sábado, 2 de octubre de 2010

00319-27.ALICANTE.1691: 3.El ataque francés

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- Dicen que sobre el camino de Vata unas mujeres tienen abierta a una francesa, ofreciéndola a cuantos varones por aquel lugar pasan, que jalean mientras la violan la entrepierna, metiéndole en lo profundo de su cuévano todo el odio del mundo, dicen que hacen con la hija de la francesa las hijas de las españolas a semejanza de sus mayores, y se enfadan las niñas con los niños a los que no se le levanta. Mientras, dicen, que se halla el francés vareado en su casa caída por aquellos que más le adeudan, y que hallan, así, el modo más perverso de mortificarle.

Cernida la noche obró el silencio su marco de arquitectura, que hasta la guadaña aparecía otras diversiones, pues matar cansa, tanto si te tiene por oficio como si se entiende por vocación.

El descanso, que fuera lento por el acumular de las pasiones, fue rápido en el trascurrir de los instantes, extremado de fatiga, no fue suficiente a la llegada del alba, momento que tomada Agua Amarga por setecientos franceses, batían retirada desigual los hombres del alférez Ivorra que, confundidos con los guardianes de las trincheras del Baver, babeaban arena, desarmados y llevados por el terror, hasta que detenidos por el capitán Martínez de Vera se rehízo la posición y se contuvo al invasor. Allí fue donde Manuel se encontró con sus hermanos, Lorenzo y Francisco, abrazándose con ellos y reclamándolos a sus órdenes.

Al atardecer, con cincuenta voluntarios, fue destinado el alférez Ivorra al convento de franciscanos, a cuatrocientos metros de los muros, adelantado, junto a la Montañeta, al auxilio de aquella posición, defendida por algunos voluntarios sin jefe. En compañía de sus hermanos pasó el alférez Ivorra revista al recinto; pudo recorrer la iglesia, levantada con piedras blancas de la misma cantera que encontraron en aquel lugar, de mampostería y extensas proporciones para lo que precisaba un paraje tan desolado como aquel de aquellos terrenos. Seis capillas laterales, tres frente a tres, comunicadas entre sí permitían hacer un recorrido lineal de la planta, descansado sobre las dos primeras de entrada y frente al altar mayor un coro. La capilla de la Comunión, esquinada a la derecha del presbítero, disponía de bóveda propia, a través de la cual la luz ejercía de iluminadora del santo lugar, a la otra vera del retablo del altar mayor, de madera y decorada con imágenes de santos franciscanos, la sacristía aparejada a una capilla de pequeñas dimensiones. Los frailes no se veían; todo el entramado, convento, iglesia y el huerto que lo circunda, regado por una noria, se presentaba rebelde a su uso y en medio de una refriega de insultos.

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