sábado, 1 de diciembre de 2012

01261-03.EL PREDIO: 01.Del Hombre de Las Quinolas

DOCUMENTO ANTERIOR:  01211

DOCUMENTO POSTERIOR: 01427



     Jacobo narro a Justino Quemadura Tercero de los pasos que había dado y de los pendientes por dar. La Abuela le había presentado a Blanca Sirvent Quemadura, la cual tenía un hermano y por la cual había conocido a Hugo Soler Quemadura; éste último disponía de un borrador de escritura donde figuraban cuatro fincas. En cuanto a los dos hermanos, el marido de Blanca tenía una ligera idea de por donde andaba el monte pero de papeles nada de nada. Estos primos lo eran de dos hermanas, Paulina y Serena, ambas hijas de Kakos Quemadura, a nombre de quién aún estaban inscritas la totalidad de las tierras del Maset.

      Justino tosió; ¿cómo era posible?. Era necesario hacer las hijuelas de Paulina y de Serena, aportar las certificaciones de defunción, últimas voluntades y testamentos ó declaraciones de herederos, y de seguido hacer las adjudicaciones de Blanca, Eloy y Hugo. Jacobo asintió por tener lo dicho por cierto. Justino dijo que tal vez ya era llegado el momento de que su sobrino  conociera la historia de aquella su familia. Procedemos del Hombre de Las Quinolas, ¿quién fue?, no lo sabemos. Nunca nadie lo supo, ni tan siquiera sus hijos. Y si es cierto que existen leyendas, no es menos cierto que son leyendas. Dejó, cuando desapareció, tierras y dinero, y un poder figurado que sus primeros descendientes extraviaron porque no comprendieron, de forma que al tratar entre ellos nacieron las guerras que los perdieron entre el fuego y las quemaduras que en sus cuerpos se dibujaron. Cuando el Hombre de Las Quinolas abandono el foso donde había sido quemado, reconoció como suyo todo el antiguo Campo del Maset que encontró abandonado, y con el solo aliento de su pensamiento lo lleno de riquezas. Con el sonido de la esquileta que halló junto a su tumba, apenas hubo esbozado una sonrisa de vida, tronó por los montes y sus vaguadas, por los llanos y barrancos, la norma de su pensamiento y el objeto de su levantamiento. Tomó hembra El Hombre de Las Quinolas, aprendió el juego del burro, ganó y fue campeón en aquel desierto de monte bajo. De él procedemos. Justino El Quemado y Kakos Quemadura, ambos proyectados por una visión lardosa de sus destinos. Tras la muerte de Mauro El Dasonomo recuperó las luces sobre la vida su padre Justino El Quemado, quién trazó con Kakos Quemadura los acuerdos cuyo fin fue impedir la aniquilación total de los Quemados. Kakos firmó para si la Casa del Maset más dos partes de la totalidad de las tierras dejada por el Hombre de Las Quinolas, para Justino El Quemado la casa Principal y la Casa Bastarda además de una parte de las tierras. ¡Por fin habían llegado a un acuerdo!. Era preciso llegar a un acuerdo, necesario terminar con las hostilidades, aunque fuera a costa de un patrimonio, pero prevalecía el futuro. Lo importante para Justino El Quemado era romper con esa tierra y abrir lejos de ella una línea de sucesión pura. Se sintió bien rotas las ataduras que le mantenían sin pensamiento. La lucha se conducía por caminos peligrosos y el temor ante la engendrada barbarie de Kakos le aconsejaba retirarse con su vida y las dos casas por patrimonio. Fue una liberación cuando se despidió de Kakos  quien le ofrecía su mirada llena de odio y su frente arrugada convertida en un campo de intolerancia. Así fue como Justino El Quemado dispuso la vida de su hijo Jacobo Quemadura Primero en Impala. Los estudios de leyes que pudo realizar en su adolescencia lo prepararon para vivir en el ambiente mundano de una ciudad, alejado de las fatigas del campo y sumido en las actividades de las manos limpias. El Hombre de Las Quinolas tendría que esperar a una nueva generación. Mientras la historia ya estaba materializada, Jacobo Quemadura Primero vendió la Casa Bastarla que habitara Mauro El Dasonomo, y llena