lunes, 19 de enero de 2015

02148-22.IMPOSIBLES: Pedro el informatico y la Impresora

DOCUMENTO ANTERIOR:
02125 (03.01.2015 - La cárcel-escalera)

DOCUMENTO POSTERIOR:
02185 (18.02.2015)

                                                                        -I-

      La querida, por necesaria, impresora del Centón, había decidido no trabajar más; confirmó lo anterior la idea de Cómodo de como las máquinas "piensan" aunque no tengan "un pensar" que las lleven a tener "pensamientos". Porque si es cierto lo que afirma Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica, primera parte, sobre la existencia y esencia de Dios, en su demostración del movimiento, donde dice que "es imposible que el mismo ser mueva y sea movido en el mismo concepto y del mismo modo, o que él se mueva a sí mismo", de ahí que sea preciso remontarse a un primer motor, que no sea movido por otro, cierto es que, del mismo modo del Hombre respecto a Dios, sea la Máquina respecto al Hombre, y que sí el Hombre piensa gracias al motor de Dios, sea cierto que la Máquina piensa gracias al motor del Hombre.

     Sabemos, por otra parte, que el Hombre enferma y se muere, y pensamos que sí enferma o muere es porque Dios lo decide y consiente, o... ¿tal vez no?, lo que nos podría llevar a pensar que si bien La Impresora enferma y muere, no lo hace ni por decisión ni por consentimiento de El Hombre, pues a ningún Hombre, lo que no parece ser el caso de Dios, le gusta que su máquina enferme o muera, ya que tales actos le suponen dineros que abonar, salvo que en el caso del Hombre respecto a Dios, le suponga a Dios dineros que abonar en caso de enfermedad y muerte del Hombre, lo que parece sea admisible por la Idea del Hombre.


                                                                    -II-

    Lo cierto fue que La Impresora de Cómodo Centón dejó de funcionar, lo que evidenció en Cómodo la necesidad de llamar al amigo Pedro El Informático para remediar el mal; y acudió. "No funciona" dijo tras trastear sobre la máquina, y añadió "parece estar finiquitada", lo que desató en El Centón las furias... ¡maldita máquina! Quedaron, a la vista de lo anterior, que Pedro compraría una impresora y, sin demora, se la instalaría a Cómodo en su casa; solo que empezaron a pasar los días...

    Y con el pasar de los días, se transformó Pedro El Informático de amigo en enemigo; "¿dónde se habrá metido?" dijo caminando, Cómodo solo, por el pasillo, "ni que la estuvieran fabricando" añadió al quedarse sin pasillo, sentándose vencido una vez hubo, él solo, recorrido por entero el piso, como queriendo encontrar, agazapado en un rincón, a Pedro de La Impresora acompañado. Salió, pues, de su casa, caminó por las calles, entró en bares, sastrerías, panaderías, y entró en una tienda de horteras por ver si allí lo veía. Más, no; de modo que siguió caminando, fuera de Alicante, por el campo, hasta que encontró una colina que subió a paso rápido al principio, lento al final, hallando en la cumbre una recia horca bien dispuesta, y de la cuerda, al cuello puesta, encontró a Pedro El Informático. 

     El lazo, a cada movimiento de Pedro El Informático, disminuía de longitud, acercándose al cuello, mostrando la faz de Pedro toda la desdicha humana posible contenida en el universo; no era justo, una cosa era, por no arreglar una impresora y aun por no llegar a comprarla, caer en el descrédito profesional, y otra era recibir en pago un lazo en vez de una lazada. 

   Cómodo Centón sonrió; "¿con qué estabas aquí, el aire tomando?" pensó, mientras extendido el brazo de Pedro El Informático, trataba su mano de alcanzar La Impresora...

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