DOCUMENTO POSTERIOR: 01411
Sin
embargo aquel Manuel que regresaba no coincidía con aquel que se fuera. Nacido
del vientre de Antigua Sexona y de la polución sobre el mismo de semen ajeno,
de condición fría y poco afable al tacto, abonó su extraordinario gusto por las
cosas del mundo con la imagen que construyera de la virgen María, tras lo cual
dejo sin valor sus cualidades religiosas. Antigua Sexona le habló, en cierta ocasión,
de acceder al mundo mas íntimo de Dios al concluir el talle de aquella divina
imagen; dijo, entonces, "si". Pero su alma tuvo por cierto que Dios
no podía existir cuando al alcance del hombre estaba el representarlo.
Realizaba los trabajos del campo con la mecánica intuición de la repetición
bien desarrollada, sin intervenir en la esencia misma del trabajo, del que
pronto supo, por la calificación que del mismo hacía su padre Lorenzo, que era
condena reservada para aquellos que no servían con las armas o con las
oraciones. Su estancia en Alicante al servicio de don Miguel mientras visitaba
al Maestro de Primeras Letras, le causo desasosiegos y fuerte cambio de
personalidad; aprendió a leer durante el primer curso, a escribir en el segundo
y a contar durante el tercer curso; pero sus progresos no fueron todos los esperados
por don Miguel, que tentó, en varias ocasiones, con despedirlo. Al alba se
levantaba, calentaba la casa y preparaba la primera comida, asistía a clase de
talla durante la mañana y realizaba encargos y diversos trabajos para don
Miguel, comía con prontitud al mediodía y antes que el sol se ocultase asistía
a clase de letras. Pronto dejó el taller de talla, "no servía" dijo
el maestro; por otra parte, no mostraba interés por el mundo del comercio. Llamaba
la atención, no por su físico, que era de notable naturaleza, sino por su
esbelta dignidad, como sacada de un oficio de nobleza. De haber nacido en casa
principal, sin duda hubiera sido un digno señor. Su reserva, con su vuelta, se
tenía por incrementada, su silencio aumentado.
En los
campos se encontró Manuel Ivorra con Manuel García de María y Manuel García de
Santa Águeda, ambos éstos dos últimos de diecisiete años de edad, los cuales
tres se sentían especialmente amparados por tener el mismo y aquel nombre que
les igualaba al amo. Reclutó don Manuel gente para la barrilla, que aquel año
era mucha, de buena calidad y abundante en la mayor parte de los terrenos; y a
la barrilla acudieron, por su jornal, los tres jóvenes. El esparto seguía
reuniendo a las familias en grandes muchedumbres de recolectores, y seguía
asegurando el trabajo para los días de invierno. Terminada la recogida las
plantas se ataban en gavillas y depositábanse, sujetas con piedras, en los
ameradores, donde succionaban la humedad de aquellos lugares, siendo extraídas
posteriormente por los hombres para quedar en manos de mujeres y niños;
retorcían éstos la fibra entre las palmas después de soportar los golpes de
maza. Se obtenían, por este modo, dos grosores de cuerda, que se vendían en
parte a paleros y sequeros, quedando el resto, en las proporciones ajustadas,
en los depósitos de cada casa. En los días de invierno, de más frío, transitada
la hora sexta, a la lumbre del hogar, se afanaban todos los de la casa en la
confección de diferentes obrajes, en especial alpargatas, serones, capachos, esteras,
aguaderas y sombreros. La industria alcanzó tal progreso y calidad que cubierta
la normal necesidad de aquellos pagos, se trasladaba los restos, por un nieto
de Cástor, a la venta en Alicante.
