sábado, 22 de julio de 2017

03772-56.IMPOSIBLES: Por una acera andando sin destino

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03733 (04.07.2017 - De la población humana)

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03781 (25.07.2017 - Las piedras sufren)


    Al regresar a casa, he visto que ya estaba dentro; asomado a la ventana que hay en el balcón de mi casa. Yo estaba en la calle y asomado, estaba yo, en ese balcón de mi casa, que a mismo me veía mirándome en la calle, camino de mi casa.

    Había salido, apenas el sol había salido, para ver mundo; había salido dejando, por precaución,a mí mismo en mi casa, que no quería volver a mi casa y no encontrarme en ella apenas la luna saliera. Crucé la calzada de acera a acera, y apenas llegué a la acera de enfrente, una bicicleta vino hacia mí, con su impronta dominante, a tirarme de la acera, que yo creía que las aceras se inventaron para las personas y no para las bicicletas asesinas. Me fije, aquí, en el suelo de la acera; dos rayas en la misma pintada daban prioridad a las asesinas bicicletas.

    Evité, pues, el espacio propiedad de las asesinas bicicletas, y al cabo que la acera se moría, a derecha e izquierda miré por si un vehículo de motor a tracción delantera pudiera acabar con mi paseo, y no habiendo paso de cebra, cruce. Un asesino pitido enloquecido nublo mis sentidos, que lejos de pararse o atenuar su marcha, el vehículo de motor a tracción delantera aceleraba y aceleraba conforme la idea de restar a la velocidad final la inicial y partir la diferencia por el tiempo empleado en recorrer el espacio, lo que hizo que yo acelerase mi marcha para evitar ser embestido además de pitado por el pito asesino. 

   Respiré acelerado, usando la fórmula antes descrita, como contorsionado, apoyando una de mis manos en la inerte fachada que encontré a mi lado, y la otra de mis dos manos apoyada en mi corazón que latía acelerado, mientras una brisa acelerada me recorría la frente que sudaba con un sudor acelerado. ¿Dónde iba?, me pregunte. Y a la pregunta no hallaba respuesta, comprendiendo aquí que si no había una diferencia de velocidad, era porque la aceleración era tiempo inexistente de un quietismo que yo mismo, a mí mismo, me aplicaba como sosiego de una respiración que se aceleraba sin mi comprensión. 

     Aceleradamente las gentes pasaban por la acera, esa acera en la que yo agitado respiraba, esa acera por donde dos jóvenes acelerados pasaban como si fuesen a quitar la acera esa misma mañana, por donde pasaba una señora, entrada en años, conduciendo una especie de asesino vehículo de motor a tracción que pedía preferencia por presentar la señora, entrada en años, carencia de una de sus dos piernas, por donde pasaba un traje de chaqueta sosteniendo un móvil asesino que parloteaba por su lengua asesina y sus ojos encendidos mostrando una delincuencia oculta en las oquedades de una mente vacía. 

     Más nada de lo anterior pudo conmigo; erguí mi pecho vencido como héroe temerario, y por el centro de la acera tomé camino.... la embarazada con su barriga, el anciano con su bastón, el camarero con la bebida, la joven que corría hacía el autobús, hacían posible que yo, por la acera, hiciese eses cual bebido de bebida, de lada a lado, entre las fachas quietas y el borde asesino que me disponía sobre la calzada al pairo de los asesinos vehículos de motor a tracción delantera que para matar habían nacido.

    El sol sonreía en lo alto, a su lado, a la luna, yo pena le daba, que ambos parecían hablar de mí y de mi desgracia, que no era otra que yo mismo por una acera andando sin destino. 

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