viernes, 20 de octubre de 2017

03946-23.AGUAS ALTAS Y BARAÑES: 03.Jaime Ivorra de La Vieja

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05754 (09.04.2020 - La idea del suicidio del alma)


     Admiró Jaime, en Alicante, la mucha gente que había en el mundo, la interminable sucesión de calles y casas como jamás viera en Barañes, que tan grande pudiera ser el mar, que tanta tierra mediase entre Barañes y Alicante, y que continuase como sin fin.

     Y pasó el tiempo para Jaime Ivorra de La Vieja, que ahora llamábase de Glauca, porque era su recuerdo su madre y los llantos que derramo en su partida; conocido el valor de las letras y el interés que se procuraba para si el hombre que las entendía, así como aprendidos los números y su eficacia, y la conjunción de todo este espectro de vanidades, pudo, postergados los tiempos de Barañes, consentir que olvidar solo es bueno, posible, cuando nada hay que olvidar, lo que le llevó a aceptar gustoso la casa del padre Antonio, a quién mucho respetaba y por el que sentía un íntimo lazo. Acordaron, sin él, que acompañara a don Pedro Martínez de Vera, al colegio de jesuitas, donde estudiaría y haría las veces de ayudante de don Pedro. Conoció en aquel centro a Justo García, vástago de la casa del doctor Carlos García, y a un tal Luis, hijo de labriego, como él, con quienes trabó grande y prolongada amistad hasta la muerte y entre quienes hubo profusión de ayuda y consideraciones mutuas. De Luis supo que allí estaba por su padre llevado, por el mucho amor que le tenía, que quería apartarle de los trabajos del campo y de sus penurias, de las manos henchidas, calloso y amortajado. 

Decía el maestro Natural de Alicante: "es conveniente advertir  como desde el inmemorial principio de los tiempos dejó el hombre su condición de animal, transformando los salvajes sonidos de su garganta en hermosa música de palabras. No pudiendo alcanzar con su personal fuerza más allá de un corto trecho, hubo Dios de darle las aves, con sus plumas, los árboles, con su papel, u los polvos, con su tinta, el agua que ya conocía, pues la bebía, solo tuvo que emplearla según la ciencia divina que Dios llamó humana. De este modo nació la lengua como esencia de la nobleza frente al carácter vulgar de su uso. Sin duda hablar todos lo hacemos, cualquiera puede descoser los labios y chorrear, sin limite, chismes, cuentos, parleria; en esto yace el carácter vulgar de la lengua, su entidad plebeya. Más, escribir y hacerlo bajo el sustento de la razón y el sentido, de modo que si escribo 'a' pronuncie 'a', si escribo 'days' pronuncie 'days' y nunca 'deis', de igual modo que si levanto mi brazo derecho no escribo que levanto el izquierdo sino el derecho debo escribir que levanto, que es aquel que por cierto tengo por levantado, es decir, trazar las líneas del dibujo de las letras conforme al juicio y entendimiento, donde el ingenio denota el carácter noble del hombre y no la voluble insinuación de la desorientación. En cuanto a los números sabed que no significan nada, salvo lo que de ellos podemos pensar, y en especial admiraros del más notable de todos ellos, extraordinario, que pudiendo serlo no lo es, como es el cero, que representa la nada al tiempo que lo contiene todo", gran invento éste de dar número a la nada y hacerlo el esencial para la comprensión de los demás.

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