DOCUMENTO POSTERIOR: 01364
Ahora bien, de cómo tiene lugar
efectivamente la resolución de la encontrada, evita Pardo entrar en detalles,
diciendo únicamente, sin gran convicción, de cómo Boné al grito de ¡viva la Reina ! trata de buscar la
confusión y acertar un golpe fatal. Se concluye que Pardo miente por omisión.
Se afianza más la sospecha en este asunto si vemos el relato de José Amat,
comandante de la milicia eldense y a las ordenes de Pardo “en efecto, éste (se
refiere a Boné)con la caballería y sin dar lugar a los centinelas avanzados a
dar aviso por haber venido encubierto por la falda de la montaña, se presentó a
la compañía (de Pardo) dando fingidos vivas...”. Lejos de esto afirma Boné que
al no lograr Pardo ocupar las posiciones que defendían los pronunciados, al ser
grande la bravura y firmeza de estos, pasa al ardid de enviar a una compañía,
que para mayor alarde de veracidad porta en la mano el morrión, y a las voces
de “alto el fuego, viva la libertad: todos somos uno". Tales frases
"no tengáis cuidado, todos somos uno, somos amigos”, las pone don José
Amat en boca de los pronunciados, con lo cual el relato queda invertido. Sin
embargo, ni Boné ni Amat debieron estar presentes en este hecho. Boné porque no
se explaya en el mismo, y dice no haber estado, ya que si aquello hubiese sido
objeto de una traición nos lo contaría con todo detalle, y Amat porque en
ningún momento de la descripción de Pardo se dice que en la batalla
intervinieran milicianos. Este hecho de la no incorporación al fuego de los
milicianos de ninguno de los dos bandos se corrobora porque no aparecen ni
heridos ni muertos de dicho cuerpo, ni como queda dicho lo manifiestan sus
jefes, y si los hubo fue con carácter pasivo o de apoyo. Por otra parte nos
encontramos con otro suceso, y se le hace a la razón del Autor que don José
Amat confunde este nuevo hecho con el antes narrado. Manifiesta Boné “se me
presentaron un capitán, dos oficiales y algunos soldados, solicitando cesase el
fuego, pues sus columnas ansiaban adherirse a la libre bandera de Alicante,
pidiéndome un abrazo, que lo di en aquel momento, como lo da un buen español,
llorando de gozo y de marcial ternura. Mis oficiales de caballería echaron píe
a tierra y se adelantaron a abrazar a los que ya miraban como hermanos; todo
era entusiasmo y regocijo por tan feliz desenlace. El enemigo, empero, casi
vencido ya en noble lucha, apeló al ardid, y aprovechando aquellos instantes de
confianza y mandando una alevosa carga, introdujo la confusión entre mis
valientes, que habían abandonado ya sus posiciones que a pesar de todo pudieron
recuperar”. Veamos ahora el relato invertido al de Boné y del que es autor Amat,
dice que llegados los enemigos con las frases de amistad ya conocidas, pregunto
el capitán de la compañía de Pardo que dijesen quien era el jefe, y a la voz de
que era Boné, el capitán grito “son enemigos” y ordeno una carga de fusilería,
en ese instante se echó Boné sobre el capitán pero fue interceptado por
Salvador Pomares, quién evitó la muerte del oficial por Boné, fallando al
asestar el golpe a Boné.
El
encuentro de Elda fue favorable para Pardo.
“Se ha confirmado la derrota de Boné: han
perecido muchos y están entrando en esta ciudad varios, dispersos, reventados
de cansancio; la noche anterior, toda ella, ha sido un continuo huracán de NE.
Los Nacionales que han entrado dispersos, hacen grandes elogios del general
Pardo y su caballería, pues les decían ‘tirar las armas y echad a correr’, no
así a los Carabineros que los levantaban en el aire con las lanzas”.
Y este es el comienzo de una nueva
historia.
Los pronunciados van a encerrarse en su
concha, con la esperanza de ser prontamente salvados por los amigos. Los
gubernamentales se van a detener delante del caparazón con la esperanza de que
pronto se pudra el interior y tengan sus moradores que abrir ellos mismos la
concha. En esto, básicamente, ha de consistir este discurso. Los primeros han fracasado.
Los segundos jamás vencerán. Pero si los primeros no triunfan se debe
sencillamente al engaño, no sabemos a ciencia cierta de quién, y si los
segundos no vencen es evidente que se debe, ante todo, por la incapacidad
militar de los protagonistas.
Pero a los hombres de estas tierras de
España les hace la felicidad que en la otra orilla de la rambla, que a las
Españas en dos separa, esté el vencido, sin reparar que una rambla los separa y
los tiene en combate y en greña eterna, de modo que del maltrecho se diga que
huye vergonzosamente, dispersas las huestes por los campos de Elda, bajo el
sufrimiento de la derrota y los cantos alegres de los hoy vencedores, “de modo
que el vil Boné, segundo del sanguinario Cabrera, si supo urdir una trama en la
capital valido del destino que en mala hora le diera el gobierno, en el campo
ha sufrido el escarmiento que los hombres tenebrosos merecen, y aunque con fuerza
va. Si bien se calcula que solo le acompañaran los que por sus crímenes no
hayan regresado a sus pueblos”. Porque es cierto que la destrucción de Elda
buscaba Boné, pero que batid ha sido para la gloria del trono y de la libertad,
contándose con los heridos, “que han sido trece enemigos y dos de los buenos”.
Y en el campo de Elda, perdida la tensión,
sujeta la ansiedad a la personal razón, escribe el general Pardo “se me siguen
presentando a bandadas nacionales y soldados, y espero que esta noche entraran
muchos más, mientras que al mismo tiempo llega aterrado a Alicante el traidor
Boné, cuya vida debe a la causalidad de no salir el tiro que con una pistola le
asestó uno de mis valientes oficiales”.
Boné regreso a Alicante “lleno de ira y
dispuesto a perecer entre los escombros de la ciudad antes de rendirse”.
Y en el triste silencio y abandono del acosado
escribió a Europa la trama del engaño aquel, de cómo la traición venció y no la
astucia de los enemigos, y concluye “tan alevosa conducta merece ciertamente
llamar la atención de la Europa
entera. Cuando así se falta a la fe prometida en el mismo campo de honor, si
después de pedir un abrazo se asesina a los valientes que lo dieron,
acordándose de la hidalguía castellana, ¿qué remedio queda cuando los bandos
apelan a las armas para dirimir sus disensiones?. ¿No habrá piedad para el
vencido?. ¿Se deberá rechazar con la punta de la lanza al que se presenta
deponiendo su error?. ¿seguirá la lucha hasta perecer todos los que han llevado
el nombre de enemigos?. Esto debería suceder ciertamente si imitando todos los
españoles la ruin conducta del cobarde Pardo, hiciesen desaparecer la confianza
entre los guerreros, haciendo de la traición un arma con que suplir la
inferioridad numérica o reparar la vergüenza de una derrota”.
Y las puertas de la ciudad se cerraron, Y
Alicante, con el paso de los días, habría de convertirse en una población
frente al mundo, de gentes vencidas, sin futuro cierto, de gentes angustiosas,
desalentadas por el fatal agüero, y todos atrapados y sujetos, los unos por su
propio destino y los segundos por el obligado poder del destino de los
primeros.
“Mientras así se chocaban la fuerza y la
audacia, el poder constituido y el poder revolucionario, Alicante presentaba un
aspecto desolador, al paso que sus habitantes patentizaban una vez mas su noble
patriotismo y su alta moralidad”.
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