la escarcela de monedas ejerció las leyes en Impala, trasladando a su hijo la piel del carnero, la historia del Hombre de Las Quinolas y la desesperación de un destino necio; “necio, que necio he sido aceptando un encargo que no es mío. Miro a mi alrededor, solo aspiro el olor de la latebra que me tienen circundado. Ellos se enfrentaron en un eterno transcurrir de golpes y mezquindades, rompieron los lazos y condicionaron las vidas de sus sucesores. ¿Qué quisieron?. “No se hace lo que uno soñó hacer, ni tan siquiera lo que uno pensó hacer. ¿Queréis escapar de esta latebra?. Hacedlo, pero perderéis todo lo que vuestro nacimiento os otorgó. Nacer es una sucesión de imprevistos, entre ellos el lugar, y especialmente el sitio. Hay hombres que se mueven del sitio, los hay que permanecen eternamente sujetos al sitio, y aún un tercer grupo que va y viene del sitio. La vida es, pues, lo que hacemos en el sitio y con el sitio que el nacimiento nos otorgo. Mi obligación como padre es daros el sitio; estáis a medio camino entre la miseria y la riqueza, entre la idiotez y la inteligencia, entre el malestar y el bienestar, podéis ser pisoneados y podéis apisonar, vivir como hombres grises ó morir embadurnados de cualquier color. La mejor elección es aquella que nunca nos atrevimos a tomar”. Jacobo y Justino atendían melilotos las palabras de su padre mientras golpeaban, en los cristales de las ventanas del despacho, las cerunias que acompañaban a los rayos al son de las patrañas en que se convertían aquellas palabras. ¿Qué podían ellos entender?. Covadonga Tercero le hizo ver que aquellos cuentos no eran apropiados para gente tan joven como aún eran los chicos, ¿qué pretendía?. Pues ya tendrían tiempo. Lo cierto es que para él otro fue el trato. “¿Tú médico?, ¿qué dices, mentecato?. Lo que necesitamos es un advocato; ¡eso es lo que necesitamos!, me miraba mi padre ojizaino, no precisamos de médicos matadores de lo humano, es preciso que comprendas lo brumoso de nuestra historia para que puedas transmitir lo que no está a nuestro alcance. ¿Comprendes lo que te digo?. El Hombre de Las Quinolas, al despertar quemado, asqueroso, repugnante, inmundo, procreo un doble linaje de maldades y bondades, de fieras enconadas, depositando en la Casa Principal los papeles que nos condenarían a la búsqueda de nuestra salvación”. El Médico les dijo al Físico y al Abogado “el amor es un sentimiento oblicuo que pasa por delante de nosotros en biset, en cuanto al goce es un sentido cultural, lo sensual no existe en la naturaleza ya que la naturaleza es mecánica y la masturbación una huida hacía la incapacidad física. ¿Sabéis de que os hablo?. Escuchadme bien los dos. Tu Jacobo no la amas pero la necesitas. Tu Justino no la necesitas pero la amas. Sabed que es insoslayable. ¿Qué puedo decir de mi padre?. Contaba cosas que se agarraban a la tierra, como aquella en la que dos parientes lejanos, con origen en El Hombre de las Quinolas, batallaron hasta conseguir la paz que los separó y alejo al uno del otro. ¿Vale la pena firmar la paz, para de seguido no hablarse jamás?. ¡Cuanta curiosidad genera el entendimiento humano por su incapacidad para entender!. Creo que sucedió allá, por los tiempos de mi tatarabuelo Aristeo  Quemadura, cuando los dos linajes se encontraron en los Campos del Maset para rendirse puñales en sus cuerpos. Aquel día los extremos aún más se separaron, y esperaban uno y otro el momento preparado u ocasional que los estableciese en posiciones avanzadas y dominantes. Cuidaba sus colmenas Aristeo mientras en los ratos libres a Euridice perseguía, sabiendo de los peligros a que se exponía cuando invadía las tierras de Diomedes, quién le advertía y sentenciaba de la mucha carne humana que precisaban sus bestias. Habían heredado del Hombre de Las Quinolas estas disputas por lo palpable e impalpable de la existencia.

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