04304-10.DIARIO DE UN VIEJO CASADO: Un día de amor cada día

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Lo primero, al alba, es despertar,
besar a mi amada, ver que esta viva,
abandonar el ayuno de la noche,
sonreír a mi amada, preguntarle
cómo está, cómo ha dormido, qué
hará hoy, mientras ella me responde,
me pregunta lo que yo, ya antes le
pregunté, respondiendo yo, y luego
el silencio entre los dos, cruces de
miradas, y sonrisas, sonrisas de amor.

Lo segundo es desaparecer, yo de mi
amada, mi amada de mi, cada uno
en su quehacer, prometiendo volver,
cada uno en su deseo, al medio día.

Yo ocupo la calle, con parsimonia,
recordando la sonrisa de mi amada,
revisando los edificios, los comercios,
los hombres y mujeres que pasan, con
prisas o sin prisas, con sus miradas
perdidas, altivas, indiferentes, cansadas,
idas, con volumen y sin volumen, con
ganas, sin ganas, en ocasiones no me
miran, mirándome, con desgana, con
curiosidad, sin mirarme, desde los
coches, los autobuses, los tranvías,
algunos desde los balcones, otros desde
la acera de enfrente, esperando que un
semáforo se torne verde, mientras yo
busco por las calles plateadas aquellos
asuntos que esperan para verme.

Lo cuarto volver a casa, con mi amada,
un beso de amor entre mis labios, saber
que he de volver a verla con sus asuntos
tragados, que devuelve, dulcemente,
sobre mis oídos deseosos de escuchar
que me ama, que ha sido feliz en su
soledad, entre los fuegos de la mañana,
mientras buscaba, de mis labios, ese
reparador beso, sentarse junto a mi,
comer y beber, quedarse en silencio,
descansar de los oficios del día, saber
que la amo cuando está sola, cuando
está conmigo, en ese tiempo perezoso
que se pierde en la tarde y rebrota al
anochecer, cada uno en lo suyo, como
hablando, sin espacio, sin estar juntos.

Lo quinto es abrazarla en la cama, oler
su carne, sentir que es mi más preciado
bien, el único que no cambiaría por nada,
al tiempo que cierro mis ojos tras ese
beso que se ha de enlazar con aquel
prometido que nacerá con la mañana.