sábado, 18 de abril de 2020

05766-15.APIOLAR: Explicaciones de un asesino

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04318 (18.05.2018 - Cierre del Capitol)

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       Vivir del asesinato es ganarse la vida, al modo de un pescador; mata el asesino, mata el pescador. También al modo de un agricultor: arranca la vida el asesino, arranca el fruto de la tierra el agricultor. Nadie aplaude al pescador cuando alza el pescado de la mar a la barca. Nadie aplaude al agricultor cuando separa al fruto del soporte que le da vida. Nadie aplaude al asesino que, como el pescador y el agricultor, mata para ganarse la vida. Así es como es un trabajo sucio, que se hace a escondidas, sin espectacularidad, en la noche, entre las sombras, al pairo de la traición, como es un trabajo oscuro el del pescador y el del agricultor, como lo es el del auxiliar administrativo. El asesinato para vivir es una vulgaridad y no merece el aplauso, como no lo merece el pescador ni, tampoco, el agricultor, y sin embargo es un trabajo. Porque vivir, mal que pese a la digna conciencia del hombre, es un asesinato. Sin embargo, me llama la atención no saber por qué aplaudo al actor subido en un escenario. Ser actor es una consideración, una observancia de la inclinación humana, una necesidad. Nadie es actor en un páramo, ni el hombre de letras ni el hombre de ganados. En el yermo terreno solo el tiempo causa estragos. Es la naturaleza la que nos impone las condiciones de existencia; de ser blanca mi piel, tartamuda mi expresión o necio cuanto digo, la naturaleza es la responsable. Mis genes son anteriores a mí, y en ellos está escrita mi necesidad de asesinar. En esto distingo que si asesino por necesidad, asesinar no es un trabajo. Y me pregunto "¿es ocio?", de modo que siendo así, ¡ocio!, la argumentación del Viejo de la Montaña no me serviría para justificar mis acciones, ya que Hassan as-Sabbad las entiende hacía un fin público. Lo que entroncaría con el entendimiento vocacional; ¿se tiene vocación en el matar?. ¡Si, sin duda!. A la guerra "en el nombre de Dios". Asesinar por vocación es un insulto a la naturaleza de las cosas. Dios me manda asesinar; la iglesia y el nacionalismo están llenos de mandatos divinos para asesinar. Más no este mi caso. Lo cierto es que no asesino por vocación, ni lo hago por trabajo. Solo me queda que sea por necesidad, esto es, inclinación de la naturaleza. Sin embargo, ¡no!, algo me dice que yo no mato por alabar a la naturaleza, que no siento la necesidad, que si así fuera, diría yo que estaba mi condición humana enferma, y no me veo enfermo, sino sano, y en plenitud de mis decisiones. ¿Por qué, entonces, apiolo? 

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