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Cómodo Centón ha salido de casa para iniciar un viaje; le han dicho que viajar es importante porque ayuda a expandir el conocimiento y el saber, incrementa la inteligencia, apacigua el espíritu, y ayuda a comprender a otros pueblos, a otras culturas, a otras civilizaciones, y Cómodo, en su ignorancia, se lo ha creído.
Creído en su ignota capacidad mental, pensando que todo le es desconocido, que tiene un ancho mundo inexplorado por descubrir, ha hecho la maleta, sacado dinero de su cuenta bancaria, y pusto en camino.
En su transitar ha visto ha visto espacios naturales y urbanos, carreteras y caminos, sendas y vericuetos, cañones y montañas, museos y teatros, magníficos monumentos, hermosas ciudades, degustado comidas y bebidas, desiertos, y selvas, ceremonias diversas y asistido a fiestas populares, regímenes políticos, sistemas económicos, deportes varios y variopintos, ha sido picado por algunos buenos animales, mantenido conversaciones, pero siempre el aire que ha respirado era el mismo, la misma lluvia y el mismo viento.
Terminado su viaje, ha vuelto a casa.
Se ha servido una copa de vino, comido una paella, encendido una pipa, servido un brandy, y estando en tal estado espacial y temporal, se ha preguntado, ¿viajar, para qué?
¿Viajar, para qué?; tal vez para llenar el planeta Tierra de contaminación.
La contaminación de los aviones, de los trenes, de los coches que ha cogido. La contaminación de lo que ha defecado y orinado, los restos de comida que no ha consumido, el papel que ha gastado; ¿para qué?, para ver unos lugares que son iguales en todo el mundo y conocer unas culturas que se repiten hasta la saciedad en sus usos y costumbres.
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