DOCUMENTO ANTERIOR: 01217
DOCUMENTO POSTERIOR: 01330
Seguía el señor Canalejas subido en lo alto, desde
que allí lo pusieron. ¿Cuanto tiempo puede permanecer un hombre en lo alto?.
Allí había quedado prendido de piedra el señor Canalejas, en lo alto, desde que
tuviera que legislar el ruido de los carruajes tirados por caballos, pues
peliagudo justificar era por qué caballos y no yeguas, y era que las yeguas no
sabían realizar aquel serio trabajo porque eran yeguas y solo, decíalo la ley,
por eso. Se le ve en la explanada de San Carlos, al señor Canalejas, de piedra,
junto a un león equivocado. Desde allí, sin embargo, desde la columnata, las
cosas del mundo denotaban mayor amplitud y perspectivas más asombrosas, desde allí
contemplaría las evoluciones del barco-pez de Monturiol, que se ponía en
práctica aquel loado día. Se vivía agitación en los muelles, toda la rada
atenta seguía el caminar de los sucesos, ¿qué acontecería?.
- Yo solo quiero, señor Cuartana, un empleo más
humano...
- Ya lo intento don Cosme García...
Y
evolucionaba el barco-pez de Monturiol en la rada.
La explanada
de los mártires era larga, estrecha y larga, aguada por el tiempo del levante,
¿dónde está el paseo de las palmeras?, era hija de la explanada de San Carlos.
Y ella entera, estrecha y larga, soportaba, mártir, las pisadas de los hombres
y de las mujeres que la hollaban. Le pesaba el pecho, los hombros le pesaban, y
el tiempo le pesaba, que mas que pasar se quedaba, sin saber para que se
quedaba. Y lo hacía mandando, deshecho el pensamiento y sin valor la esperanza,
cuanto todo parece al hombre de otro hombre y todo sabe a tiempo que no pasa.
La naturaleza es estática, nada cambia en el hombre salvo el bulto del dinero,
y en aquel lugar, después de que tomaran asiento sus veleidades, levantaría
Cómodo su imperio y aquel imperio sería el de los hombres, levantados por el
comodismo mas brillante, que niega a Dios, al hombre y al tiempo, que bate alas
en pro del silencio, la última risotada y el fin de la burda mentira humana.
Paseaba el incauto por aquel declarado su imperio, nadie que lo viera pasar,
paseando, pensara jamás que aquel Cómodo de otros tiempos, tuviera declarado su
imperio, nadie que allí le viera pudiera pensar que era distinto y eterno,
eterno mientras tuviese aliento, la resultante de un momento, el valor
aparente, la decisión de otros...., poco es un ser inmerso en si mismo y para
si mismo, aspirando, tan sólo, así mismo. Se muestra, a lo largo de aquel largo
paseo, como aquello que siempre ha ocultado, lo oculto, y entroniza este leve
discurso: "el hombre es aquello que oculta, la razón que esconde, la
mentira que siempre guarda, la esperanza que le avergüenza, la estricta
sensación de no vivir, los hechos consumados..., doña Blanca", murmuran
sus entrañas. Y la ve de las aguas desnudas salir, de las aguas del mar
mediterráneo, impoluto su blanco pelo de la sal, húmeda y limpia, y enamorado
de aquel ofrecimiento, que ya considera suyo, camina a su encuentro, mientras
Blanca, que no le puede ver, ya se ha arrodillado en la arena y seca sus pechos
y seca su vulva indiferente al suceso, ajena al acontecimiento, y cae tumbada
sobre la arena, al sol la espalda y a Cómodo que viene, presuroso y con la
voluntad despejada, sus terrenos vaginales sobreviene, quien extrayendo de su
cueva el falo dormido y ahora vivo, la toma, bajo los influjos de un adagio de violín
de un concierto de Bach, de los muslos, la eleva y la penetra jadeante,
mientras ella, indiferente al macho, toma el sol y duerme, y sueña... y
ensoñada como se hallaba fantaseaba a Cómodo venir, presuroso y con la voluntad
