jueves, 5 de julio de 2012

01075-06.FIN DE LA HISTORIA: 02.La Cova

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     El Hermano Venerable, envuelto en el silencio del templo, ha dejado el pliego de respuestas y toma en sus manos el testamento. Dice Cómodo Centón: Y cuando mis pulmones dejen de respirar, mi corazón deje de bombear, mis nervios de sentir, mis huesos de acarrear y mi estomago de ingerir, cuando, en suma, me presente ante vosotros como piedra inamovible que soy, me prenderéis en fuego y dejaréis que sea pasto para la nada. Hasta ese momento dejadme en paz.
     La voz del Venerable se detuvo.
     Y ordenó:
- Hermanos Vigilantes, servios conceder la palabra en vuestras respectivas columnas por si algún hermano desea hacer observaciones a lo leído
     Y dice el Primer Vigilante:
- Un hermano de mi columna pide la palabra
- Concededla
- Tenéis la palabra Hermano
- Voy a ser breve. Hermanos voy a mostrar mi indignación ante las aseveraciones formuladas por el Recipiendario, para deciros y haceros ver como el mismo desconoce el código moral al cual llama. Soberbia es su definición, su altanería arrogancia, su desprecio hacía el aprecio que tiene el deber de sentir por el Venerable y por el resto de los miembros de este templo. Desconoce el verdadero culto que ha de dar al Gran Arquitecto, ignora a todas luces el amor al prójimo, carece de conciencia del bien, aviva el insulto, ofende  la fraternidad, es irreflexivo, jactancioso ante los sabios, menosprecia la sumisión, retira todo mérito a los hombres y a las cosas, atiende a su virtud personal y nada nos ha dicho de su oferta hacía la igualdad, la fraternidad, la libertad. Es este, que hoy llama a la puerta, un hombre de palabras y frases, que todo lo confunde y maneja, de axiomas inventados, sin respuesta. Un hombre cruel para consigo y, aún peor, para los demás, un déspota engreído, un prepotente irascible. Y yo, hermanos, me pregunto: ¿lo admitiremos?, ¿admitiremos en el orden moral y en la sabiduría de la que somos guardianes a hombre tan despreciable y mísero, tan ruin y cretino?. ¿Cabe, después de conocer las respuestas de hombres tan adeptos vulnerar los principios esenciales de la vida, que le otorguemos los grandes secretos que estamos obligados, por juramento, a proteger?. ¡Os exhorto, hermanos, a rechazar, con el máximo de nuestro desprecio, a tal y vil animal!
- Venerable Maestro, un Hermano de mi columna pide trabajo
- Segundo Vigilante, concederlo.
- Podéis hablar... -autoriza el Segundo Vigilante-
- Hermanos..., dice el Hermano que rechacemos al Recipiendario,  y para ello aduce mil consignas del código moral al que estamos obligados, y que el Recipiendario, a juicio de nuestro Hermano, ha violentado. Y yo, hermanos, os preguntaría ¿cómo puede violar un código de conducta quien no se haya sujeto al mismo?. Que es un código moral extenso, lo sabemos. Que debe presidir la vida de los hombres, lo sabemos. Pero también sabemos que es un código propio de la orden, y que para violentarlo antes hay que jurarlo, lo que evidentemente el Recipiendario aún no ha hecho. Por otra parte, hermanos, no se es parte de esta orden por el hecho de jurar su código, sino que sobre el Recipiendario verá luego venirse las pruebas que lo han de confirmar como uno de nosotros, y en ese tiempo de aprendizaje es nuestra obligación acarrear sobre él cuantas enseñanzas se guardan en nuestro código moral, de modo que sea para entonces o un extraño a nuestra consideración o un hermano entre nosotros. Pero aún queda en la oratoria del Hermano un punto de sumo interés. Olvida en su disertación una regla que él mismo transgrede: no juzgues ligeramente las acciones de los hombres, no reproches ni menos alabes, antes procura sondear bien los corazones para apreciar sus obras. Quedémonos en este punto, sin preterir las contestaciones del Recipiendario, oigámosle, que nos muestre sus razones, que su boca sea su corazón, que sus palabras sean la verdad que todos deseamos oír de un futuro hermano.
- Hemos oído las respuestas del Recipiendario a las preguntas que son esencia del pensamiento humano. ¡Nada!. Sencillamente nada. ¿Se puede pedir más?. ¿Qué debe el hombre?. Nada a nada, nada a nadie. ¿Es esto reflexión?.
- ¡O todo, hermanos!. ¿No será la culminación de un pensamiento?
- Es eso soberbia. El hombre es parte de la naturaleza de las cosas, no cabe consideraciones contrarias, y el Recipiendario muestrase contra la naturaleza. Nada hay, sin embargo, que no podamos entreoír.
- El Hermano Orador tiene la palabra para sus conclusiones
- Venerable..., el Recipiendario ha seguido hasta el momento presente los pasos cautelares para su admisión en este taller, ha respondido a las preguntas y redactado su testamento, y de ambos hemos tenido conocimiento de su contenido, y finalmente hemos oído las voces de los hermanos que han hablado y expresado sus pareceres como en derecho les corresponden; el procedimiento, pues, debe seguir.
     Dando un golpe de mallete dice el venerable Maestro:
- Los hermanos que acepten las contestaciones dadas por el Profano se sirvan manifestarlo por el signo ordinario
     Verificase la votación. Dice el Venerable Maestro:
- Hermano Experto, acercad al profano a la Puerta del Templo.
     Ciegan a Cómodo con venda, el Hermano se apodera de su persona y lo conduce por el camino de la luz hasta la puerta del Templo. El trecho, que es corto, a Cómodo se le ha antojado largo. Se detienen. Oye Cómodo unos golpes, una leve pausa oye Cómodo, una voz luego...
- A la puerta del templo llaman profanamente -dice el Guardatemplo-
- A la puerta del templo llaman profanamente
- A la puerta del templo llaman profanamente
     Dicen, de seguido, uno tras otro, el Segundo y el Primer Vigilante. Y dice el Venerable Maestro:
- Ved quién llama de eso modo, Guardatemplo
- Conduzco a un Profano -deduce Cómodo que hablan de él-
- No le necesitamos. Que se retire.
- Insiste en entrar
- ¿En qué funda su insistencia y sus pretensiones?
- En que es hombre libre, honrado y de buenas costumbres
- ¿Quién responde por él?
- Yo, que soy su conductor
- Dadle entrada.

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