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06837 (23.03.2022 - La cerilla)
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Rara vez sucede algo extraordinario en la vida de la persona; es lo normal que sucedan cosas normales entre dos sucesos extraordinarios como son el nacer y el morir. En general, digamos, acudimos a esos dos momentos cumbre de la vida de una persona; nos alegra ver su nacimiento, aunque pensemos "la que le espera en esta vida", y nos entristece ver su muerte, aunque pensemos que "por fin ha descansado de esta vida". Y luego, nada.
Entre el nacer y el morir, la vida es existencia que, de ordinario, no va a lugar alguno, sino que nos sume en una suerte de presa de la naturaleza y de la historia. Pero, esta realidad tendemos a ignorarla, y en el espacio/tiempo finito de nuestro ser consideramos que el infinito es lo que hay entre el nacer y el morir, como pareciendo que todo cuanto somos seguirá siendo más allá de nuestra existencia y que ya lo fue antes de nuestra existencia.
Lo importante no es ni nacer ni morir ya que lo que se significa como real es el continúo presente que es nuestra vida, una vida sin pasado y sin futuro, encarcelada en el presente de la supervivencia, de forma que, si alguna maldad ha de caer, es mejor que siempre caiga sobre los demás.
Lo importante es "uno", los "demás" son necesarios para uno, y prescindibles siempre que sean reemplazables a nuestro antojo.
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