domingo, 28 de septiembre de 2014

01985-34.EL VIAJERO MADURO: 01.El Portét de Moraira (Teulada, Alicante)

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                                                   I: DE LA GEOGRAFÍA
    
     PORTÉT, valenciano, quiere decir "portezuelo", también se puede escribir "puertezuelo", aunque esta segunda forma no la contempla el diccionario (RAE), y responde al diminutivo de "puerto", de forma que si lo entendemos como "portichuelo" estamos hablando de un "puerto bajo en las estribaciones de una montaña". El Portét de Moraira cumple con lo esencial de lo descrito.

     Ahora bien, MORAIRA dispone un una torre de defensa que allí llaman "Castillo de Moraira", pero que en realidad es un fortín de la primera mitad del siglo XVIII, levantado para la defensa costera de las incursiones de los piratas africanos. Mirando al mar y a nuestra izquierda encontramos el puerto de Moraira y, a la altura de su bocana, una cala que llaman de Porticholet que, efectivamente, se sitúa bajo las estribaciones de una montaña y, si tal montaña cruzamos, siguiendo a la izquierda conforme miramos al mar, nos encontraremos con una zona que llaman Portét, que se defiende de los vientos de levante, ubicada al abrigo del Cabo de Oro, cuya torre defensiva se encuentra a 165 metros sobre Alicante, y cuya extremo más marinero llaman Punta de Moraira, que se eleva a unos 100 metros sobre Alicante y hunde sus entrañas marineras a 40 metros de profundidad


                                                           II: DE LA PLAYA

      Entre la Punta de Moraira y el monte que sirve de refugio al Porticholet se extiende una playa que llaman del PORTÉT, que larga unos 300 metros y se ancha en apenas cinco metros, y que concluye al poniente con una artificial explanada de rocas planas de no más de veinte metros de largo por unos diez de ancha. Forma su estructura como una concha, donde la arena lo es dorada, escasa y de una textura ligeramente gruesa, y son las aguas, al abrigo dicho, tranquilas, poco profundas, limpias y azuladas, lo que permite el baño en familia, para niños y ancianos.

      Un muro defiende a la tierra del mar y, en especial, a un paseo marítimo que tiene poco de paseo, pues apenas cuenta con unos cuantos metros de largo, donde reposan unas cinco antiguas e interesantes casas de planta baja, que presentan en sus fachadas diversos arcos, como queriendo ser de medio punto y carpanales, que guardan porches decadentes y donde se pueden ver eternos enrejados de hierro y muebles de lo mismo, puertas casi nobles y unas escaleras que de las mismas bajan hasta encontrarse con el paseo. 

       La panorámica tiene su mérito. A ocho kilómetros sobre la mar, la descomunal figura del Peñón de Ifach, como un navío sobre el Mediterráneo, llena nuestra retina, hacia la derecha la Sierra de Oltra y tras ella la Sierra de Bernia con sus puntiagudas crestas, y a los pies de Ifach la ciudad de Calpe se nos presenta casi como entera, y más a la derecha, apenas a dos kilómetros sobre la mar, la roca blanca del Cabo Blanco nos trae, entre pequeñas calas y de nuevo, a nuestra posición en el Portét


                                    III: COMER EN EL PORTÉT DE MORAIRA
   
        Hacia un día entrevelado de nubes y sol, ese día donde todo parece querer estar pero donde nada se exhibe con su presencia. Un día tranquilo y sosegado del mes de setiembre en la provincia de Alicante, una tierra donde, en general, el nacionalismo es un mal sueño propio de hombres primitivos, atrasados y malolientes. La lluvia tenía anunciada su presencia, pero al alba dormía, y al ver que no despertaba al mediodía decidió El Centón y La Centona acercarse al Portét.

      Gente había, algo más de la que presumía El Centón, pero no tanta como para no encontrar donde el vehículo a motor reposara. Apenas unos pasos dados que allí estaba El Portét entre las aguas que alimentan al Mediterráneo y unos montes al septentrión, a más de cien metros sobre Alicante elevados, llenos de espacios blancos que punteaban la tierra hasta el cansancio, y que eran casas de humanos. ¡Que estrafalaria realidad crujía en los ojos desorbitados del Centón al contemplar cómo puede el Hombre decir que ama a la Naturaleza mientras la hiere sin descanso!

