martes, 5 de junio de 2012

01044-04.APIOLAR: 01.Crimen

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     Crimen levantó la vista, la traía arrastrando por los suelos de su ignominia; ¡que deshonra pública era no ser conocido!. Caminar por las calles como un ignoto declinaba en él aflicciones nemórales, pues dabale igual, a la vista de lo negror de su existencia, sancionar o no sus desdichas con crímenes tan embelecados. Ante él solo un gemebundo veía, alguien que había perdido la capacidad de ver, de quién las olores del tiempo eran solo un recuerdo inconsistente; llamé a su puerta, ¡que alegría la de Evelio saber que lo visitaría. Le pregunté por su hermana, "enferma" dijo, "continua de ti enamorada". Y me siguió diciendo que por qué no la invitaba a salir, sino a menudo si de vez en cuando, de tarde en tarde si yo mejor quería, aunque solo fuera por compensar aquellos tiempos en los cuales ella me mostraba el coño ajeno a cualquier ligadura. Sentí no poder satisfacerle, me sentí culpable, sentí no poder quedarme, se lo dije con el corazón en la mano, sentí que tras mi marcha quedara su hermana tan estrecha, pero Evelio tenía que comprender que yo no amaba a Julia. "Mira, aquí la tienes", era aquella figura de mujer que por ser ella, Julia para mi había traído. Varias veces insistió..., "es tuya, posó para ti" me decía, y yo la dejaba, tras cogerla de su mano, sobre la repisa, a la derecha, del mueble de la entrada. "Llévatela", cuando Julia despierte y caiga en su ausencia, yo le diré que tus manos se la llevaron a tu presencia, que la tienes en principal lugar de tu casa, que la veneras y que puedes ser, acaso, el principio de una vida unida. Déjame que se lo diga, ¡llévatela!, te lo ruego. Yo la tome en mi mano, "acepto el encargo" dije, ¿qué dije?, ¡estaba loco sin ninguna duda!. Evelio me dijo "espera, solo es recoger las llaves de casa y nos marchamos". Yo, en esto me puse los guantes, me cubrí el rostro e hice uso del sicario cuando Evelio volvió a mi lado. Luego, cubierto el acto principal de mi teatro, insertada en su vaina el arma, asegurado de que de mi ni una gota de liquido rojo se derramase fuera de la entrada, dejando a la sangre formar meandros y deltas sobre el suelo, a la vera del difunto y teniendo a éste como manantial, fui a por el cubo y la fregona, ¡que momento de pasión más indescriptible, ella durmiendo, él muerto y yo limpiando!. Vino de seguido lo más complicado y arduo, ponerle el pijama. ¡Ah!, movediza lumbre, llama candescente que subes, vela que te reduces, llama que subes y subes, cera que desapareces, vosotras dos que con vuestra presencia me hacéis compañía, la eterna eterna compaña de mis visiones idas, si cuando no veo y te enciendo, tu me vas mostrando como la llama limpia de una vela es solo humo que sube y sube al cenit sin tiento ninguno, que en el alumbrar se oscurece, se pierde y se vence, porque eres la misma luz de todos los tiempos, cándida y elástica, indiferente a quién te ha dado el sabor de florecer. Abrí, con gran recelo, la puerta que cierra el paso del aire del piso a la escalera, tenté con la vista, y salí, no poniendo los pies en el suelo, del piso, de la escalera y de la casa, y aún de la zona y aledaños, y más allá si cabe, hasta perderme con mi ropa y con Evelio, de modo que sabiendo qué hacer y a dónde iba, me sentí intransigente, fielmente invertido. ¿Hacia adónde voy con mis sentidos? "Es cierto que matar quiero; es cierto", leíase en la página ochenta y cinco del cuaderno. Y en la página cuarenta y dos de Apiolar  leíase "es evidente que matar quiero; es evidente"

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