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Tomó el
Viejo Loco del brazo a Cómodo, indicándole con la otra mano tomase asiento en
el carruaje, y junto a Cómodo se situó el Viejo Loco. Hizo Cómodo lo que se le
mandó, no tanto por interés sobre aquella repentina amistad del Viejo Loco,
sino por curiosidad de ver el mundo desde aquel carruaje que tiraba la bestia
que relinchó. Bien podría denotar un cambio, no sabemos si cualitativo o
cuantitativo, de la voluntad de Cómodo, que ignoraba que habría de ser de su
vida, que no preguntaba a donde se le conducía en aquella calesa, que se cruzó
en su transito con otra que trataban dos lacayos de levitas negras vestidos,
donde una hermosa pasajera acompañaba a su esposo por un bosque de terror, de
latigazos y violaciones a manos de los lacayos, ante la complacencia expresiva
del marido. Cómodo se admiró de aquel rotundo marido, de lo bella de día que
era aquella hembra, y sin atender al mundo se acomodó en la calesa lo mejor que
pudo y supo, y se dejo llevar, y aún tuvo la osadía de cerrar los ojos,
dejándose perdido en las manos de aquel Viejo Loco. Al abrirlos, por necesidad
de abrirlos más que por necesidad de conocimiento, vio alzado ante ellos al
Portalet, el mismo que usaban las monjas para que la entrada y salida de la ciudad
no les resultase penoso, por verse obligadas a ir o bien hasta la Puerta de La Huerta de Sueca o bien a
Las Horcas, a La Puerta
de Elche. Tras cruzar el Portalet y en rápida carrera cubrieron el camino, por
el campo de Alicante, que los separaba de La Cova. Allí , una vez
llegaron, tras relinchar la bestia, el Viejo loco le privó de la luz,
cubriéndole los ojos, indicándole no se retirase el paño hasta que le fuera
ordenado por un hermano que en breve llegaría hasta él, para conducirlo por el
camino que se disponía a iniciar. El camino de la perfección de los hombres,
del estudio de la filosofía, de las ciencias y las artes, y de la virtud. Pero
aquello sólo era un primer paso. Si soportaba las pruebas adecuadamente y era
digno de respeto el Viejo loco le auguraba un camino aún mucho más dichoso, que
consistía en penetrar en el castillo del Molino. Esto, la idea de penetrar en
el castillo del Molino, le excitaba. Más, se mantuvo en silencio. La enseñanza
de escuchar al Viejo Loco era el modo mas sutil de entender cuanto él, Cómodo,
debía de rechazar, por embuste, del mundo y sus predicamentos. En esto andaban
envueltas sus razones cuando notó encontrarse solo en aquel lugar que, de
momento, solo acertaba a presentir como era.
- Caballero... -oyó decir- me reconoceréis como el
hermano Terrible. ¿Me escucháis? -Cómodo gesticuló afirmativamente con la
cabeza. Siguió, pues, ante la confirmación de ser escuchado, quien con tal
denominación se presentaba- Van a empezar las ceremonias de vuestra admisión en
la orden, accediendo a vuestra espontánea petición -no recordaba Cómodo, en
aquel forjar de la memoria, tener por solicitado pertenecer a orden alguna;
pero mantuvo silencio, le incitaba su voluntad a permanecer y a creerse que él
así lo quería. Y siguió el Hermano Terrible- Si en cualquier momento os
arrepentís del paso que vais a dar, servios indicármelo y saldréis de éste
recinto sin que podáis ser molestado y sin obstáculos de ningún genero. Ahora
me entregaréis los metales que tengáis en vuestro poder en este instante, pues
debéis ser despojado de cuanto signifique vanidad. Fijaréis vuestra atención
sobre las inscripciones que encontraréis en los muros de este recinto y sobre
los objetos que os rodean; reflexionad sobre ellos y luego contestad por
escrito a las preguntas consignadas en un papel que os dejo sobre la mesa. Me
voy a retirar, con el objeto de dejaros en la soledad, para que meditéis con
serenidad sobre el importante paso que vais a dar. Cuando sintáis un fuerte
golpe sobre la puerta, quitaréis la venda de vuestros ojos y permaneceréis en
este lugar hasta que vuelva a buscaros -Dicho todo lo anterior el hermano
terrible abandona la cámara de reflexiones, dando, una vez fuera estaba, un
golpe sobre la puerta con el pomo de la espada que en todo momento empuñara. Al
oírlo, Cómodo retira de si el paño; esta solo. Sobre la mesa advierte la
existencia de un papel, tiene la forma triangular. En el mismo lee las tres
preguntas y trata de no pensar. Siente el deseo de no pensar. Las respuestas
son claras. Debajo, dice el papel, ha de escribir su testamento. Todo cuanto advierte
es un designio. Sonríe, su vida es solo una cobardía. Escribe las respuestas y
redacta el testamento. Al poco de concluir cuanto había escrito y aún sentado
en la silla que le servía de ayuda, le inquirió el Hermano Terrible sobre si el
fin a sus respuestas estaba sobre el papel y si había redactado el testamento
tal como era preceptivo antes de continuar con la ceremonia. Cómodo, sin
pronunciar palabra, le entregó el papel triangular. Y quedó allí, a la espera.
Clavado en la punta de la espada el papel que contenía los pensamientos de
Cómodo, partió el hermano terrible hacía el Altar, donde el venerable se
apoderó del documento. En el templo se guardaba religioso silencio. Sobre el techo
los rayos de luz del oriente se alargaban hasta ocultarse entre las nubes del
occidente. En el suelo un mosaico de cuadros negros y blancos: las paredes en
rojo. Los hermanos al norte y al medio día, sobre los maestros Hércules y Venus
sobre los aprendices. La cadena mística formada y cerrada espera la lectura de
las respuestas de Cómodo
- ¿Qué debe el Hombre a Dios?
- Nada -ha respondido Cómodo-
- ¿Qué se debe a si mismo?
- Nada -ha respondido Cómodo-
- ¿Qué debe a sus semejantes?
- Nada -ha respondido Cómodo-
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