jueves, 18 de septiembre de 2014

01976-33.EL VIAJERO MADURO: La Mascletá de Alicante

DOCUMENTO ANTERIOR:  00151 (22.05.2010)

DOCUMENTO POSTERIOR: 01985 (28.09.2014)

                                                          I: ANTECEDENTES

       Hace apenas quince días que Cómodo Centón caminaba por la antigua ronda de Alicante, hoy calle de Benito Pérez Galdos con el gaznate seco y el cuerpo quejumbroso, como en decandencia de sí mismo, que atisbo algo más allá, haciendo chaflán, una ventana-balcón a píe de calle; "arroces", leyó. Hambre no tenía, pero un arroz es un arroz... cuestión distinta es una paella, que se dio cuenta que si bien existen las arrocerias, las paellerias no existen, lo que vino a desatar en El Centón ciertos ajustes en su inteligencia, tal como distinguir entre el objeto donde se hace un contenido y la materia que evoluciona en un continente, de modo que paella es una cosa y arroz una comida, y no cabe confundir lo uno con lo otro ni al contrario, lo otro con lo uno.

      Apenas subió dos escalones, entró en el local, que estaba como hecho en su estructura pero deshecho en su composición. Pidió una cerveza, que un joven le sirvió al momento, y mientras la petición y el servicio se interrelacionaban fueron los ojos de Cómodo recorriendo el local, que resultó ser muy pequeño y habitado por unas seis mesas de madera, cinco cuadradas y una redonda que no sumaban treinta sillas, una pequeña barra, tras la cual la cocina parecía estar, y una puerta de urinarios completaban el espacio.

      Vio Cómodo que se podía comer, lo que confirmó el joven, añadiendo que no era el momento porque la casa había estado de vacaciones hasta ayer y hoy era día de preparación para volver, mañana, al trabajo. Efectivamente... era casa de arroces y, también, de carnes y pescados, y era casa de cenas. Bebió Cómodo la cerveza, que sirvió para enfriar su esófago, mientras un proveedor, que había entrado, atraía la atención del joven hacia el mundo de las transacciones  comerciales. El local se vestía con una franja de color blanco en la paredes, tal vez de un metro, y seguía en oro hasta el techo, complementado con cuadros y fotos de Alicante y de toros; el propietario no estaba, dijo el joven, y El Centón siguió bebiendo la fría cerveza que se tornaba caliente por los adentros. Mejor era llamar, dijo el joven, que Agustin era su nombre, entregando al Centón la tarjeta con los datos de aquella casa de comidas.

                                                           II: DE LA COMIDA

      Nos recibió Agustín, con un negro delantal de cuerpo entero, apenas ascendidos dos peldaños de la exigua escalera, y nos dispuso en la mesa redonda que habita en el único rincón de La Mascletá. Cómodo pudo entonces percibir una luz blanca que penetraba por la ventana-balcón del chaflan, la cual iluminaba ampliamente el interior, de forma que el conjunto del oscuro de la madera con el ocre de la pared y su terminación, a pié, en blanco, conferían al lugar una sensación de calma y recogimiento, como conciencia en sí que se eleva por encima de uno mismo, en cuanto ser vivo con impulsos que busca ser él mismo y el objeto de conocimiento, y situarse más allá de la inteligencia, de manera que allí estábamos en espíritu, pero subsistentes y autónomos, sociales, trascendentes y libres, dispuestos a realizar aquel acto del yantar donde percepción, pensar, sentir y querer, entre otros, parecían no agotados ni individualmente ni en conjunto.

     Dejó Agustín "una carta" sobre la mesa, lo que llamó la atención de los cuatro comensales, ya que mal debía de andar el presupuesto de La Mascletá para no disponer de carta por comensal, y en descifrar su contenido nos encontrabamos que.. llegó.

     Llegó un señor fornido y complejo que dijo llamarse Ramiro, cocinero y propietario, que ignorando nuestro interés en la carta, principió, con seguridad y valentía, a detallarnos todo lo que su cocina contenía, y sin apenas preguntar, y dando por sentado nuestra conformidad, sentenció lo que habríamos de yantar conduchos... alioli o ajiaceite con tomate triturado abanda, pequeñas quisquillas algo más que cocidas, pericana bien condimentada pero poco triturada, suave y ligera ensaladilla, después queso curado, lomo y fuet, esplendidos espárragos con sabrosa mojama, y de seguido tomate troceado pero unido con alcachofa finamente caldeada al tiempo que cercada por anchoas, terminando la sinfonía con un calamar ocultando carne y bañado en tinta que hizo tronar a todos los instrumenos.

       Más no termino el condumio conforme el párrafo anterior queda dicho. Se presentó Ramiro, pues uno de los presentes lo tuvo requerido, con una carrillada que fina se cortaba y en boca se deshacía al no precisar dentellada alguna, y para los otros tres presentó un arroz con pata sobre paella condimentada, de buen color a la vista y ligera capa estampada, que presentaba un grano seco nadando en un exceso de aceite que, corrigió Ramiro, era la grasa rebelde de la pata, mostrando de final un socarrao justo y suficiente.

      La bebida... cerveza al principio y cuando la música de Ramiro lo sugería un vino de Villena llamado Sien, la última botella, dijo Agustín, que, de este llamado licor, la botillería de la La Mascletá servía, pues ya no quedaba ninguna; pero hemos de decir que la color de Sien, el aroma que fluía y el sabor que nos dejaba en boca ha de acompañarnos durante muchos días.

      Ni El Centón pudo, ni pudo su esposa ni sus hijos pudieron, con postre alguno, pero si pudieron con unos chupitos que Agustín trajo antes de traer el billete que relataba la triste noticia de lo que se adeudaba. Después nos levantamos y al pasar por la mesa más aproxima a la entrada del local, a dos señores pudimos ver admirando sobre la paella como sobre un arroz enrojecido dos langostas bailaban, entretanto Ramiro y Agustín nos despedían de la casa.

     Ya una vez fuera, una conduerma nos requería y caímos, al llegar a casa, en esa dulce modorra que adormece al espíritu tras esos actos intencionales que se hallan ligados por unidad de sentidos.


                                                            III: UBICACIÓN

    La Mascletá está en Alicante, en la calle General Marvá, número 21, y su teléfono es 966.30.08.18

1 comentario:

  1. Jajajaja yo no vi tantos detalles, habra que repetir, siempre es placer yantar con Centon

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