martes, 1 de mayo de 2012

01006-25.LIBROS: 01. Cómodo Centón: 06.Botsuana en 1992

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                         VII: EL OKAVANGO Y LOS DIOSES

    Desde Ceuta la Europea hasta Cabo de Buena Esperanza la Blanca, eres África el dios de los mil dioses, eres el rey de reyes de la divinidad, campo de aterrizaje y despegue de las órdenes y de las plegarias. Loado seas Señor de la Casa, mono de pelo blanco, de falo de cuarzo, que eres mi sostén, creador de la piedra y del hierro, del alma y del aire, que de los cinco elementos forjaste al hombre, y contra su orgullo fraguaste la muerte, a quién venciste para alabanza de tu orgullo.

    No es tu dios África de bandera ensangrentada el dios cercano, invisible y visible a un tiempo, de los blancos hombres que a ti fueron. No es tu dios una luz sombría iluminando un estrecho paraje de ideas, nocivas y violentas, cual es el dios de los hombres. Ni es tu dios, África oscurecida, el necio trasfondo de unos hombres enloquecidos, sino un alma retraída que busca alimento en el terreno, ese suelo que apenas ofrece pábulo. Coge lo que quieras..., hermosos caballos, hermosas mujeres, hermosos esclavos; cabalga, monta, golpea. Menos al hombre negro de la madre África, ¡oh dios...!, coge lo quieras allí donde el río y el camino cruzan sus pasos, allá donde los hombres acrecientan su ceguera y vuelven con mejor visión al mundo, más aptos al bandidaje, muchos más expertos en tonalidades, y esto sin que Biblia, Talmud o Corán fomenten sus nefastos sentidos pétreos. Hombres negros, sometidos, libres como deshechos, que elevan oraciones siempre, en continua suplica diaria, que llenan tu piel y la manchan con sus mofas, con sus burlas..., dioses de tu alma africana, constelación de los cielos, son rancios los pensamientos que alcanzan el sitio más oscuro en el bosque, junto al árbol caído en el camino, donde el vigilante que puede rastrea a la simple trepadora en el sitio más oscuro de la penumbra.

     África sin colores, que vives de tu padre y comes de tu madre, que devoras a los hombres y vives de los dioses, de quienes tomas el sustento, de sus intestinos el tiempo, huesos de los viejos, carne de los jóvenes y de los más pequeños, todo quemado con incienso en sus ollas nocturnaas, en sus tardes de terciopelo. Al desayuno los mayores, los medianos al almuerzo y a la cena los más jóvenes, los ancianos entre horas..., columna y vertebras, corazones..., con sirvientes que pulen tus ollas con los muslos de las más perfectas mujeres, encharcados en semen de los más elevados y miserables varones.

     No hay en toda tu corte, África del alma, un dios más elevado, OKAVANGO llamado, de lengua de león que se devora a sí mismo, hijo de Cubango y de Bie, que fue separado de su madre por su padre, y en la huida tras el rapto que fue hacía oriente, lejos de las aguas del Atlántico, fallecido Cubango, prosiguiendo a la deriva Okavango. Equivocado en su camino, sin norte, cansado, se impacientó Okavango por tener un hijo y sin mediarlo vino a desposarse con una mujer, una diosa viajera a su lado a quien llamo Agua, sin saber este ignorante dios que es la mujer un agua fresca que mata, un agua poco profunda que ahoga. Y sucedió que en las calenturas de aquellas ardientes tierras se negaron a morir en el mar, yendo a suicidarse en el blanco y cuarteado Makadakari tras la lenta agonía del Delta, su hijo, que es adorno de la unión del Okavango con el Agua.

     Pureza inmaculada, Okavango, blanca, madera blanca y sin mancha, tú que sabes negro Okavango que lo negro mancha. ¿Quién hizo de ti la poesía blanca?, señor de lo infinito, de lo que parte y de lo que regresa, dios de lo eterno y de lo inevitablemente perdurable, dios de roca que has soportado el fuego, que bañas en veneno al tibio frío de invierno, conocedor de lo más profundo, que es negro, de lo más blanco, que es blanco.

     Todas las almas de Ngamilandia dejaran en el suelo de Moremi, de Xaxaba, de Ramunsanyani, de Mojei, de la Isla del Jefe... sus excrementos antropomórficos, su visión animista de la vida, la contemplación de sus cosas. En esos momentos del alba y el crepúsculo saldrán las fieras de tu selva, Okavango, a vagar por la gran cuenca encharcada. Cebras, jirafas, impalas... monos y sus carniceros al acecho, como acechan ellos a la indefensa hierba, y ésta acecha a la tierra. Una jauría de miles de animales robaran al silencio de la selva el sonido de los miles de sonidos y el silencio perpetuo de jugar al escondite. No hay África juego más preciado en el Okavango. Todos se esconden, menos los nenúfares. De los felinos todos los bichos y los felinos de ser vistos; todos se esconden, hasta los más enormes. Elefantes violentos, de mala hostia formados, poderosos y amenazantes, depredadores de hierbas, tumbadores de palmeras..., si preguntas a los dioses te dirán que el elefante es su trompa como es del burro su gracia morder y de la hiena perseguir, sin existo, la realeza. Los amaneceres, que son tempranos y descansados, huelen a un silencioso movimiento de pezuñas, adviertes, entonces, como mucho silencio produce un gran ruido. Desde los más pequeños a los más grandes, los aéreos, los acuáticos y los terrestres, salen todos a devorar y ser devorados, salen a amar y ser amados, a reunirse en grandes manadas con los suyos y con los otros, oliendo los otros por unos, corriendo por los floridos pequeños trozos de sabana, chapoteando por las apenas profundas aguas. Allí suceden cosas milagrosas, encantamientos y hechizos, allí la hierba seca hará arder la hierba húmeda, la hiena pasará el día orando,l pasará la noche orando, más nadie de la hiena fiará, allí el pensamiento de un león bastará para matar a un impala, la cebra no se deshará de sus rayas, ni la corteza de un árbol se podrá adherir a otro, ni será suficiente un dedo para comer maíz, ni podrá esperar un buen trato aquel que sea víctima de un leopardo.

     Así entenderás África que siendo hijo de un dios sea el Delta solo un resultado, un macabro soporte de tierras, un silencio lleno de vida, un espectáculo intrasmisible. Acude África al Okavango, ir uno mismo vale más que enviar a alguien. Allí descubrirás que la desigualdad resulta agradable a la naturaleza y comprenderás lo penoso que resulta la superioridad. Inseguros, nerviosos, asustadizos, violentos, sin piedad y al asalto, en medio de una selva de árboles mezquinos, quebradizos y débiles, donde vivir juntos es sinónimo de perecer en soledad, los más hermosos animales te observaran. Podrás sentir a un tiempo el miedo y el temor, la autocomplacencia y la irresponsabilidad de la codicia de ver, ver, ver... Detendrás, en tus viajes por los brazos de mar y por las lenguas de tierra, el latido de tu corazón, y tu mente se refrescara, y tu cuerpo ahuyentara de ti el peso de la tragedia, y serás paciente cociendo una piedra hasta que de ella puedas beber su caldo.Y sabrás en aquellas horas de comunicación con la tierra y el agua que el remedio del hombre es el hombre y que se hace éste por los otros.

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