miércoles, 21 de agosto de 2019

05308-89.IMPOSIBLES: De la muerte de Teofilo

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     Fue durante la celebración de los Juegos Píticos que Teofilo se presentó en el templo de Apolo Pítio, lo que hizo por indicación de la pitonisa de Delfos; ésta le había señalado que su muerte sería a manos de una bestia infernal de cuatro ruedas que se alimentaba de petróleo, pero que para que tal hecho no aconteciese era menester que acudiese y participase en tales juegos.

    A Teofilo le horrorizo el oráculo por dos motivos principales; el primero porque no alcanzaba a comprender cómo era posible que pudiera existir una bestia capaz de alimentarse de betún, de ahí que pensó que la tal bestia mucha bestia tenía que ser y de amplia mala leche, por la ingesta del asfalto que era su alimento; el segundo bien sabía Teofilo que no sabía de música, ni tocar instrumento musical alguno, ni componer versos sabía, ni era capaz correr, ni de luchar, ni de saltar, ni lanzar disco ni jabalina, ni manejar cuadrigas ni bigas. 

    Lo único que sabía Teofilo era pensar, de modo que decidió no participar en los juegos, pero si acudió a Pito, esperando que aquella visita fuese suficiente y en la confianza que la pitonisa se equivocase. 

    Y pasaron los años; Teofilo vió como Roma ocupó Grecia, como Grecia pasó luego a ser una provincia del Imperio de Oriente, la llegada de los turcos, y el paso eterno de los siglos entre miles de vicisitudes, sin que la bestia infernal se le apareciese y se lo tragase de un solo bocado. Teofilo se acostumbró a vivir entre guerras y masacres, enfermedades y calamidades, sabiendo que su muerte estaría al albur de la bestia comedora de betún. 

    Andaba Teofilo por un camino carretero tras hacer una parada en una fonda donde le informaron de la llegada de un automóvil que, por aquellos lares, nunca nadie había visto, y que era, además de un extraña palabra, una invención de la calenturienta mente humana, a lo que dio ninguna importancia, pues después de tantos siglos de vida, que ya parecía eterna, estaba convencido que la bestia infernal nunca había existido y que por tanto fuese aquello del automóvil lo que fuese, en nada sería problema alguno ni en su vida ni en su existir, que oyó un ruido metálico a su espalda, sonido que provenía de una nube de polvo que se esparcía por la calzada, de modo que se detuvo en el mismo centro de la pista. 

    Tras el fuerte golpe que recibió, fue a caer al suelo y supo que algo no andaba bien ya que la muerte lo arrastraba tras de sí, mientras oía decir, "el automóvil ha matado a Teofilo".

   Teofilo miró, y preguntó, "¿de que se alimenta?"; "de petroleo" le contestaron; y Teofilo se acordó de la pitonisa, y murmuro, sin apenas aliento, "¡maldita bestia infernal!, tenía que llegar"

    La Muerte recogió los huesos de Teofilo y los llevó a a su templo, donde los depositó en un caldero, donde bullía Pitón desde que Apolo allí la sumergiese; todos los días, a lo largo de la eternidad que restaba, se asomaba la pitonisa al caldero y decía, "te lo dije, Teofilo, debiste de participar en los juegos".

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