Corrió por
aquellos días un rumor sobre una guerra con Francia; hubo quien decía debía ser
la misma eterna guerra de siempre, otro quién afirmaba que era una nueva
distinta de aquella que acabara. A ella fue conducido el mayor de los hijos de José
Giner y Flor Arnau. Los años que siguieron se presentaron duros para los
hombres; el tiempo, más voluble que nunca, espaciase por la mente de labradores
y señores, fecundando en ellos el especial halo de tristeza que terminaba por
conformar la vida del campo. Fueron cortas las cosechas, no alcanzando a pagar las
rentas unos, otros los censos y los más los muchos débitos que al transcurso
acumulaban, cayendo en miseria los que tenían en arrendamiento o bien viéndose
vilipendiados por los amos aquellos que habían de responder ante los dueños;
fueron tiempos de recordar las muchas historias que contara Cástor, ya muerto,
a Críspulo Arnau, y que ésta nunca llego a creer, en la creencia, como estaba
que todo era el producto natural del poco esfuerzo en el trabajo y las ínfimas
ganas de ganarle a la tierra la partida. Una sequía general gravó su marca en
los surcos de la tierra, seguida de un invierno helado, perdió las cosechas que
ya disminuidas apenas acertaban a llenar los estómagos. Subieron los precios
por lo que pasara y aún más por lo que habría de pasar, que otra nueva, sino la
misma, y pertinaz sequía, arrasaba los campos y fertilizaba en una deplorable
cosecha que hizo llorar a Lorenzo Ivorra, quien no halló en muchos de aquellos
años el febrífugo que le aliviara, tomando por dueño una ñoñeria que nunca Súpose si era la propia de la vejez o bien la adquirida en aquel leve proceso afásico
que se le avino oblongo y tortuoso. La impotencia de su condición humana se
lleno definitivamente con las grandes inundaciones que vieron de seguido. Toda
el agua del mundo parecía querer asentarse en aquellas tierras, vueltas
chaparrales. Llovió durante cuatro meses y de tanta humedad se engendraron
muchas enfermedades y en particular de terciarias, murió mucha gente, de
hambres y de deudas que no pudiendo ser cobradas en metálico se tomaron con el
expolio y la muerte. Hubo avenidas, se ahogaron cosechas y bestias, se pudrió
el huerto y los animales de sustento, saliéronse ramblas y barrancos,
anegándose campos. Los que no huían, contaban de esos mundos, que los esbirros
de los señores se lo impedían, ansiaban descansar bajo tierra los muchos males
que sobre la tierra soportaban.
- ¡No más, no más, oh señor!. ¡No mas de tus enojos
sentir nos hagas el rigor potente!. Vuelve a tu pueblo paternales ojos y oye su
voz doliente. Templa ya la justicia que harto brilla tremenda, pues aunque
grande fue nuestra malicia y del mal nos perdimos por la senda, tú has
prometido al pecador contrito que de la penitencia a la eficacia, siempre que
escuches de su ruego el grito le volverá tu gracia -Y se levantaron por los
lugares de Aguas y Barañes, como nunca antes se vieron por las montañas,
penitencias públicas y procesiones de disciplinantes, que hasta en ellas se
podía ver, rayando en surcos la tierra con sus arrastradas pisadas, a don Manuel,
más pobre que nunca y menos erecto que antaño, del brazo sujeto por María García,
la mas fidelísima de sus amantes. Y al paso de la Virgen , fueron los
barrizales secándose que las tierras se los tragaron con el ansia y el desatino
de los dichosos hambrientos, quedando la hez de la lluvia y el polvo estancada
y ganando en putridez. Los olores cambiaron al modo del trotar de los días y en
aquellos tiempos los humores romadizos de Lorenzo se incrementaron; nada detenía
a pituitaria. La tierra se empeñó, por entonces, en no brotar para el hombre,
por lo que aquellas malas incrementaron la contraria disposición de Lorenzo
para con la naturaleza. Tal vez era llegado el momento de olvidarse de Dios y
de sus santos, "Dios no puede querer esto para el hombre y sin embargo
eternamente lo permite sin el más mínimo rubor", se dijo Lorenzo Ivorra,
quién halló la espada de su padre en el mismo paño en el que más de diez años atrás
la envolviera. De la vaina la extrajo con el cuidado y el respeto que merecía
el sueño de toda una vida, y la sensación de estar vivo le fluyo por los
adentros, de aquí que decidiera colgarla de la pared de la casa; en leve
murmullo oyó a su esposa y se escucho él mismo.
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