sábado, 1 de diciembre de 2018

04772-55.NOTAS PARA UN IMPOSIBLE MANIFIESTO ANARQUISTA: 06.Cuarta Pre.Era: Del Estado a los Hijos del Estado: El Iluminado y el sentido de la Religión

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04729 (15.112018 - 05.Cuarta Pre.Era: Del Estado a los Hijos del Estado
                                                               La esencia de la Sociedad)

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04785 (07.12.2018 - 07.Cuarta Pre.Era: Del Estado a los Hijos del Estado
                                  01.De la Fe)


       Que el Iluminado fije su autoridad mediante la expresa manifestación de los Avanzados y que la determinación del Hato fije la repetición instintiva del acto, nos lleva al Uso del Estado, resultado del Caos, conforme se dijo en la Segunda Pre.Era, y a la Costumbre de su uso. Lo cierto fue que el atado celebrado, obletear el movimiento aleatorio y circunscribir al Individuo dentro del Hato, dio resultado; los hombres del cado, cegados, quedaron prendados dentro de un espacio y en un tiempo definido, formateados por la precisa regla de la Religión; todo viene de la Imagen Divina. Lo que acontece es una exaltación del Iluminado en si mismo, de modo que la propia exaltación es la finitud de aquel mesías para presenciar la manifestación de la Imagen Divina. Esto es así porque lo que sigue a la visión del Portento, su Revelación, el cauce seguido hasta el páramo y la reconducción del Hombre, extinguen la parte espiritual de la Historia, principiando la parte material de decisiones terrenales, uso del poder y costumbre para digerirlo. Con su muerte el elegido implica al Pueblo en su destino, y para recorrer el tramo al triunfo les ha dejado a los Avanzados con el instinto de proceder. Más no es suficiente el INSTINTO. Lo que deja el Iluminado es una estructura espiritual, y como instrumento el Instinto; en realidad doble, como conocimiento en el Hato y como decisión en los Avanzados. Esta dualidad cobrará importancia a lo largo de la Historia. Ahora, sin embargo, conocimiento y decisión actúan primariamente. 

      Amor al Iluminado;  aquí yace el sentido de la RELIGIÓN, que naciendo primero se convertirá, con el paso del tiempo, en el hijo pequeño del Estado. Su origen es el mismo Portento; emana, pues, del propio soporte físico de la Imagen Divina, y se ha de convertir en el soporte intelectual de la misma. Nace en el Hombre como una prolongación de si mismo, que retorna al Hombre y lo configura frontalmente consigo. De modo que su razón de ser se sitúa en las mismas entrañas del Hombre, pero no como parte de su Núcleo Central, sino como elemento primario de los Núcleos Periféricos. La Religión solidifica un pasado, forja un presente y prefigura un futuro; por ella comprende el Hombre que él mismo es parte de una historia que va más allá de su paso por la vida. Esto da convicción al Hombre; de momento, de la confusión creada al cerrarse el Hato y de la aceptación de la Obligación que contrae, la convicción de ser parte de una concepción histórica de la vida que genera un sentimiento particular de acercamiento al Iluminado, pero es éste, sin duda alguna, aquel que descubre al Hombre su vía espiritual, y como a través de la misma la vida es algo más que un transito sin sentido, ya que alcanzar la muerte se torna, más que un destino, un punto de inflexión. De este modo la Religión es su propio objetivo; dicho de otro modo, cuando el Hombre se prolonga en Imagen Divina, pierde su Núcleo Central. Lo que el Iluminado enseña al Hombre es que la Religión es el corredor para recuperarse como Hombre, lo que debe hacerse explícitamente con la Confianza, esto es, con la Fe, como enunciación de la verdad. Y esto es así porque, tenemos que insistir, en realidad el Hombre se encuentra sumido en un proceso de retroalimentación de si mismo. Hablamos de la creencia en nada mutada en el miedo al hecho de la manifestación de la Imagen Divina, forma por la cual aquel aún individuo penetra en la senda que, cree, ha de conducirlo a la verdad partiendo de si mismo. El Hombre fija, por medio de la Religión, la primera dicotomía interna, ya que la valora como una esencia de si mismo, forma de exposición de su ser más personal, y como la decantación de su intimidad en una verdad absoluta. Esta expansión del interior en lo exterior, yo y verdad, tiende a entrelazar ambas posiciones, de modo que la verdad del yo y la verdad más allá del yo, se igualan, progresando a un mismo tiempo, en un intento que tiende a la verdad como valor absoluto. 

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