros de armas que le acompañaron y fueron su consuelo. Citó
al señor de las Villas Yermas, al caballero de Villa Hermosa, a los reyes de
Frisia y de Apolonia, y a los duques, entre otros de armas, de Baviera y de
Borgoña, y a otros, como a Guillermo de Varoyque, admirado y respetado. No
bastándole al engañador mentecato la historia que contaba, la subió de tono,
animado en su propia y misma verborrea, con las tales aseveraciones que siguen
relatando el viaje que hiciera a Nantes y a Sicilia, de como por aquellos
parajes hizo gente que le acompañó en sus lances por la berbería y en Rodas, a
la que hizo libre del Sultán del Cairo. En tierras de infieles, contaba Tirante
el Blanco, muchos cautivos vinieron a mis huestes y con ellos y los reyes de
Sicilia y de Francia hicieron fama ante los hombres del África y gloria entre
los cristianos, hasta que llamado por el emperador de Constantinopla como capitán
imperial, vino a conocer a la más gentil de las señoras, dama de su razón y
voluntad, anclado su corazón en aquellos ojos, combatiendo y ganando lances,
batallas y la guerra al gran turco.
Llamole el
Blanco Tirante, por todos los embustes que oyera de Tirante el Blanco, impostor
y blasfemo; lo primero porque suplantaba las hazañas del más grande caballero,
como era él, y lo segundo porque tales patrañas iban al mismo entendimiento de
los hombres libres, que no eran otros que los ateos. Dijole que eran aquellos
tiempos los del hombre noble y que fue Cómodo el Universal, mi señor, quien dio
alma a mi cuerpo y cuerpo a mi alma, haciendo de mi un contestano entre los contéstanos,
y enviándome al mundo diome la misión de salir a caballo, que ahí ves, avivando
en mi las glorias guerreras y los placeres del amor, que no es otra la causa de
la vida, armado fui y con la fuerza de mis armas liberé varios asentamientos contéstanos
de sus religiosos y crueles señores, puse en ellos gente atea que explicase a
campesinos, orfebres, escuderos, mujeres y esclavos, que no era condición del
hombre deificar a Artemisa, que la fecundidad era el hombre y el hombre era el
destructor y la muerte, de modo que era la naturaleza, materia muerta, una
falacia del ideal religioso. Hubo luego, el Blanco Tirante, concluida su misión
política, que conquistar el corazón de una mujer, eliminando de él todo
pensamiento propio, por lo que tuvo que luchar contra poderosos rivales,
ejecutar proezas y cansar al mundo con su nombre, hasta recibir el espaldarazo
del más noble de los ateos, quien a su lado lo sentó entre doncellas y
bellezas, cantos poéticos y descansó, para vencer y mortificar en aquellos días
a insignes caballeros edetanos como fueron Joan Fabra y su hermano Pere, Joanot
Martorell y el señor de Montalbán, Pere Davie y Francens Daviu, y unos
familiares de éstos de las tierras de mas arriba, de los lugares layetanos,
lacetanos, ausones y aún indigetes, como dijeron llamarse Bernat de Requesens,
Riambau de Corbera y el gigante Albert de Claramunt, al que mato de un
encuentro de lanza en un ojo. Llevado por sus
enemigos al ejercicio de las ideas bélicas, reuniéronse los contéstanos y
nombraron arcontes, quienes llamaron al Blanco Tirante como regulí, queriendo
de este modo expresar su admiración y veneración por el más grande de los
guerreros, y poniéndolo al frente de los caudillos como el primero de ellos, formaron
la Orden de la Hoya Escondida, de
modo que con aquellas huestes replicó a la osadía del príncipe de los edetanos,
quien hubo sitiado Saetabis, poniéndolo en fuga y obstaculizando su partida,
liberando a muchos ilercavones de las manos de Edecón, quienes pasaron a sus
tropas, más en una traidora emboscada, camino de la paz, propiciada por los
pueblos celtas fue a caer en las garras de Franco el Tirano, quien lo puso
preso y al que se negó a servir ante los ruegos de éste, y que en aquellos días
