miércoles, 18 de febrero de 2015

02185-23.IMPOSIBLES: Miércoles de Ceniza

DOCUMENTO ANTERIOR:
02148 (19.01.2015 - Pedro el Informático y la Impresora)

DOCUMENTO POSTERIOR: 02190 (21.02.2015)


      Apenas las medianoche nacía, observó que no había estrellas en el cielo. Cómodo miró con fijeza sin igual, y no había nubes en el cielo, y pensó que, tal vez, aquella noche no había universo en el cielo; solo materia oscura sobre algo inexistente advertía haber en el cielo. Pero aún no habiendo ni estrellas, ni nubes, ni universo, y solo cielo, no pudo ver El Centón a Lo Eterno.

      Desde lo alto del Pico Ateo los vio pasar del Valle Verde al Valle Seco, apenas la medianoche nacía, los vio pasar en celestial procesión sobre las aguas del rió Coscós que, dicen, nace allá donde Lo Eterno tiene su palacio, desde su margen derecha a la izquierda. Portaban palmas secas, decoloradas de su ocre color, que venían desde la vieja iglesia de Santa María, que partieron de su portón, que rezaron en la Asunción y abandonaron el pueblo tras tomar en sus manos la carne y de ellos separarla. 

    La carne quedo extensa sobre la margen derecha del Coscós, allí quemaron las palmas, y de su fruto, las cenizas habidas, se tiznaron la frente; atrás quedaba la bebida, el yantar, los disfraces y las heces, todo lo mundano quedaba, sobre la margen derecha del Coscós, extendido, pues ahora eran espíritus, cuyas luces apagadas hacia Lo Eterno iban. Ayuno y abstinencia, solo una comida al día.

     Lo secano, una vez del lecho del río salían, se hacía con ellos seis semanas con sus cuarenta días. Allí habitaba Satanás, aquel que se levantó en armas porque su señor elecciones libres no hacía; allí les esperaba para darles la paliza durante los cuarenta días de las seis semanas que venían, y allí mostrarían el valor de su espíritu, de su carne despojado, la fidelidad al padre, de ser hijos.

    Los vencedores alcanzarían, al cabo de los cuarenta días, el cinisterio que más allá se veía, donde recuperarian la carne abandonada en la margen derecha del Coscós, y desde donde saldrían de sus aposentos tumbados para elevarse al cielo, donde la luz de cada uno de ellos se encendería. 

    Cómodo Centón todo lo contemplaba con envidia, ya que él espíritu no tenía. Y aunque le animaron a unirse a la procesión que cruzaba el Coscós, prefirió quedarse en el Pico Ateo no fuera que Andrómeda con la Vía Láctea tropezase alguno de estos días. 

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