DOCUMENTO ANTERIOR: 01531
DOCUMENTO POSTERIOR: 02007 (13.10.2014)
Eran tiempos de bonanza, remitía la sequía, los acuíferos se excedían en el agua que de ellos nacía, retornaba en cosecha lo sembrado, y el nuevo señor de aquellos parajes era el primero de otro linaje. El Conde de Villafranqueza, casado con la tercera marquesa del Bosch, prosiguió el arreglo del camino que conducía a Aguas, ya que en ocasiones venia acompañado de gente principal, que querían tomar las aguas de la fuente que había allá donde un fraile loco perdiera la cogolla de su hábito. Con esto se fueron acostumbrando las gentes de la Torre a ver pasar señores.
Eran tiempos de bonanza, remitía la sequía, los acuíferos se excedían en el agua que de ellos nacía, retornaba en cosecha lo sembrado, y el nuevo señor de aquellos parajes era el primero de otro linaje. El Conde de Villafranqueza, casado con la tercera marquesa del Bosch, prosiguió el arreglo del camino que conducía a Aguas, ya que en ocasiones venia acompañado de gente principal, que querían tomar las aguas de la fuente que había allá donde un fraile loco perdiera la cogolla de su hábito. Con esto se fueron acostumbrando las gentes de la Torre a ver pasar señores.
Uno
de aquellos años, mientras recordaba cogitabundo Cristóbal la última vez que
viera a su hijo Carlos y los consejos que le diera sobre las mujeres, se
presentó en Barañes Jaime Ivorra de Glauca. En esta ocasión no hubo sobresalto;
Cristóbal lo había olvidado hasta el extremo de parecerle que fuera ayer cuando
su hermano anduvo por allí, no tuvo Jaime necesidad de presentarse, no precisó
un discurso de justificación, un hombre joven puede exigir porque ignora
mientras un hombre maduro jamás exigirá. Festiva moría aquel año y todo cuanto
dejara lo recibió Jaime, de modo que parecía Jaime hombre rico, que como él
mismo explicó a esto debíase de añadir los negocios que sostuviera fuera de
este reino y que tan bien le vinieron a sus arcas. Vivió en Sevilla, allá
atraído por la Regia Sociedad de Medicina y Ciencias, que en favor de sus
contrarios era un antro de persuadir doctrinas modernas, cartesianas,
parafísicas y de otros holandeses e ingleses, cuyo fin no era otro que
pervertir la celebridad de Aristóteles y propiciar el desprecio de Hipócrates y
Galeno. Pasó a Valencia atraído por la tertulia del marqués de Villatorcas,
donde consiguió entrar con carta de Diego Mateo Zapata, reunión de
eclesiásticos y seglares, ilustrados matemáticos, literatos y científicos,
todos humanistas, atomistas y eclécticos. Se trataba de conocer la verdadera
naturaleza de los cuerpos. Las ciencias deben abandonar la prisión
aristotélica, el método matemático debe ser aplicado a toda clase de ciencias,
una visión geométrica del mundo físico nos acerca más a la naturaleza real, nos
alejan de las fisuras y comprendemos que el vacío no existe sino en la
ignorancia de las cosas, se trata de eliminar todo sentido complejo imbuido de
formas accidentales y secundarias; la vida, decíale a Cristóbal, es un camino
lineal que los hombres llenamos de accidentes, todo cuerpo es algo más que
materia prima y forma sustancial, solo el átomo disparado en el vacío sujeto a
las leyes de la materia, experiencia metódica, estos son los principios más
sobresalientes del pensamiento que debe regir al hombre de hoy.
- ¿Y los que como yo no sabemos
leer?
- Aprende. Yo te enseño.
- Está el campo... ¿A qué has
venido?.
