jueves, 25 de abril de 2013

01411-12.AGUAS ALTAS Y BARAÑES: El Blanco Tirante

DOCUMENTO ANTERIOR: 01303

DOCUMENTO POSTERIOR:  01444

- Y recuerda Lorenzo, no te acerques a la casa del tío Ivorra


       Abandonó Alicante por la Puerta Nueva, siguió por la antigua judería, rezó a la Virgen del LLuch y por Bonivern continuo. Ya entrada la segunda legua observo que un hombre le cerraba el paso. Hallábase caído, las piernas en el camino y el resto de la osamenta sobre la cuneta que siempre acompaña a todo camino que de tal se precie en serlo; y fuera de ambos la montura, sin hallar ni cuneta ni camino

- Un camino -dijo el hombre caído- es un estrecho trozo de tierra.
- Tomad, señor, agua de este bolso.
- Piel de animal muerto que guarda la vida que ha de recobrar a cualquier desdichado.
- Bebed agua, tranquilizaos...
- Lo único en la vida que dura mil años es la muerte -dijo tras saciar la sed que no sentía-

     Ayudo Lorenzo a incorporarse al caballero, quién tomó más agua y un poco de pan por alimento. Preguntó el joven quién era, como en aquel estado se hallaba, de donde venía, su destino cual era, que encuentro o tropiezo le había propiciado el suelo, y otras muchas preguntas por no estarse quieto y que cansaban al viejo caballero por haber en sus manos apenas un filo hilo de curiosidad por las cosas del mundo. Su maestro, Cómodo Centón, le enseño de como al paso de los años se soportaba menos soportando mas, de ahí que si bien ofendido al principio al no verse reconocido, supo por su inteligencia, al momento inmediato preciso, que la ignorancia se cobijaba en aquel imberbe muchacho, cuyo cuerpo auxiliaba al lego que era, que el esfuerzo del favor que para con él tenía era más que bastante para aquel cuerpo, y que donde nada hay nada existe. Dijo ser su universal nombre, que no cabe a los héroes tener nombre de aldea, el Blanco Tirante; dijo tener muchos años, haber nacido en Alicante, en cuna de abolengo, de viejas ideas comodistas a donde regresaba con el fin de morir, y que aún quedaba entre sus obligaciones, que muchas habían sido, la de lograr que el imperio alicantino firmase el acta de independencia de todos los reinos de la tierra. Contaba el Blanco Tirante como de vuelta de su viaje por las tierras del mundo posible y no muy lejos de allí habiale salido un caballero en hermosa cabalgadura montado quien cerrando el paso, pues los dos transitaban por la misma vía herculanea, manifestó su nombre y condición, requiriéndole y exigiéndole franco el trazado a Tirante el Blanco, haciendo alarde de sus armas de dieciocho kilos, todo ello por ser el primero en jurar orden de caballería, haber recibido los espaldarazos del rey de Inglaterra, combatido a pie y a caballo, matando, hiriendo y perdonando a otros caballeros por servicio a damas y doncellas, a las cuales amó o por las cuales fue amado. Recordó como su sola presencia acabó con la estirpe de los Montalbán, rememorando, lacrimoso, las enseñanzas del ermitaño y la presencia, en aquellos tiempos, de compañeros de armas que le acompañaron y fueron su consuelo. Citó al señor de las Villas Yermas, al caballero de Villa Hermosa, a los reyes de Frisia y de Apolonia, y a los duques, entre otros de armas, de Baviera y de Borgoña, y a otros, como a Guillermo de Varoyque, admirado y respetado. No bastándole al engañador mentecato la historia que contaba, la subió de tono, animado en su propia y misma verborrea, con las tales aseveraciones que siguen relatando el viaje que hiciera a Nantes y a Sicilia, de como por aquellos parajes hizo gente que le acompañó en sus lances por la berbería y en Rodas, a la que hizo libre del Sultán del Cairo. En tierras de infieles, contaba Tirante el Blanco, muchos cautivos vinieron a mis huestes y con ellos y los reyes de Sicilia y de Francia hicieron fama ante los hombres del África y gloria entre los cristianos, hasta que llamado por el emperador de Constantinopla como capitán imperial, vino a conocer a la más gentil de las señoras, dama de su razón y voluntad, anclado su corazón en aquellos ojos, combatiendo y ganando lances, batallas y la guerra al gran turco.

