miércoles, 6 de marzo de 2013

01354- 56.ALICANTE: 06.Año 1844: 06.Los mártires de la libertad: 02.La batalla de Elda

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     Ahora bien, de cómo tiene lugar efectivamente la resolución de la encontrada, evita Pardo entrar en detalles, diciendo únicamente, sin gran convicción, de cómo Boné al grito de ¡viva la Reina! trata de buscar la confusión y acertar un golpe fatal. Se concluye que Pardo miente por omisión. Se afianza más la sospecha en este asunto si vemos el relato de José Amat, comandante de la milicia eldense y a las ordenes de Pardo “en efecto, éste (se refiere a Boné)con la caballería y sin dar lugar a los centinelas avanzados a dar aviso por haber venido encubierto por la falda de la montaña, se presentó a la compañía (de Pardo) dando fingidos vivas...”. Lejos de esto afirma Boné que al no lograr Pardo ocupar las posiciones que defendían los pronunciados, al ser grande la bravura y firmeza de estos, pasa al ardid de enviar a una compañía, que para mayor alarde de veracidad porta en la mano el morrión, y a las voces de “alto el fuego, viva la libertad: todos somos uno". Tales frases "no tengáis cuidado, todos somos uno, somos amigos”, las pone don José Amat en boca de los pronunciados, con lo cual el relato queda invertido. Sin embargo, ni Boné ni Amat debieron estar presentes en este hecho. Boné porque no se explaya en el mismo, y dice no haber estado, ya que si aquello hubiese sido objeto de una traición nos lo contaría con todo detalle, y Amat porque en ningún momento de la descripción de Pardo se dice que en la batalla intervinieran milicianos. Este hecho de la no incorporación al fuego de los milicianos de ninguno de los dos bandos se corrobora porque no aparecen ni heridos ni muertos de dicho cuerpo, ni como queda dicho lo manifiestan sus jefes, y si los hubo fue con carácter pasivo o de apoyo. Por otra parte nos encontramos con otro suceso, y se le hace a la razón del Autor que don José Amat confunde este nuevo hecho con el antes narrado. Manifiesta Boné “se me presentaron un capitán, dos oficiales y algunos soldados, solicitando cesase el fuego, pues sus columnas ansiaban adherirse a la libre bandera de Alicante, pidiéndome un abrazo, que lo di en aquel momento, como lo da un buen español, llorando de gozo y de marcial ternura. Mis oficiales de caballería echaron píe a tierra y se adelantaron a abrazar a los que ya miraban como hermanos; todo era entusiasmo y regocijo por tan feliz desenlace. El enemigo, empero, casi vencido ya en noble lucha, apeló al ardid, y aprovechando aquellos instantes de confianza y mandando una alevosa carga, introdujo la confusión entre mis valientes, que habían abandonado ya sus posiciones que a pesar de todo pudieron recuperar”. Veamos ahora el relato invertido al de Boné y del que es autor Amat, dice que llegados los enemigos con las frases de amistad ya conocidas, pregunto el capitán de la compañía de Pardo que dijesen quien era el jefe, y a la voz de que era Boné, el capitán grito “son enemigos” y ordeno una carga de fusilería, en ese instante se echó Boné sobre el capitán pero fue interceptado por Salvador Pomares, quién evitó la muerte del oficial por Boné, fallando al asestar el golpe a Boné.
     El encuentro de Elda fue favorable para Pardo.
     “Se ha confirmado la derrota de Boné: han perecido muchos y están entrando en esta ciudad varios, dispersos, reventados de cansancio; la noche anterior, toda ella, ha sido un continuo huracán de NE. Los Nacionales que han entrado dispersos, hacen grandes elogios del general Pardo y su caballería, pues les decían ‘tirar las armas y echad a correr’, no así a los Carabineros que los levantaban en el aire con las lanzas”.
     Y este es el comienzo de una nueva historia.
     Los pronunciados van a encerrarse en su concha, con la esperanza de ser prontamente salvados por los amigos. Los gubernamentales se van a detener delante del caparazón con la esperanza de que pronto se pudra el interior y tengan sus moradores que abrir ellos mismos la concha. En esto, básicamente, ha de consistir este discurso. Los primeros han fracasado. Los segundos jamás vencerán. Pero si los primeros no triunfan se debe sencillamente al engaño, no sabemos a ciencia cierta de quién, y si los segundos no vencen es evidente que se debe, ante todo, por la incapacidad militar de los protagonistas.
     Pero a los hombres de estas tierras de España les hace la felicidad que en la otra orilla de la rambla, que a las Españas en dos separa, esté el vencido, sin reparar que una rambla los separa y los tiene en combate y en greña eterna, de modo que del maltrecho se diga que huye vergonzosamente, dispersas las huestes por los campos de Elda, bajo el sufrimiento de la derrota y los cantos alegres de los hoy vencedores, “de modo que el vil Boné, segundo del sanguinario Cabrera, si supo urdir una trama en la capital valido del destino que en mala hora le diera el gobierno, en el campo ha sufrido el escarmiento que los hombres tenebrosos merecen, y aunque con fuerza va. Si bien se calcula que solo le acompañaran los que por sus crímenes no hayan regresado a sus pueblos”. Porque es cierto que la destrucción de Elda buscaba Boné, pero que batid ha sido para la gloria del trono y de la libertad, contándose con los heridos, “que han sido trece enemigos y dos de los buenos”.
     Y en el campo de Elda, perdida la tensión, sujeta la ansiedad a la personal razón, escribe el general Pardo “se me siguen presentando a bandadas nacionales y soldados, y espero que esta noche entraran muchos más, mientras que al mismo tiempo llega aterrado a Alicante el traidor Boné, cuya vida debe a la causalidad de no salir el tiro que con una pistola le asestó uno de mis valientes oficiales”.
     Boné regreso a Alicante “lleno de ira y dispuesto a perecer entre los escombros de la ciudad antes de rendirse”.
     Y en el triste silencio y abandono del acosado escribió a Europa la trama del engaño aquel, de cómo la traición venció y no la astucia de los enemigos, y concluye “tan alevosa conducta merece ciertamente llamar la atención de la Europa entera. Cuando así se falta a la fe prometida en el mismo campo de honor, si después de pedir un abrazo se asesina a los valientes que lo dieron, acordándose de la hidalguía castellana, ¿qué remedio queda cuando los bandos apelan a las armas para dirimir sus disensiones?. ¿No habrá piedad para el vencido?. ¿Se deberá rechazar con la punta de la lanza al que se presenta deponiendo su error?. ¿seguirá la lucha hasta perecer todos los que han llevado el nombre de enemigos?. Esto debería suceder ciertamente si imitando todos los españoles la ruin conducta del cobarde Pardo, hiciesen desaparecer la confianza entre los guerreros, haciendo de la traición un arma con que suplir la inferioridad numérica o reparar la vergüenza de una derrota”.
     Y las puertas de la ciudad se cerraron, Y Alicante, con el paso de los días, habría de convertirse en una población frente al mundo, de gentes vencidas, sin futuro cierto, de gentes angustiosas, desalentadas por el fatal agüero, y todos atrapados y sujetos, los unos por su propio destino y los segundos por el obligado poder del destino de los primeros.
     “Mientras así se chocaban la fuerza y la audacia, el poder constituido y el poder revolucionario, Alicante presentaba un aspecto desolador, al paso que sus habitantes patentizaban una vez mas su noble patriotismo y su alta moralidad”.

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