sábado, 30 de junio de 2012

01073-12. NECROLOGÍA: 02.Odeón

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     POR ENTONCES FRISANDO LOS CINCUENTA AÑOS Odeón, aquellos pechos desnudos reflejándose en el espejo, tantas veces observados por el Señor de Las Hoyas, prendían de su cuerpo agarrados al duro témpano del tiempo, resaltados por la iluminación de la luz blanca, emergente de aquella pantalla, ante la cual El Señor de Las Hoyas dormitaba junto a sus pensamientos. Odeón contemplaba la calamorra del Señor de Las Hoyas en aquel estado de reposo, los ojos cerrados, dormida la voluntad, sin ventilación los oídos, seco el lagrimal, tal vez enrojecido el foramen, y entre el maxilar y el mentón los labios que tantas veces había basado como principio del fin del amor. Odeón contemplaba cuantos devernales sobresaliendo de ella la configuraban como un ser único; mirándose en el espejo. Sus senos, despoblados de las pasiones y envueltos en la memoria, refocilabanse por continuar vivos. Odeón se los palpaba y les hablaba como siempre lo había hecho desde que los descubriera; esperaba, POR ENTONCES FRISANDO LOS VEINTE AÑOS, de ellos todo el amor que pudieran darle, esperaba de ellos todo el sabor que pudieran dar. Odeón se preguntaba si había cumplido con aquellas lejanas expectativas; más aquello era solo un irreal recuerdo, POR ENTONCES FRISANDO LOS CINCUENTA AÑOS. Sus senos, ahora, solo sentían la molestia de un encuentro con la mano del Señor de Las Hoyas, quién dormía bajo la luz blanca de la pantalla. Sus pezones granosos, cuarteados por los fríos de la edad, trascordaban ilusiones, imágenes entrelazadas con cuentos y deseos, aspiraciones, sufrimientos, grávidos de los labios del Señor de Las Hoyas; y sin embargo, Odeón contemplaba la sonrisa desfigurada de sus pezones entre los momentos más dulces, salados y amargos de su existencia, entre insinuaciones papilares.

     Estaba allí, frente al espejo, oliscando las olores que de ellos, pechos y pezones, fomentaban al aire de sus canciones. Porque Odeón trinaba en los instantes de miedo, engastando del mejor modo posible las ronchas de la vida, la premura del destino. Ya no valían las cuentas de lo que falta, de lo penitente por llegar, de las rebeliones figuradas, prevalecía la desecación de sus pechos y de sus pezones, la inutilidad de seguir poseyéndolos, el estorbo de la driza desgastada, aquel peligro que suponía izar y arriar el ánimo consumado de los pensamientos esclerotizados. Suspiraba Odeón, POR ENTONCES FRISANDO LOS SETENTA AÑOS, ante el espejo; allí estaba Senescencia, la última de sus amigas, la única que le quedaba, la que le acompañaría en el postremo transcurso, la misma que les había dispuesto la última sala de sus encuentros. Era preciso, pues, hacer uso de la proplepsis, aguzando los oídos, y antever que padecer de las consecuencias de un proceso que, a la vista de la evidencia, se presentaba como irremediable. Pero, ¿qué hacer?. Senescencia ya se lo tenía advertido; el fin era ella. Como su mejor amiga, que decía ser, le hacía ver la ineficacia de sus intenciones, reprimiéndole abiertamente cualquier atisbo de bloquear el futuro. Predestinación dirigía el mundo y Reencarnación lo administraba; ambas se contorneaban a la piel de los hombres. ciñéndose de manera tal que el lazo apretado era más seguro que el nudo gordiano, porque el lazo apretado se resistía sin duda alguna a cualquier golpe de espada propiciado por el más noble de los tiranos.

     La vida es siempre peor de lo que imaginamos y sentimos; porque en la vida es preciso poner antes de obtener, como a semejanza de los bancos donde para reintegrar un dinero antes se ha hecho menester ingresarlo. Sin embargo la cuestión de la vida es otra, y es tan otra que perdemos la vida en encontrarla, que la malgastamos en buscarla, como si la vida como otra cosa existiese. ¡Ay, es destino tomar decisiones!.

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