miércoles, 6 de junio de 2012

01045-05.APIOLAR: 02.Crimen

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     Crimen miró el rostro de Hassan As-Sabbha. ¡que lástima maestro que tu hermoso rostro no fuera pintado por Velázquez!, y Crimen escribía para el número doce de la revista Hablada, el más grande pintor de todos los tiempos en todas las civilizaciones que haya la Tierra soportado sobre su corteza, que haya visto nacer el Universo en ninguno de sus planetas, el padre de todas las tendencias artísticas, el dios de la luz y del aire, el divino ejecutor de las sombras, de las profundidades, el hombre que escribía con pintura sobre el dibujo y creaba el lienzo. Quiero que conozcáis su portento. Don Diego es armonía en el porte, serenidad en la gradación de los matices, magia resultante de una energía universal, el orgullo de conocer el secreto, y unos dedos que responden tanto a una extraordinaria agudeza visual como a un cerebro que late en cada uno de ellos. La técnica es el milagro del volumen en un marco de dos dimensiones, las figuras no están estampadas al lienzo, sino que quedan exentas de la tela. La imprimación es delgada, dejando discurrir los acontecimientos en el cuadro, dándole resistencia intemporal y duradera permanencia, porque el color es inalterable. Persiste el color por la ausencia del ocre especialmente y por el desecho de aplicar empastes de color oscuro. Desarrollos sobre la tela de fondos gris claros o blanquecinos, acompañados de una penetración secuencial del color. El bosquejo proseguía su implantación en medios tonos pardos , con los colores locales expresados en ligeras indicaciones. Procedía, de seguido, con las partes destinadas a ser destacadas, procediendo con blanco, negro o colores específicamente locales, retoca y acababa empastando las partes de carnación, drapeando de seguido, y a continuación especificando semitonos y tintes secundarios. Terminaba con la punteación, esto es, luz y reflejos. Poco color y menos mezclas: es la esencia. 

     Y en Apiolar se leía, "hay necesidades que se cubren con impresiones. Hay impresiones que se cubren al instante, las hay que se evaporan con el paso de los días, tal vez semanas, y las hay que se afianzan cuando más imposibles resultan de satisfacer. Quisiera no parece cuanto de mi he de ocultar, quisiera aparentar lo preciso para confundirme a mi mismo y jamás, jamás, decir la verdad. El tiempo no existe, sin embargo condiciona toda la existencia, para el caso, exacto, de que existir tenga algún sentido. Quisiera, en tu honor, don Diego, ejecutar un acto de insigne grandeza. Tomaré en mi mano derecha, con sus pámpanos, un racimo de uva, mostrare mis dientes a mi víctima, y le ofreceré con gesto amable la virtud de Baco, mientras sostendré en mi mano izquierda un cuchillo con el que derramaré la sangre de aquel que tome de mi mano las uvas, asestándole enérgicos orificios en su espalda mientras dejo imperturbable la blancura de mis dientes".

    Era, llegado éste punto, momento de vestirse.

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