     Más, como era la hora del yantar y no espera el estómago, que para eso nos lo dio, dicen que Dios, sin que sepamos si Dios tiene estómago, entraron El Centón y La Centona en una casa de comidas, que restaurante llaman los alocados, donde le recibió ÁNGEL, de mediana edad tomado, tras la barra, que un taxi pedía a una clienta que allí tenia holgando. La casa de comidas, que por Portét se reputa, fue cosa del abuelo de Ángel allá por 1952, es blanca de fachada y tiene comedor arriba, se extiende sobre el paseo marítimo en un sin fin de mesas guarecidas bajo blancas sombrillas. En una de ellas, a la sombra natural que el día ofrecía, por ganar las nubes al sol la partida, se sienta El Centón y La Centona al aire fresco de la brisa. La pequeña rada que allí se forma es un bálsamo para el espíritu, siempre que espíritu se tenga, y lo es también para el cuerpo, que éste siempre se tiene, de modo que se ha de dejar libre la vista para que entre la luz y llene la retina, de manera que sean olvidadas llagas y heridas.

     El servicio de la mesa es rápido y amable, puntual en su ejecución y presto en todo momento, todo lo cual y a pesar de que se hallan ocupadas todas las mesas, de forma que apenas esperamos. Viene al punto, entre el bullicio de las mandíbulas de los vecinos, dos cervezas y alioli que llenan la garganta de frescura y el paladar despiertan; el ajiaceite suave, apenas condimentado, sobre el tenedor y dejando al pan de lado, entra bien y permite su repetición. Siguen unos mejillones al vapor del agua cocidos, condimentados con aceite y perejil, que ambos confieren un discreto aroma al plato, aunque son los mejillones pequeños y arrugados, lo que propicia tragarlos enteros y dificulta saborearlos. Viene, de seguido, una ensalada de tomate, lechuga, huevo, aceitunas y atún blanco, que poco aporta a los sentidos, que se adereza con un aceite flojo y sin gracia, pero que cumple bien con la transición hacía el arroz que nos está esperando. Poco decir del vino tinto, que es navarro, salvo que se bebe bien y quiere, con cierta dificultad, cumplir con su cometido.

        La paella de Mª Elena, que es la recomendada por Ángel, se presenta de color más amarillo que oro, deja ver en su circunferencia exterior un halo rojizo, huele bien y a la vista se advierte un grano en su punto, lo mismo con el pollo así como con las alcachofas y las judías planas y verdes que completan el aforo. Aquí recuerda el seso de El Centón como somos los humanos, capaces de comernos un plato de judías y negarnos de plano a comernos un plato de judíos; pero es ésto otro asunto. Al ataque se confirman los prolegómenos, el arroz está sabroso aunque sabe algo a cocido, la carne tierna, en su punto judías y alcachofas, y al fondo un socarrao con el que hay que lidiar para arrancarlo.

      Es entonces cuando nos damos cuenta como las nubes su imperio al sol imponen, y cambia la brisa mientras aumenta sus bufidos. El café sobre la mesa de un orujo de hierbas acompañado terminan con la presencia de El Centón y La Centona en esta casa de comidas que Portét llamó el abuelo de Ángel. Llovizna; hay que dar un paseo al abrigo del chubasquero que solo "los centones", de entre los allí presentes, llevan puesto, ya que para salir a la vida hay que llevar los elementos básicos de repuesto, no sea que la traidora Naturaleza cambie de humor y torne sol por lluvia.


                                                            IV: UBICACIÓN

      La Casa de Comidas de EL PORTÉT  la encontramos en la Avenida del Portét, en el Portét de Moraira que pertenece al pueblo de Teulada y provincia de Alicante, en el punto donde principia la subida a la Torre del Oro, y responde al teléfono 965.74.42.93

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