viernes, 7 de diciembre de 2018

04785-56.NOTAS PARA UN IMPOSIBLE MANIFIESTO ANARQUISTA: 07.Cuarta Pre.Era: Del Estado a los Hijos del Estado: 01.De la Fe

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04772 (01.12.2018 - 06.Cuarta Pre.Era 
                                       Del Estado a los Hijos del Estado
                                       El Iluminado y el sentido de la Religión)

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04829 (26.12.2018 - 08.Cuarta Pre.Era
                                       Del Estado a los Hijos del Estado
                                  02.De la Fe al Reino)


     La Universalidad es la esencia de la Religión; se sustenta sobre dos pilares: la ética y la moral. De la conjunción de ambas se entiende una verdad que resulta tan inescrutable como imprescindible. El Hombre lo primero que adquiere es ética personal, es decir, saberse de acuerdo con su verdad o fe interna. A continuación establece lazos de sujeción con el Pueblo, moral, adaptándose a los usos y costumbres, es decir saberse de acuerdo con el Estado como Reino de la Fe o identidad interna.     

     La Verdad es el carácter básico de la FE, acaso el único; sin verdad, la Fe carece de contenido. Ya no se trata, llegado a este punto, de confianza, sino de Fe, la que radica en las profundidades del si mismo, se muta en razón y alcanza su plenitud cuando domina la conciencia y se radica como verdad en el Hombre. Ahora bien, en sí misma la Fe es nada, mientras permanece en el interior del Hombre evoluciona sin valor ninguno, se alimenta de sí misma y permanece inmutable. La Fe existe desde el preciso momento en el cual adquiere presencia en el mundo exterior del Hombre. Tal circunstancia se escenifica como una prioridad inherente al Hombre del Cado; la confusión y subsiguiente obligación, decaída en confianza, resultantes del Hato, implica la anulación de la vuelta al movimiento aleatorio y la recuperación de la Autoridad por parte del Iluminado. Lo que sigue es la justificación de la autoridad, lo que sucede es la aceptación inexcusable que de tal justificación se adquiere por identidad interna, de modo que este proceso interacciona dentro de la implantación, primero, de la Fe, y en segundo lugar como manifestación de la misma. Se principia por reconocer que la Imagen Divina existe por sí, y que lo hace de forma exenta a cualquier otro concepto y contenido, que se materializa al justificar la autoridad del Iluminado, y que es preciso, hasta conveniente, extenderla, como verdad en sí misma y como ejercicio de fe. De este modo para que la Fe pueda derramarse como una luz imperecedera, necesita de su exposición. Es lo que hace el Hombre en el Cado cuando queda iluminado por la Imagen Divina, es lo que le acompaña en su transformación en Hombre del Cado, es lo que promete justicia, felicidad, satisfacción, bienestar. Nos encontramos con una fe como emanación del Portento, una realidad superior que incide en la comprensión del mundo y que se presenta como Verdad. Al tiempo nos encontramos con una fe íntima, donde lo personal de someter y someterse enraíza con la Verdad. Pues bien, cuando esos derrames se expanden es cuando la Fe alcanza al Pueblo.

     Con ser una apreciación intima de la realidad, es la Fe, a su vez, una representación mental de lo que el Hombre de si mismo concibe. Sin embargo, este concepto no contiene el significado de lo que es en cuanto Núcleo Central, sino que abarca las deformaciones mentales extraídas de esas apreciaciones manipuladas que son la visión periférica de la vida. Esta figura de la concepción de la realidad por ser deformante es impositiva. Así es como el Iluminado ante la posibilidad de serle sustraída la autoridad por el retorno natural al movimiento aleatorio, impone su primacía a través de la fuerza que ejerce por medio de los Avanzados, para, de seguido, justificar su acción en función de los mandatos recibidos en el momento de la conjunción portento-revelación. Lo que interviene de forma inequívoca es la convicción personal de ser la verdad, es decir, la Fe.   

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