- ¿...Y cómo es un rey? -preguntó
Consuelo, hallándose de visita a Clotilde-
- El rey es la vara que corrompe a
un reino; el reino es el estado en su forma cloaca. Los vicios de un rey, su
temperamento, sus enfermedades, costumbres, las amigas que guarda en su alcoba,
son elementos que debilitan la voluntad de un rey, y si es cierto que tales
aspectos son los comunes a todos los mortales, no es menos cierto que en
cualquier hombre el vicio lo corrompe a si mismo y que el defecto de un rey
deprava sobremanera la condición de un pueblo. Y se llega al caso aquel que
preguntara el rey "¿qué hora es?" y le respondieran "la que V.M.
ordene". Nuestro Felipe XIX, enfermo de satiriasis, tiene por un santuario
de clausura sus habitaciones de palacio, y toda la política de la corona se
entrelaza allá donde las piernas de sus mujeres se unen; pasa meses en la cama,
su camisa se pudre con la idiotez de su cerebro, quiere montar los caballos de
los tapices que adornan su cámara, se toma por rana, se cree muerto y maltrata
a cuantos a él se acercan. A la par de la exaltación morbosa de sus genitales
únese el flato que lo vuelve soez, con extravío de la razón, la muy poca que
tiene de natural, y una hipocondría que le sume en la más peligrosa de las
tristezas posibles. ¿Y tú, mujer, me preguntas qué es un rey?.
- ¿Y qué te dijo cuando le
preguntaste qué como es un rey?
- Cosas malas -respondió Consuelo a
su marido- Cosas que no entendí, desvaríos...., la gente ilustrada no está bien
¿verdad?.
- Vuelve a tus tareas..., esta todo
lleno de gallinaza
Jaime
Ivorra de Glauca no quiso ver a su cuñada enferma; el mal que la tenía sujeta,
como todo daño que la naturaleza consintiese, no era del agrado de Jaime Ivorra
de la Muchacha, que ya lo viera en su muy amada Festiva, de modo que tenia por
cierto que el mal que entra a brazadas sale a pulgadas, y esto último cuando no
queda dentro del alma y no la deja sino con la finitud de la vida. Si pudo, al
contrario, ver a su hijo labrar en la tierra, partir los pedruscos que Dios en
ella enteros pusiera, largarlos de sitio, quebrar los naturales caprichos de la
naturaleza, corregir montículos, llenar zangas, vaciar charcos del agua que en
ellas había constituido su guarida, y en suma, trastocar todo cuanto de divino
se disponía sobre la piel de la tierra. Era en aquel comienzo de otoño tiempo
de un profundo labrantío del prado que llenaba El Basó en su parte más alta,
profundizaba mucho el terreno con el arado y de seguido lanzaba al voleo la
siembra, después, al terminar el invierno bastaría con un enérgico pase de
grada, varios riegos con el cambio de año y arrancar las inevitables malas
hierbas, de aquel modo fresca la alfalfa, o bien como heno, había que
entregársela a las caballerías. Jaime de Barañes, que por tal lo tenían quienes
sabían desconocer el oscuro origen de aquel hermoso muchacho y su incierta
procedencia, no supo comprender a aquel hombre de ciudad que le expresaba sus
sentimientos hacía la tierra que él, de modo tan violento y obligado,
vapuleaba... ¿dejaba la tierra tocada por el hombre de ser divina? Después,
encogido de hombros, negó haber recibido jamás joya alguna de hombre alguno,
negó haberle visto, y afirmó ser hijo de un hombre y una mujer cuya existencia
fue una invención de la vida. Consuelo, que subía de La Senia a Barañes para
aquel rato de compañía que ofrecía a Clotilde, se detuvo al contemplar el
encuentro de los hombres, y viendo que el mayor seguía a Barañes se hizo de él
su compañía.
- ¿Quién eres tú que tanto a la casa
de los Ivorra te acercas?.
- Soy Consuelo, hija de José García, esposa de Francisco Iborra el de la
Senia. Acudo a Barañes... - y en el corto tramo que mediaba desde aquellos
bancales hasta la casa le pudo contar todas las enfermedades de Clotilde. En
Barañes la esperaban; su padre había muerto.
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