viernes, 12 de febrero de 2016

02740-12.APIOLAR: "Asesinato" era una palabra que lo hacía enloquecer de placer

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      Era noviembre. La sucesión de calles que le llevaron al Capitol estaban dormidas. Solo al aproximarse a la sala pudo observar cierta aglomeración de curiosos, varios coches de policía y algún murmullo poco audible. Sin embargo Amancio estaba ido de aquello; después de cinco años Aglaya le había contado parte de su vida. Se podía imaginar a Gumersindo con la verga prieta a la mano, tirando de pellejo ante su hija. Porque el cabrón de Gumersindo sabía que Aglaya era su hija. ¡Increíble!. ¿Y el marido?, ¿cómo dijo?, ¡si, Gregorio!. Había dicho Gregorio, ¿sabría la relación de su supuesto padre con su mujer?. Aunque visto con cierta anchura Aglaya no se quedaba a la zaga del padre; la muy puta había tenido a su hija con otro, ¿Y Gregorio?. ¡Otra vez Gregorio!, ¿Lo sabía?. Fijo que era algo genetico, porque, sin duda alguna, era reconocible que actuaban con gran seguridad y elegancia, podían hacer sin ser descubiertos, y podían ser capaces de ocultarse de por vida. Visto desde la perspectiva que a Amancio interesaba, entre Gumersindo y Aglaya bien podrían haber cometido el crimen perfecto, ya que semejante aplomo y perpetuo silencio no eran fáciles de llevar. Miró al cielo; estaba oculto tras la oscuridad, e imaginose con Aglaya en un acaballadero haciendole la monta total, sobreviniendo una hinchazón entrepiernas que tuvo que reprimir, con su mano, al través de su bolsillo. De modo que cuando miró al frente las luces de la ciudad le cegaron y tuvo que abrir y cerrar varias veces los ojos hasta que pudo encarar la calle como era costumbre en él. Lo cierto era que no podía prescindir de aquella mujer; Aglaya, tan solo con su presencia, abrumaba su entendimiento. En ocasiones, considerando que era policía, sin duda nada le hubiese costado averiguar sobre la identidad de aquella mujer, sin embargo un sentimiento intimo de felicidad le decía que "¡no!", que no lo hiciera, que no le valdría la pena, que por qué romper el marco donde la felicidad anidaba y se sentía protegida. No, él no lo estropearía. Un resplandor recibía de Aglaya, una luz muy clara, esencia de aquel cuerpo, que radiaba a su vida, llenándola 

- Le estábamos esperando -lo recibió el Agente- 

- ¿Dónde está?

- Nos dijo el Comisario que usted se haría cargo -insistió-

- ¡Está en la sala?

- Donde lo encontraron. Ya llegó el Juez. Preguntó por usted

- ¿Hay alguien más?

- Evelio...

Tras pisar todos los escalones llegaron al final de la escalera. La doble puerta de la sala estaba abierta de par en par.

- ¿Quién es? -señalaba Amancio-

- El Acomodador; fue quién encontró el cadáver -dijo el Agente-

- Que no se vaya sin mi consentimiento...

En este punto Amancio había penetrado en la esencia de su existencia. Amancio no podía concebir un mundo sin asesinatos. "Asesinato" era una palabra que lo hacía enloquecer de placer, de tal guisa que la presencia ante el cadáver del estudiante en aquel cine le exaltaban los sentimientos mas encontrados, porque Amancio, aun pareciéndolo, no quería muertos, no soportaba a los muertos. Prefería la palabra "asesino", sonabale bien "el asesinado", que a su entender tenia fuerza, frente a la palabra "homicida", porque parecía designar a un fruslero, a un individuo endeble, pusilánime y de muy mala traza. El concepto de asesino mostraba una actitud seria frente al arte del asesinato, lo que no lograba significar el concepto de homicida. Sin embargo era muy difícil encontrarse con un verdadero asesino, un ser recto que condujese su existencia hacía el asesinato formal, con fondo y con tratamiento histórico. Lo usual eran homicidas, por esto era que los encontraba sin grandes trabas por las muchas pistas que dejaban tras de si, y sobre el muerto. Sobre el cadáver siempre estaba escrito el nombre del criminal; huellas, indicios, motivos, objetivos, el cómo y el porqué. Era muy sencillo. Bastaba con mirar, ponerse frente a la lógica e ir desprendiendo, una tras otra, todas las láminas, hasta dejar el cuerpo al aire y en descubierto al asesino. Precisaba de un actor que al ejecutar una actividad obstruyese el camino de la ley. En esto fundamentaba Amancio su trabajo, localización del hecho, descifrado de su contenido, y designación del asesino. Fácil; era para Amancio un oficio llevadero. "Yo soy bueno" le dijo Severo "tú eres mejor" a Amancio.

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