Documento posterior 01110
El Hermano
Venerable, envuelto en el silencio del templo, ha dejado el pliego de
respuestas y toma en sus manos el testamento. Dice Cómodo Centón: Y cuando mis
pulmones dejen de respirar, mi corazón deje de bombear, mis nervios de sentir,
mis huesos de acarrear y mi estomago de ingerir, cuando, en suma, me presente
ante vosotros como piedra inamovible que soy, me prenderéis en fuego y dejaréis
que sea pasto para la nada. Hasta ese momento dejadme en paz.
La voz del
Venerable se detuvo.
Y ordenó:
- Hermanos Vigilantes, servios conceder la palabra
en vuestras respectivas columnas por si algún hermano desea hacer observaciones
a lo leído
Y dice el
Primer Vigilante:
- Un hermano de mi columna pide la palabra
- Concededla
- Tenéis la palabra Hermano
- Voy a ser breve. Hermanos voy a mostrar mi indignación
ante las aseveraciones formuladas por el Recipiendario, para deciros y haceros
ver como el mismo desconoce el código moral al cual llama. Soberbia es su
definición, su altanería arrogancia, su desprecio hacía el aprecio que tiene el
deber de sentir por el Venerable y por el resto de los miembros de este templo.
Desconoce el verdadero culto que ha de dar al Gran Arquitecto, ignora a todas
luces el amor al prójimo, carece de conciencia del bien, aviva el insulto, ofende la fraternidad, es irreflexivo, jactancioso
ante los sabios, menosprecia la sumisión, retira todo mérito a los hombres y a
las cosas, atiende a su virtud personal y nada nos ha dicho de su oferta hacía
la igualdad, la fraternidad, la libertad. Es este, que hoy llama a la puerta,
un hombre de palabras y frases, que todo lo confunde y maneja, de axiomas
inventados, sin respuesta. Un hombre cruel para consigo y, aún peor, para los
demás, un déspota engreído, un prepotente irascible. Y yo, hermanos, me
pregunto: ¿lo admitiremos?, ¿admitiremos en el orden moral y en la sabiduría de
la que somos guardianes a hombre tan despreciable y mísero, tan ruin y
cretino?. ¿Cabe, después de conocer las respuestas de hombres tan adeptos
vulnerar los principios esenciales de la vida, que le otorguemos los grandes
secretos que estamos obligados, por juramento, a proteger?. ¡Os exhorto,
hermanos, a rechazar, con el máximo de nuestro desprecio, a tal y vil animal!
- Venerable Maestro, un Hermano de mi columna pide trabajo
- Segundo Vigilante, concederlo.
- Podéis hablar... -autoriza el Segundo Vigilante-
- Hermanos..., dice el Hermano que rechacemos al
Recipiendario, y para ello aduce mil
consignas del código moral al que estamos obligados, y que el Recipiendario, a
juicio de nuestro Hermano, ha violentado. Y yo, hermanos, os preguntaría ¿cómo
puede violar un código de conducta quien no se haya sujeto al mismo?. Que es un
código moral extenso, lo sabemos. Que debe presidir la vida de los hombres, lo
sabemos. Pero también sabemos que es un código propio de la orden, y que para
violentarlo antes hay que jurarlo, lo que evidentemente el Recipiendario aún no
ha hecho. Por otra parte, hermanos, no se es parte de esta orden por el hecho
de jurar su código, sino que sobre el Recipiendario verá luego venirse las
pruebas que lo han de confirmar como uno de nosotros, y en ese tiempo de
aprendizaje es nuestra obligación acarrear sobre él cuantas enseñanzas se
guardan en nuestro código moral, de modo que sea para entonces o un extraño a
nuestra consideración o un hermano entre nosotros. Pero aún queda en la
oratoria del Hermano un punto de sumo interés. Olvida en su disertación una
regla que él mismo transgrede: no juzgues ligeramente las acciones de los
hombres, no reproches ni menos alabes, antes procura sondear bien los corazones
para apreciar sus obras. Quedémonos en este punto, sin preterir las
contestaciones del Recipiendario, oigámosle, que nos muestre sus razones, que
su boca sea su corazón, que sus palabras sean la verdad que todos deseamos oír
de un futuro hermano.
- Hemos oído las respuestas del Recipiendario a las
preguntas que son esencia del pensamiento humano. ¡Nada!. Sencillamente nada.
¿Se puede pedir más?. ¿Qué debe el hombre?. Nada a nada, nada a nadie. ¿Es esto
reflexión?.
- ¡O todo, hermanos!. ¿No será la culminación de un
pensamiento?
- Es eso soberbia. El hombre es parte de la
naturaleza de las cosas, no cabe consideraciones contrarias, y el Recipiendario
muestrase contra la naturaleza. Nada hay, sin embargo, que no podamos entreoír.
- El Hermano Orador tiene la palabra para sus
conclusiones
- Venerable..., el Recipiendario ha seguido hasta el
momento presente los pasos cautelares para su admisión en este taller, ha
respondido a las preguntas y redactado su testamento, y de ambos hemos tenido
conocimiento de su contenido, y finalmente hemos oído las voces de los hermanos
que han hablado y expresado sus pareceres como en derecho les corresponden; el
procedimiento, pues, debe seguir.
Dando un
golpe de mallete dice el venerable Maestro:
- Los hermanos que acepten las contestaciones dadas
por el Profano se sirvan manifestarlo por el signo ordinario
Verificase
la votación. Dice el Venerable Maestro:
- Hermano Experto, acercad al profano a la Puerta del Templo.
Ciegan a
Cómodo con venda, el Hermano se apodera de su persona y lo conduce por el
camino de la luz hasta la puerta del Templo. El trecho, que es corto, a Cómodo
se le ha antojado largo. Se detienen. Oye Cómodo unos golpes, una leve pausa
oye Cómodo, una voz luego...
- A la puerta del templo llaman profanamente -dice
el Guardatemplo-
- A la puerta del templo llaman profanamente
- A la puerta del templo llaman profanamente
Dicen, de
seguido, uno tras otro, el Segundo y el Primer Vigilante. Y dice el Venerable
Maestro:
- Ved quién llama de eso modo, Guardatemplo
- Conduzco a un Profano -deduce Cómodo que hablan de
él-
- No le necesitamos. Que se retire.
- Insiste en entrar
- ¿En qué funda su insistencia y sus pretensiones?
- En que es hombre libre, honrado y de buenas
costumbres
- ¿Quién responde por él?
- Yo, que soy su conductor
- Dadle entrada.
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