DOCUMENTO ANTERIOR: 01250
DOCUMENTO POSTERIOR: 01406
Hoyas sentía el podrido semblante de su
rostro, horadado y cubierto de insectos, imaginando que había nacido para
pensar. Seguía vigente, profundamente arraigado, El Lamento del Vencido de
aquel Cómodo Centón que la historia dudaba que hubiera existido. ¿Qué somos una
vez hemos nacido?, ¿acaso un pellejo sonrosado destinado a amarillo?. Somos
aquel que da la piel en un piélago infinito.
Se habían sentado en un banco, una losa de
piedra que hacía las veces de sepulcro y de soler, una piedra antinatural,
allanada por el hombre, frente a la gibosa, entre las verdes esculturas de
Ramón, condenados a vivir bajo un cúmulo infiltrado de ideas desavenidas,
embrujados por las alas de un pequeño animal alado, junto a una serie larga de
hormigas tropezando entre ellas, con obstáculos, sin reyertas, sin insultos,
sin miradas inclinadas a lo absurdo, se habían sentado en un banco, mirados por
las manos malditas de la mujer roída de lluvias, que no eran sino los llantos
desgastados de la mujer incrustada en aquel podio de piedra, con los
pensamientos condenados a cargar con el alma de la otra vida, entrelazados para
ser olvidados en aquel océano, cada uno en su bote y bogando sin respiro
-
Estamos predestinados
-
¿Si?
-
Si –aseguraba Ramón-
-
¡Ah!. Yo no.
-
Tú también –aseguraba Ramón-
-
Los que tenéis alma estáis
predestinados. Yo, no.
-
No puedes cambiar cuatro mil
años de historia. La metempsicosis es una realidad, aunque tú te empeñes en
negarla y otros en degradarla. Arrancó en oriente y se renovó en occidente,
pervive a pesar de sus transformadores y es la esencia que nos permite vivir
sin sufrir de las cábalas ignorantes...
-
Me llamas ignorante...
-
Sabes que no, porque no lo
eres. Solo te empeñas en aislarte y esto te perjudica. Por lo demás...
-
¿Qué?
-
Trasmigramos de unos cuerpos
a otros, buscamos la perfección, aunque podemos retroceder en nuestros
intentos, son nuestros merecimientos quienes son destinan.
-
¿En función de qué escala de
valores?
-
Justicia y amor
-
¿Por qué justicia y amor?.
-
¿Qué sino?
-
Odio y guerra –dijo Hoyas-
Trasmigrar es miedo a morir, negación de vivir. Yo soy lo que no existía al
nacer y seré lo que no existe al morir.
-
Egipcios, griegos,
cabalistas, druidas, galos, brahmines nos enseñan como un castigo no llegar a
la perfección hasta que se han expiado las culpas cometidas en la vida
anterior. ¿Niegas el conocimiento de tantos?
-
Afirmo su temor ante la
ignorancia. Actúo conforme a las enseñanzas de cualesquiera dios, quien siendo
solo acierta frente a la multitud de hombres. Veras, al desconocer nuestro
origen y nuestro destino precisamos de algo que nos ayude entre el principio y
el fin. Sencillamente creemos; el designio de dios establece el destino del
hombre. Aceptamos lo inevitable como algo absoluto e imaginamos que tenemos
voluntad capaz de decidir dentro de lo inevitable. Más si esto es así, ¿no
sería acertado pensar que hacemos el bien por la gracia de dios ó el mal por
influencia de dios, de modo que solo podemos practicar aquello que dios ha
decidido?. Los hombres son elegidos ó reprobados desde la eternidad, y en
cuanto a su capacidad de decisión mitigan el enfrentamiento con dios aceptando
el libre albedrío ó bien se aferran rígidamente a la fuerza del destino.
En este punto se silenciaron, como
resultado de ver venir a las mujeres ellos mismos se silenciaron, con el
silencio conturbado, maniatados sus esfuerzos y enmudecidos cualesquiera de las
conocidas despachaderas. Venían a ellos, falocráticos, con sus cuerpos
femeninos levantaban polvaredas traídas por sus propios vientos, hacía ellos.
Como almas incandescentes, abiertos los pechos, rampantes las piernas, veloces
los brazos, con sus manos gobernando el movimiento de sus cuerpos. Venían a
ellos, hablando y en silencio, con las miradas penetrando en el espacio, más
allá del tiempo, agitadas sus mentes ante los machos. Venían a ellos, galopando
entre los arbustos y las flores, enseñoreándose del contorno, magnificando sus
atributos, señalando sus perímetros a los ojos de ellos en silencio y callados.
Allí fue, en aquel preciso instante de la
historia nunca contada que Leonor les hizo aquella foto, de píe junto a la Gibosa , a los cuatro,
después junto a Odeón, la misma fotografía que Hoyas, POR ENTONCES FRISANDO LOS
SESENTA AÑOS, miraba sintiéndose aislado; los ojos abiertos, tanto tiempo a la
vera de la luz blanca de aquella pantalla, rezumaban dolor y desasosiego,
inquietudes no justificadas y una inútil permanencia sobre la tierra. Pero
siempre, siempre Senescencia surgiendo entre los leves polvos de un vericueto
tortuoso, contorneado de impopulares plantas, pequeñas y enanas, plantas
pobladoras de una tierra de resacas, siempre Senescencia mostrando las últimas
curvas de los alientos alterados por los sudores de un fin que no llegando
sabemos que llevamos dentro.
-
La muerte es una enfermedad,
la que nos mata.
Le decía Senescencia.
-
El tiempo no existe, sin
embargo su existencia condiciona toda la existencia que quita sentido al vivir.
Le
decía Senescencia.
Más, era Hoyas quién se empeñaba, imbuido
en un soberbio papel de rector, en negar el conocimiento de los demás, mediante
el método de imponer el suyo y clasificarlo como el único verdadero, diciendo
como era el arte principal de todas las artes, sin duda, era el escribir, y
ampliando su dicho con cuanta más soberbia adquiría decía, y son tres las
columnas que conforman el arte del escribir. El teatro, la novela y la poesía.
El teatro es artificio. La novela es esencia. La poesía es intimidad. De modo
que por debajo del escribir conviven las restantes artes.
Senescencia sonrió, era la primera vez que
lo hacía.
Lo anterior lo redujo a cadenas.
Una luz negra, nacida en un punto sin
color, entubada se expandía como los imperios y sin razón.
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