jueves, 6 de octubre de 2016

03181-21.AGUAS ALTAS Y BARAÑES: La compra-venta de Vicenta

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03109 (06.09.2016 - Tras la muerte de Antigua Sexona

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      Fue aquello como un presagio; contó Clotilde a don Cesáreo las razones que tenía para disentir de cuantas cosas realizaba su esposo y como le tenía oído llamar por las noches a Magdalena, diciendo que no bastando la muerta, era ahora otra la mujer que ocupaba las acciones de Cristóbal. Don Cesáreo, mientras la oía contar los nuevos cuentos sobre las desavenencias que ocurrían en Barañes, supo que mejor era conocerlo a tiempo que emplear su carrera en morir en aquella su vedija. Por otra parte, decía, Cristóbal, si duda, no andaba en sus cabales, y hacía especial consideración en aquella manía del demonio que era el asunto descrito del cirio, que, dijo, tenia día y noche encendido, que hasta tenía contratado los servicios de un cerero, del cual ella sospechaba su inocencia en un asunto que desconocía, las colmenas que tenía puestas en el Charamiter, el miedo de los chicos al lugar, la amputación del brazo de Lorenzo, la enemistad que últimamente se acrecentaba con Juan Arnau y, en definitiva, los muchos sinsabores que le producían todas aquellas situaciones. Don Cesáreo, que la escuchaba, no se atrevía a contradecirla, y era, al parecer, porque pensaba en ella con el cuerpo, lo que mortificaba su alma y su carrera.

Los fríos de aquel invierno replegaron ante el fuego la manifestación de dudas; y Cristóbal la oía mas a menudo, y no pudo, a su pesar, ignorar las continuas quejas de Clotilde sobre aquellas molestias que sentía en la parte superior del abdomen, las nauseas que tanto le hacían cambiar su estado y los vómitos que, en ocasiones, la destartalaban toda entera, sin que pudiera acertar a saber donde estaba. Pensaba Clotilde, sin atender a la obesidad de su cuerpo, que era mucha por entonces, que aquellos desajustes se los producía la constante inconsciencia de Carlos, quién por aquellos días se le podía ver fisgoneando por la falda de Vicenta, una Giner sin duda agraciada y muy dada a saberlo todo, que de continuo malhumoraba a Clotilde, quien insistió ante Cristóbal pusiese esté fin a aquellos encuentros antes que una desgracia invadiese Barañes, que con la del brazo perdido ya tenían bastante. Cristóbal se negó, por innecesario, a intervenir en los juegos infantiles de Carlos y expresó su opinión de que el niño difícilmente podría mantener, enhiesta, la verga.

- ¿Se la viste?. ¿La tiene grande?. De todos modos..., te ruego que pongas separación entre ambos.

Cristóbal, que nunca reparó en la muchacha, se fijó en ella por la mucha insistencia de su esposa y por un tirón del cipote la vio desnuda; pensaba que en su interior no quedaba vida, alegrándose de que aquello aún pudiese sustentarse solo. Cada vez que traía su entraña a su conocimiento la imagen de la muchacha, metíase en Clotilde, pues no encontrando la forma material de acceder a ella la poseía en sueños al tiempo que evacuaba en su esposa. Se sintió Clotilde, a las primeras, encantada, pero tanta era la excitación del Cristóbal que terminó la esposa por asquearse del marido y huir de él, que se mostraba a todos huraño y desconfiado. En esto estaba que fue llamado por Don Diego, quién le anunció la llegada de un botánico durante los próximos días. En aquella visita a Alicante le acompañó Clotilde por ver si era posible que un médico del hospital le pudiese tratar aquellos malestares que tanto, últimamente, padecía. Clotilde fue dispuesta, por orden del médico, en casa del cirujano para la intervención; teniánla acostada y dos hombres la sujetaban de las piernas mientras se las levantaban hacía atrás, de modo que los pies se acercaban a sus propios  pechos, quedando, de tal modo, al descubierto y en buena visión todo su pubis, corto, escaso y ensortijado, a favor del cirujano, quién introducíale por el ano unos instrumentos en busca de unos cálculos. 

Como quiera que debiera permanecer Clotilde unos días en Alicante, subía y bajaba Cristóbal desde Barañes, y fue en aquellos viajes y soledades que entabló conocimiento con Lucas Giner.

- Lucas..., ¿te compró a tú hija Vicenta? - Sepan cuantos esta carta vieren que yo Lucas Giner entrego a mi hija Vicenta, de dieciséis años de edad aproximadamente, a Cristóbal Ivorra, ambos del pago de Barañes, para que la dicha entre al servicio de la casa del citado Cristóbal, a su voluntad, en las labores que el dicho mande a la dicha, sin límites ni condiciones, de modo que todos los derechos que me asisten como padre de la tal Vicenta lo son ahora de Cristóbal Ivorra, por lo que por el otorgamiento de esta carta, me desisto y desapodero de la tenencia, posesión y propiedad, de todo derecho y acción, de aquí en adelante, que tenga o me pertenezca sobre la Vicenta, la cual cedo y doy a Cristóbal Ivorra, dándome por complacido en este otorgamiento al recibo de la mano de Cristóbal Ivorra de unos maravedí que ascienden a la cantidad de quince mil, teniéndome por contento por el mucho bien que hago a la citada Vicenta, mi hija, que por el presente deja de serlo, al entregarla al servicio de casa de labrador importante y dotado de casa, tierras y preeminencia ante el señor marqués del Bosch, nuestro amo, como es Cristóbal Ivorra, en la esperanza de quedar, por este acto, eternamente agradecido de mi hija. 

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