despejada, extrayendo de su cueva el falo, vivo al advertir su presencia,
subyugado a la hembra. Presumidas quedan las fieras que se ofrecen y son
satisfechas, en las playas de Alicante..., Postiguet, Alcocó, Albufereta, San
Juan, Los Borrachos, Calabarda, Saladar..., podrás, fiera, mostrar tus necios
encantos, ofrecer y poseer serán los nuevos conceptos salidos de la
transmutación de los valores, los términos que, en el Sistema de Inflexión, han
venido a sustituir al bien y al mal. La vida nace muerta; ¿qué mejor consideración
merece la muerte?. Tal es la urbanidad sin la cual no es posible al hombre el
triunfo. Satisfecho se yergue: por San Telmo, el otro postigo, el más cercano a
la Puerta del
mar, ve salir gente de la ciudad. Los balnearios de la playa del Postiguet
abren sus habitaciones, circulando por sus pasillos centrales gran cantidad de
familias, envueltas en albornoces para que el cuerpo este caliente y pueda
reaccionar adecuadamente contra la impresión que produce la frialdad del agua,
los hay, y apenas se les puede ver, que ya están a pie de las escalerillas que
conducen al mar, mojando los pies antes de la zambullida, tras haberlos
calentado levemente al sol. Los hay, no obstante, mucho mas avanzados, son
aquellos que mojan su rostro y su pecho en evitación de que haya un
agolpamiento sanguíneo del exterior al interior, y de los miembros inferiores a
la cabeza. Los hay, finalmente, que regresan del baño a sus casetas, se cubren
debidamente el cuerpo y toman un vino generoso. De los establecimientos se
renuncia a hacer su elogio, pues el público, imparcial y justo, juzgara de
ellos con la justicia que se merece por su elegante y sólida construcción, sus
espaciosas y cómodas habitaciones y su excelente salón de descanso, sin olvidar
las vistas que a los ojos avezados procura, el solaz que sienten los ojos
cansados y el bienestar general que recibe la totalidad del cuerpo y en
especial los oídos al ser, estos, tratados con la dulce música mediterránea. El
bañero está a su servicio, él le atiende en todos sus gustos, acuda y conozca
al bañero, quién le proveerá de habitaciones y cuartos, le indicará donde está
el departamento general de baños, en la tina pondrá agua caliente de mar, le surtirá
de bata o de botarga para las señoras, de sabanas si las precisa, de un par de
calzoncillos, de blusas y hasta de sombreros. Cómodo se siente revivido. Ha
sido, el suyo, aquel, un polvo con contenido. No ha sido un polvo cualquiera.
Es capaz, como se vera a lo largo de esta la vida oculta de Cómodo, de salvar
mil obstáculos más. Ha caminado un poco más hacia el levante, hasta los lugares
del caballero Bonivern, señor éste cuyas armas puso a resguardo en lo alto de la Cruz de Piedra, en linterna,
altillo frente al cual la privativa fuente de La Goteta , queda en ruinas,
sobre el cerro del Calvario, la ermita de Santa Ana. A su derecha ve venir a
los canteros de Malivern, y a los obreros de la Británica , y a los del
refino del aceite. ¡ Imbéciles que trabajan y no disfrutan de los baños!. Desde
allí los vio llegar con el alma cargada de cansancio; uno de ellos entrado en
años, el otro sin apenas años en su vida. Descalzáronse y entraron en aquel mar
azul que sería, para ellos y sus sucesores, su eterna casa. Poco más tarde,
antes habían estado hablando con un pescador de Alcocó, se calzaron, tomaron lo
poco que cargaban y subieron al arrabal por la calzada del mar. Cómodo se
sintió interesado por ellos, más no fue a su encuentro, no preguntó por ellos,
quienes eran aquellos.
- El mayor es un soldado de los tercios, su hijo el
menor. Caminan en busca de dos mujeres perdidas -dijo Alcocó-
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