miércoles, 8 de enero de 2014

01725-12.IMPOSIBLES: Si es calor no existe el frío

DOCUMENTO ANTERIOR: 01714

DOCUMENTO POSTERIOR: 01971 (13.09.2014)

     Cuando los ventanales de los ojos se extienden, los colores desaparecen. Nace de tal modo un mundo donde ni tan siquiera existen ni el blanco ni el negro, ni la recurrente unión de ambos, sino la realidad de un mundo sin color en cuyo ámbito nos sentimos aparentemente extraños. Es un mundo lleno de ausencias, repleto de apariencias, donde el contenido es la propia forma y los desenlaces quedan ocultos en el preciso instante de ser revelados..., era cierto lo que decía y cómo lo expresaba, pero mentía, sabía que mentía porque aquella descabellada idea sobre un mundo de colores desaparecidos se presentaba como incoherente, relleno de naderías. Pero, al tiempo, sucedía que los colores estaban desaparecidos, y un arco iris sin franjas llenaba el espacio perdido de colores. Entonces parecía tener razón, parecía evidente la certeza de aquella ilusión que poco a poco me convertía en una figura sin forma, en un contenido sin extensión.

     Baje por la escalera formada por escalones que subían, el calor era frío, pero ésto no me llamó la atención ya que yo sabía que el frío es calor, y si es calor no existe el frío.

     Al poco me rodeo la sombría fuerza de una imagen imperfecta que, poco a poco, me envolvía. Quise tocarla, pero yo manos no tenía, más el no tener manos no me preocupaba, era algo normal no tener manos si imposible era tocar la figura imperfecta que dominaba ese mundo sin colores donde yo caminaba sin brújula. En ocasiones es mejor no tener manos; se evitan muchos disgustos careciendo de manos, porque la iniciativa está en aquellos que tienen manos, manos..., hasta que llegué allá donde todo se sitúa en lo alto, escalones arriba mientras bajaba yo hacía... abajo, al cielo intermitente de mis desdichas, donde se aprende que los colores se quedaron en aquel inventado mundo que hacen que los humanos se confundan.

     Los colores ya no me confundían; no había colores. Ahora todo resultaba más diáfano, todo era igual en mundo de iguales. Lo que veía estaba claro... no existe el frío, solo el calor que baja o sube según sea mi temperatura. Comprendí que ya no me dominaban los colores con sus resplandores, que era yo quién podía establecer el color único, un color que era calor sin frío. Si llovía solo sabía que llovía cuando las gotas de agua golpeaban mi cuerpo sin que yo, previamente, les hiciera nada. ¿Qué os he hecho yo para que me golpeéis? preguntaba a las gotas que caían, que no respondían. Solo que tuve miedo.

    Miedo a disponer del espacio a mi antojo y a mi medida, a tropezarme con todo para notar que sentía, a no poder evitar el roce de su mirada sobre mi cuerpo engullido por esa capacidad de decidir lo que existía, decidir, simplemente, que el frío no existe.

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