de cautiverio conoció en las mazmorras a una hermosa ausona de origen turdetón, a la que amó y dejó recuerdo de su amor, y como en aquellos días de cautiverio
edetano se cultivó en las enseñanzas ateas, dando largas charlas entre tanto
efesio engañado, logrando algunas conversiones con la ayuda de un natural de
Alonis. Mas un día, feliz para la libertad, una cortesana esclava de origen gimnoto,
prendada de él desde los tiempos de la derrota y expulsión de aquel su pueblo,
ayudole en su fuga, que tuvo a buen éxito fin. De vuelta a Contestania ya no los arcones sino los reyes oretanos y
carpetanos a sus órdenes venidos fueron, llamándole regulí-caudillo, hicieron
fama ante arévacos, turmódigos, pelendones y lobéanos, entre otros, así que
nunca tuvo ni hubo mayor gloria hombre alguno. Aún no siendo bastante el
grandor adquirido, quiso la suerte que fuera llamado por el príncipe de los
bastetanos, y puesto al frente de una aguerrida soldada, cruzó el antiguo solar
de los tartesos, ganando lances, batallas y encuentros a los hombres desnudos. Después,
acallada la injusticia y puestas en retirada las religiones, tomó el camino que
hasta allí, su tierra, le había llevado. Más, allí mismo le esperaba la mofa y
el escarnio de la mano del impostor. Replicole; gallardamente enarboló, ante
sus ojos, la fuerza de sus armas. Aquel otro dijo ser aquello su pastoforio y
él contestó que roería todo su entorno y a su armadura y a su propio cuerpo si
de la senda no hacía mutis por el foro. No alcanzando el uno con el otro
razones, que se dijeron, ni viéndose el uno al otro en el ánimo de ajustar las
conveniencias que mejor, a ambos, se condimentasen, se adelantaron, a caballo,
cada cual su paella en lo alto. Muchas y justificadas eran las sinrazones que
ambos ajustaban a sus distintas posiciones; el edetano, cocida; el contestano
sofrita y cocida. Arrancaronse el uno contra el otro en la pista de la senda herculanea
que desde Marsilla se alargaba hasta Akra leuka, ramificándose en este lugar
hacia bastetania y mas allá de Turdetania. Una pringosa bola de arroz cocido
aderezada con un muslo de pollo en su alto se presento en la derecha de la faz
del Blanco Tirante, quién horrorizado por el impacto propicio en la testa de
Tirante el Blanco una pierna de conejo adornada con unos exquisitos granos de
arroz previamente sofrito, rematando la entrega
con unos caracoles y garbanzos plenamente sabedores de ñora. De este
primer encuentro ambos caballeros salieron manchados. Se cruzaron pimientos
verdes y rojos, produciéndoles a ambos grandes
ascos y aspavientos los ajos, que salían de la cabeza de uno en uno,
penetraban por las narices y por la boca, tropezando en las gargantas y
dificultando a los contendientes la preciada respiración. Más era tal la
repugnancia que producía la paella del edetano, y tan cercano el vómito al
paladar del contestano, que no pudo soportar el Blanco Tirante las miasmas que
ofuscabanle la razón, desplomado sobre la paellera, quedando vencido por
asfixia.
- Al despertar a ti te vi. Me diste agua y pan que comí.
Estoy en deuda contigo. Dime que puedo hacer por ti.
- Casaros.
- ¿Cómo dice?.
- Debo casarme.
- ¿Es un deber para con una dama?.
- ...no se cuando, pero debo casarme. Tal vez no
sea, necesariamente un deber. Casaros vos por mí.
- ¿Podrías en el punto de mi muerto, morir por mi?.
- Si bien os entiendo, no.
- Entonces..., reconozco, mancebo, que es la más insólita
de las proposiciones que jamás de mi requirieron. Me asombras.
- No deseo que os asombréis
- Ya lo sé; deseas que me case.
- Eso mismo.
- ¿Tan fea es la dama?.
- No; fea no es.
- ¿Entonces?
- Es mujer.
- Eso es tenerlo todo a su favor
- Ese es el problema
- Ahora te entiendo. Sin embargo... ¿por qué quieres
para mi el mal que no llevas a ti?.
- Tenéis razón en eso caballero. Yo deseo ser un
hombre libre.
-¡Ah, la libertad!. El hombre libre es aquel que
tiene autoridad.