viernes, 27 de abril de 2018

04276-37.NOTAS PARA UN IMPOSIBLE MANIFIESTO ANARQUISTA: 13.Primera Pre-Era: Del Círculo al Quicio: ¿A quién le habla la Imagen Divina?: al más capaz para sostener el gobierno.

DOCUMENTO ANTERIOR
04241 (13.04.2018 - 12.Primera Pre-Era: Del Círculo al Quicio
                                      ¿A quién le habla la Imagen Divina?)

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04295 (06.05.2018 - 01.Segunda Pre-Era: Del Quicio al Estado)


     Todos los milagros, sin excepción y que conozcamos, siempre se manifiestan ante hombres; uno es lo usual, dos o tres lo extraordinario, a todo el Pueblo radicalmente no. ¿Por qué la Imagen Divina nunca se ha manifestado al conjunto de los hombres que forman un pueblo?. ¿No sería acaso más fácil para sus divinos propósitos, presentarse a la totalidad de los hombres de un pueblo?. Podríamos contestar que los designios de la Imagen Divina son inescrutables, pero para esto necesitaríamos poseer el sentido de la fe o ceguera y el entendimiento de la claudicación o sometimiento, de modo que la razón quedaría debidamente justificada para admitir la buena pretensión de la Imagen Divina. Como tales categorías no nos son afines, hemos de sostener la pregunta e insistir en la respuesta. ¿A quién le habla la Imagen Divina?: al más capaz para sostener el gobierno. Aunque esto no venga a resolver la cuestión, ya que desde el estricto concepto de la razón la Imagen Divina no existe, hemos dicho, sino que es una prolongación del Hombre que deviene sobre él.

     El QUICIO es el final de un camino que principia en la revelación y se extiende por el álveo. Allí se delimita el interior del exterior. Esto es, desde la oscuridad del interior se vislumbra la luz en el exterior. La Sustancia de Hombres, con el Hombre en el Cado como Iluminado a su frente, queda deslumbrada ante el fulgor que estalla ante él, la revelación del Portento, de lo que resulta ceguera. Esta afección que se opone a que los rayos luminosos lleguen hasta la profundidad de la mente es una ceguera accidental, pues resulta ser la consecuencia de esa violencia exterior. Tal afecto ofusca la razón y se instala en el sentido. Es decir, la explosión de luz que recibe el Conglomerado se torna plena oscuridad. Esta parca de la unidad, el Conglomerado, inserta en su conciencia, queda, a su vez, plasmada en al ánimo de sus hombres, de modo que del alma colectiva deviene un alma en cada hombre, donde la oscuridad, como consecuencia de la ceguera colectiva, se instala, se reproduce en cada nueva generación y en cada uno de los hombres. El ALMA es lo que en el Hombre hace posible que el Milagro sea reconocido, admitido y fundado. Cuando se inicia el camino es una certeza que la Imagen Divina existe como algo exterior al Hombre, pues aquí reside la conciencia de que abandonar el movimiento aleatorio trajo consigo que el Azar, ya derrotado, ocupase la parte del bien negativo. La admisión del Milagro imprime carácter a la evidencia, de modo que la fundamentación de la Imagen Divina se sitúa en el Alma como parte indemostrable de la existencia del Hombre. Nos hallamos, pues, ante el primer mito en la vida del hombre, que es, simplemente, una consecuencia de la aparición del Alma. El MITO surge para demostrar la existencia del Alma; este es su contenido. En cuanto a su continente, el Mito refiere como el Alma transgrede la muerte del cuerpo, de modo tal que continua su existencia desde la oscuridad producida por la revelación del portento, y la consiguiente ceguera, por un túnel indefinido e indeterminado, que concluye en una luz blanca, punto éste en el cual el Alma alcanza a la Imagen Divina y, nos dice el Mito, el Alma es feliz. Este hecho, con ser excepcional desde el punto de vista individual, se muestra como la consecuencia de aquel suceso que acontece en el Quicio, lugar donde la luz se impone a la oscuridad.      

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