     Llamole el Blanco Tirante, por todos los embustes que oyera de Tirante el Blanco, impostor y blasfemo; lo primero porque suplantaba las hazañas del más grande caballero, como era él, y lo segundo porque tales patrañas iban al mismo entendimiento de los hombres libres, que no eran otros que los ateos. Dijole que eran aquellos tiempos los del hombre noble y que fue Cómodo el Universal, mi señor, quien dio alma a mi cuerpo y cuerpo a mi alma, haciendo de mi un contestano entre los contéstanos, y enviándome al mundo diome la misión de salir a caballo, que ahí ves, avivando en mi las glorias guerreras y los placeres del amor, que no es otra la causa de la vida, armado fui y con la fuerza de mis armas liberé varios asentamientos contéstanos de sus religiosos y crueles señores, puse en ellos gente atea que explicase a campesinos, orfebres, escuderos, mujeres y esclavos, que no era condición del hombre deificar a Artemisa, que la fecundidad era el hombre y el hombre era el destructor y la muerte, de modo que era la naturaleza, materia muerta, una falacia del ideal religioso. Hubo luego, el Blanco Tirante, concluida su misión política, que conquistar el corazón de una mujer, eliminando de él todo pensamiento propio, por lo que tuvo que luchar contra poderosos rivales, ejecutar proezas y cansar al mundo con su nombre, hasta recibir el espaldarazo del más noble de los ateos, quien a su lado lo sentó entre doncellas y bellezas, cantos poéticos y descansó, para vencer y mortificar en aquellos días a insignes caballeros edetanos como fueron Joan Fabra y su hermano Pere, Joanot Martorell y el señor de Montalbán, Pere Davie y Francens Daviu, y unos familiares de éstos de las tierras de mas arriba, de los lugares layetanos, lacetanos, ausones y aún indigetes, como dijeron llamarse Bernat de Requesens, Riambau de Corbera y el gigante Albert de Claramunt, al que mato de un encuentro de lanza en un ojo. Llevado por sus enemigos al ejercicio de las ideas bélicas, reuniéronse los contéstanos y nombraron arcontes, quienes llamaron al Blanco Tirante como regulí, queriendo de este modo expresar su admiración y veneración por el más grande de los guerreros, y poniéndolo al frente de los caudillos como el primero de ellos, formaron la Orden de la Hoya Escondida, de modo que con aquellas huestes replicó a la osadía del príncipe de los edetanos, quien hubo sitiado Saetabis, poniéndolo en fuga y obstaculizando su partida, liberando a muchos ilercavones de las manos de Edecón, quienes pasaron a sus tropas, más en una traidora emboscada, camino de la paz, propiciada por los pueblos celtas fue a caer en las garras de Franco el Tirano, quien lo puso preso y al que se negó a servir ante los ruegos de éste, y que en aquellos días de cautiverio conoció en las mazmorras a una hermosa ausona de origen turdetón, a la que amó y dejó recuerdo de su amor, y como en aquellos días de cautiverio edetano se cultivó en las enseñanzas ateas, dando largas charlas entre tanto efesio engañado, logrando algunas conversiones con la ayuda de un natural de Alonis. Mas un día, feliz para la libertad, una cortesana esclava de origen gimnoto, prendada de él desde los tiempos de la derrota y expulsión de aquel su pueblo, ayudole en su fuga, que tuvo a buen éxito fin. De vuelta a Contestania  ya no los arcones sino los reyes oretanos y carpetanos a sus órdenes venidos fueron, llamándole regulí-caudillo, hicieron fama ante arévacos, turmódigos, pelendones y lobéanos, entre otros, así que nunca tuvo ni hubo mayor gloria hombre alguno. Aún no siendo bastante el grandor adquirido, quiso la suerte que fuera llamado por el príncipe de los bastetanos, y puesto al frente de una aguerrida soldada, cruzó el antiguo solar de los tartesos, ganando lances, batallas y encuentros a los hombres desnudos. Después, acallada la injusticia y puestas en retirada las religiones, tomó el camino que hasta allí, su tierra, le había llevado. Más, allí mismo le esperaba la mofa y el escarnio de la mano del impostor. Replicole; gallardamente enarboló, ante sus ojos, la fuerza de sus armas. Aquel otro dijo ser aquello su pastoforio y él contestó que roería todo su entorno y a su armadura y a su propio cuerpo si de la senda no hacía mutis por el foro. No alcanzando el uno con el otro razones, que se dijeron, ni viéndose el uno al otro en el ánimo de ajustar las conveniencias que mejor, a ambos, se condimentasen, se adelantaron, a caballo, cada cual su paella en lo alto. Muchas y justificadas eran las sinrazones que ambos ajustaban a sus distintas posiciones; el edetano, cocida; el contestano sofrita y cocida. Arrancaronse el uno contra el otro en la pista de la senda herculanea que desde Marsilla se alargaba hasta Akra leuka, ramificándose en este lugar hacia bastetania y mas allá de Turdetania. Una pringosa bola de arroz cocido aderezada con un muslo de pollo en su alto se presento en la derecha de la faz del Blanco Tirante, quién horrorizado por el impacto propicio en la testa de Tirante el Blanco una pierna de conejo adornada con unos exquisitos granos de arroz previamente sofrito, rematando la entrega  con unos caracoles y garbanzos plenamente sabedores de ñora. De este primer encuentro ambos caballeros salieron manchados. Se cruzaron pimientos verdes y rojos, produciéndoles a ambos grandes  ascos y aspavientos los ajos, que salían de la cabeza de uno en uno, penetraban por las narices y por la boca, tropezando en las gargantas y dificultando a los contendientes la preciada respiración. Más era tal la repugnancia que producía la paella del edetano, y tan cercano el vómito al paladar del contestano, que no pudo soportar el Blanco Tirante las miasmas que ofuscabanle la razón, desplomado sobre la paellera, quedando vencido por asfixia.

- Al despertar a ti te vi. Me diste agua y pan que comí. Estoy en deuda contigo. Dime que puedo hacer por ti.
- Casaros.
- ¿Cómo dice?.
- Debo casarme.
- ¿Es un deber para con una dama?.
- ...no se cuando, pero debo casarme. Tal vez no sea, necesariamente un deber. Casaros vos por mí.
- ¿Podrías en el punto de mi muerto, morir por mi?.
- Si bien os entiendo, no.
- Entonces..., reconozco, mancebo, que es la más insólita de las proposiciones que jamás de mi requirieron. Me asombras.
- No deseo que os asombréis
- Ya lo sé; deseas que me case.
- Eso mismo.
- ¿Tan fea es la dama?.
- No; fea no es.
- ¿Entonces?
- Es mujer.
- Eso es tenerlo todo a su favor
- Ese es el problema
- Ahora te entiendo. Sin embargo... ¿por qué quieres para mi el mal que no llevas a ti?.
- Tenéis razón en eso caballero. Yo deseo ser un hombre libre.
-¡Ah, la libertad!. El hombre libre es aquel que tiene autoridad. 

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