viernes, 22 de junio de 2012

01061-05.PRESIDENTE DE IMPALA: Verdad y Mentira

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     El Empíreo siempre conservaba el mismo pensamiento, pues era su propiedad resistir a cualesquiera idea, cualesquiera que fuese el sentido de su penetración y el origen de la acción de los rayos luminosos, su forma y entereza. Y decía... "si cambio he mentido, si miento debo callar, si callo por miedo a mentir siempre dudo sobre la verdad. Ante ésto, si digo siempre digo verdad; esto es, el error no existe si considero que existe la verdad. Más si existe la posibilidad del error, si existe la duda, la verdad no es si no parte integrante del error, de la duda, y existe como elemento interno de la duda, del error. Me da lo mismo, me da igual que cosa de las dos existe. Lo que no acepto es la existencia de las dos cosas". María preguntó. El Empíreo dio salida a éste ejemplo como muestra de lo antedicho
- Te amo. ¿Es verdad o es mentira? ¿Cuando te digo te amo, es verdad? Si fuese mentira, no sería verdad. Lo que yo digo hoy siempre será verdad, aunque resulte ser mentira ¿Comprendes ahora que el error no existe?
- Cualquiera se puede equivocar
- No si dice la verdad
- ¿Y cómo sabemos que decimos la verdad?
- Diciéndola; y si no estamos seguros, callando. No sabemos callar. Digo hoy te amo. Si mañana digo no te amo ¿Cuándo he mentido?
- Puede ser que nunca , puede ser que siempre.
- No existe la síntesis. Tengo que aceptar ambas tesis.
     Miraba María  desde el interior de la torre a la expandida ciudad de Impala. Aquel hombre que estaba muerto aún le amaba. Era su sentido de la realidad lo que le hacía descarriar, por lo demás ella siempre le amó. "En el mundo de las decisiones, mi pequeña María, la hetaira es la señora", aconsejole La Señora. Fue pasando el tiempo con la misma eterna lentitud que le es común desde que naciera. María erratil pasaba las mañanas en la torre hasta que llegada la hora de comer se preparaba algún alimento que la distrajera de los muchos quebrantos que venía sufriendo, en especial la ausencia que a tales horas del día tenía de la presencia del Empíreo. Por el amanecer de las tardes dormía y se esforzaba en las horas siguientes en despejarse y ataviarse de encantos, pues al despejarse el sol por el poniente era llegado el punto de las visitas del Empíreo. Sin embargo, al tiempo que los días se sucedían más prietos y compactos, reduciánse las llegadas del Empíreo, quién justificaba sus ausencias por lo mucho que tenía que platicar con el portazguero del éter. María tal no comprendía; "¿que tenía él que hablar con el portero?". Y nacía en ella la desesperanza, pues qué hacía allí recluida. Contemplaba su vida con la visión viviendo recuerdos, con el ánimo restregado de sueños y un ímpetu antinatural de seguir respirando. Pero... ?para qué? Con la muerte del Empíreo el sentido de la vida había muerto, ¿para qué seguir viviendo? Su pecho, sin embargo, vivía en desasosiego, como si de su natural adentro algo dormido quisiese salir a la luz de los días, a la luz de las noches , a la vida. En estos momentos respiraba y un alivio hacía retroceder aquellos malos pensamientos que la atenazaban, de modo que cuanto más recejaba más hacía el futuro iba corriendo. No era aún, no cabía duda, tiempo de morir, que la luna al pasar por la linde de la ventana le sonreía y animaba a seguir viviendo, causándole placer saber que sus palabras, viajantes por el universo, anunciaba a los astros que vivía prisionera en aquella torre que acrecentaba sus tormentos, mientras con cadencia interminable, por las noches, en el salón, al paso de las noches aprendieron a callar sus palabras , que cuando alguna salía de su garganta expandíase libre por la sala hasta ir a morir en las paredes que ponían fin al espacio, de modo que nada se les oponía, de modo que dejaron de salir de su garganta palabras, y ella cerraba los ojos y sonreía, aunque nadie la viera ser feliz en aquel salón donde descansaba su vida. De niña, María, imaginaba su viejo cuerpo desnudo, su piel llena de pliegues, un sabor enmohecido, la paz del tiempo impregnando sus pensamientos. Más aquel espejo solo le infundía miedo. Deseaba la muerte antes que enfrentarse a la desconocida tarea.
     Y los veía.
     Como miraban la casa e intentaba abrir la puerta
     Aquella puerta del Chaflán que ya no se abría.
     Con aquella llave ante la cual la puerta cedía.
- ¿Está seguro que es ésta la llave?
     El Haz de seguridad ya no estaba seguro ni de estar vivo.
     Se levantó de hombros y miró, al tiempo, al infinito. 

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