domingo, 4 de junio de 2017

03661-22.AGUAS ALTAS Y BARAÑES: 02.Jaime Ivorra de La Vieja

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      En cierta ocasión la plática fue interrumpida.

    Ambos sentados guardaban un silencio de pensamientos graves, que son estos de impronta sin adversario, pensamientos que en los muchos años que toman al hombre resultan inexplicables para quienes rayan las razones del mundo con ojos jóvenes.

- ¿Dónde está María? -preguntó Glauca-

     Quedo cauto Lorenzo escuchando la pregunta de Glauca.

- ¡Andará por ahí! -exclamó indiferente Don Antonio-

- ¡Pero si no anda! -replico malhumorada Glauca-

     Mientras escuchaba Lorenzo que la pequeña María no aparecía.

    Dijo Cristóbal que aquella mañana un hombre allí, en la casa, se presentara, mientras dormía el abuelo, el padre trabajaba y la madre trajinaba en el corral de la casa. Dijo Cristóbal que era un hombre vestido de extraña manera, y dijo Cristóbal que pregunto el hombre si había en la casa alguna niña pequeña; "yo dije que si, quiso verla, se la enseñe. Y me mando buscar al padre, por lo que salí de la casa, dejando allí al hombre con María, y fui a buscar a padre...", explicaba Cristóbal.

Tras escuchar a su hijo Cristóbal pregunto Lorenzo Ivorra de Sexona:

- ¿Qué hombre? -y siguió trabajando, que para esto Dios lo hizo-

Mientras advertida de la ausencia de la niña, por la casa la buscaba Glauca, mientras descansaban los dos viejos a la entrada de la misma, gozando de aquel bendito sol que Dios pusiera. 

"No podía ser..." se decía para si Lorenzo Ivorra de Flandes, "no podía ser..."

- Buscad por todos los caminos, removed las sendas, alejaos a otros lugares, que ningún pago se os antoje lejano, sed veloces, levantad las piedras del monte, agitar las aguas, ¡buscad!, ¡buscad! 

Se agitaba por adentro mientras exteriorizaba su temor por la vuelta del vengador; trataba don Antonio de calmarlo, de hacer en él el sosiego, de retornarlo a la calma.

¡Pero, no!

Rezaron aquella noche y al día siguiente, y por la senda de la torre rezaron; María, la tercera de los hijos de Lorenzo Ivorra de Sexona y Glauca de La Vieja, no estaba.

Fue necesario que Don Antonio organizase la casa durante los días siguientes, ya que allí nadie parecía estar cuerdo. 

Siempre que lograba algo, un algo distinto afloraba. 

- Las tierras serán para Cristóbal, por ser el mayor. A Jaime lo enviaremos con Antonio para que haga estudios -dijo Lorenzo-

- El gasto del muchacho, si lo hubiere, correrá a mi cargo. Me comprometo a buscarle casa y maestro -dijo don Antonio-

Lorenzo abrazo a su amigo.

Glauca escuchó en silencio.

¿Qué otra cosa podía hacer una mujer?

Por la noche, en el lecho, preguntó:

- ¿Es necesario...?

La pequeña María había desaparecido, y ahora le arrancaban al segundo de sus hijos sin consultar con su corazón.

- Madre....

- ¿Qué quieres Jaime?

- ¿Es necesario que me vaya?

Un atardecer, después de que comiera, Jaime Ivorra de la Vieja, acompañado del padre Antonio, tomó el camino del amerador hacia aquellas tierras bajas en las que nunca antes había pisado. Cumplía aquel año once. Su madre Glauca lavole la ropa, pobre, que tenía, que era muy escasa y apenas ocupaba lugar en un atillo que le dispuso, le plasmó en un beso todo el amor que por él sentía y dijo en el oído:

- De mi te separan, nada hallo para evitarlo, y si cedo bien sabe Dios que es porque las letras serán tu oficio. 

- Adiós, hijo mío -oyó Jaime de la boca de su padre-

"Me siento como un recipiente de vino cuya única misión es guardar el caldo", pensó Glauca aflorando todo su odio.

Y ya por el amerador decía don Antonio:

- Debes de saber que mucho has de corresponder a tu abuelo, hombre, sin duda, de grandes virtudes a la par que modesto en su quehacer de la vida. Nunca él anduvo en sus trabajos tras el medro y vía personal, no jugaba ni juraba, no andaba a la práctica de la sisa ni el hurto su pasión era, haciendo, con esto, la contra a otros que justificaban su ocupación como venida y aprendida de los demás. Es tu abuelo hombre del pueblo, gente de buen quehacer, dado a lo justo; y es menester que en el pueblo sea la vida justa, porque de ahí se nos da mansa conversación y eminentes hombres. ¿Comprendes Jaime cuanto te digo?.

- No, padre.

Iba temeroso de andar junto al padre, escuchando palabras que solo sabía escuchar, en aquella senda que no conocía, hacia un tiempo oculto en las entrañas de la lejanía, ido de sus conocidas montañas. Su pequeño cerebro no pensaba, no escuchaba, nada advertía salvo las sensaciones inexplicables de dejar atrás la casa de Barañes. Se sentía insatisfecho.

- Lo comprenderás....

- ¿Qué le sucede al abuelo?

- ...., de momento escucha, que ésta en la condición de los menores el escuchar, sin parpadear, el aliento de los mayores. Porque frente a esos hombres buenos, tu abuelo el primero, otros se levantan fieros, hallarás ante el virtuoso al zángano en las colmenas, comedor de miel, trepador de posibles, fruto de bárbaros e indecorosos. Tu abuelo, conocedor de la Europa, te ha encomendado al mundo de la inteligencia y conocimiento de Dios. En ti, me dijo, hay un hombre de justicia, y de ti, dije yo, hemos de hacer un hombre para la justicia,  y esto que digo se lo aseguré hasta quedar convencidos los dos en lo mismo. Cualquier desviación de este fin propuesto por la voluntad de tu abuelo y trasmitida por Dios, ahondaría su tormento en esta vida, y a mi, por mi negligencia, me destinaría el todopoderoso a purificarme en el monte, porque para estos que rompen lágrimas ante la adversidad no está permitido la manifestación de Dios. 

Pero..., ¿qué le sucedía al abuelo?

- Padre...

- Si, Jaime...

- ¿Queda mucho?

- Siempre queda algo -y siguió- La insumisión a la pureza hace a los hombres purgar cerca del río de sangre y lejos de la cima de Dios. Vivimos en una atmósfera muerta, contristada el alma vagamos en busca de una libertad inútil, donde nuestros cuerpos se hallan sepultados, honrando al frío y a la sombra, de pie sin movernos, sin saber por donde la montaña declina expiamos los pecados cometidos, los por cometer y aún aquellos que nunca cometamos, pero no por esto, por no cometerlos, no debemos eludir purificarlos. El hombre es un enfermo por instinto, hijo de una naturaleza imperfecta, no cabe en sus ojos la visión de Dios, de ahí que envié a su madre, y que ésta, en sus apariciones a los hombres, recobre su naturaleza humana, siendo así visible.

- Padre, ¿dónde tenemos el alma?

- Sólo tenemos un alma, no varias, una sobre otra, sucediéndose, como si del estado de la última en vivir dependiese nuestro futuro cerca o lejos de Dios. Sólo un alma, un resplandor perpetuo que hemos de acarrear a la casa del padre, con un único pensamiento, sólo uno, que solo veremos un Dios, que varios discernimientos te doblegaran y conducirán al caos de las llamas que harán crujir tus huesos en la extinta esperanza de felicidad. No te marchites en la ruta, no te dejes prender de las sombras..., superado el laberinto hallarás a Dios.

Detuviéronse en el amerador, donde acordó el padre Antonio orar a los cielos, el rostro hacía el levante, que era por allí por donde nacía la luz, de espaldas al occidente, reino de la noche y pasmo de las tragedias humanas, unidas las almas de ambos y de hinojos presentes; "se debe pedir, Jaime, a nuestro señor, con la serenidad por antesala, que si Dios concede puede hacerlo con arreglo a nuestra petición, y lo que hoy es una bendición de Dios, mañana transformarse puede en un privilegio de Satán y encaminarnos a su  morada con el pensamiento sucediéndose trastocado y azabachado". El niño, que escuchando como parecía, lo que admiraba al padre Antonio, cuidaba no aflorase  su incomprensión de cuanto se le decía, que ya tenía por aprendido el control de su ignorancia, experimentó una presión sobre su pequeña rodilla, del terreno retirando el objeto sintió alivio un del paraje aquel surgió un algo que brillaba; tomó en su mano lo que entendía un tesoro, y fue tirando de la cosa hasta tenerla, por entera, a la luz del sol.

Tendió la mano el padre Antonio, obligado a abandonar el rezo, recogiendo de la mano de Jaime aquel collar

- ¿Qué es?.

- Eres muy joven..., muy joven para poseer, muy joven para sobresalir, muy joven para dominar sobre algo o alguna cosa. Que sea el tiempo, en su transcurrir, quién ponga en tus manos la pericia del mas anciano. Yo guardaré este tú tesoro hasta que puedas cargar con él.

A poco que dejaron el amerador y más allá de El Campello, un carro de labriego que pasaba vacío accedió a llevarlos hasta San Juan, que era a donde se dirigía, y desde allí podrían seguir hasta Alicante. Aprovechó el padre Antonio para hacerle ver su estado actual, ropas que lo cubrían, calzado tosco de montaña olvidada y aquellas manos prontas a romper doblón de vaca.

"No olvides de ti esta imagen".

- ¿Cuando podré tenerlo?.

- Cuando te tengas a ti mismo -salvaron, por entonces el barranco de Lloixa- Aprenderás la lengua que no tienes, esta lengua que usas al modo acostumbrado en las montañas, y la conocerá en su mas estricta pureza. Deberás, en este punto, prestar especial consideración, conocerás, primero, el placer de la ascensión a una luneta para, con mas brío, alzarte hasta lo mas alto del imponente bastión de la lengua primera del mundo, la lengua por excelencia, la que oirás a los mas sabios y prominentes hombres de nuestro tiempo; conócela y serás poderoso. No permitas que tus pensamientos se estorben los unos a los otros, que como te dije antes un solo pensamiento en un solo sentido sobre una única dirección, dan al hombre sosiego en el tiempo y decisión en el instante más merecido. Empezaremos, al punto de llegar a casa, por las letras, su significado y contenido, uso y disfrute de las mismas, gozar de ellas llena los sentidos, aprenderás a reconocerlas, las trazarás y memorizarás, conocerás como unirlas y a usarlas con la misma naturalidad que comes.

El collar fue, entre paños, a parar a un arcón al que don Antonio aplicaba llave. Dijo que lo aguardaba allí, entre varias cosas y un libro que estaba escribiendo.

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