viernes, 30 de enero de 2015

02161-32.LIBROS: 03.Ramón del Valle-Inclán: Sonata de Otoño

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00629 (11.07.2011 - Sonata de Primavera)
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02181 (15.02.2015)


      El Marqués de Bradomin ha regresado de su romántica peregrinación por el mundo; parece que ya no es aquel  joven, y algo poeta, poseído de novelería en la cabeza y de esa felicidad que da el poder de amar a todas las mujeres. Ha dejado los restos del mayorazgo allá en Méjico, olvidado la traición de Vergara, y retornado a Viana del Prior donde caza todos los otoños, y hallándose en tal lugar recibe correo de la mano del mayordomo del Palacio de Brandeso; ¡la pobre Concha se moría!

     SONATA DE OTOÑO mezcla descripciones con diálogos, y amplia el texto novelado. La acción, salvo menguadas excepciones, se traslada al Palacio de Brandeso, entre alcobas y pasillos, y al techo estrellado de los jardines del palacio.  Nos encontramos ante algo verosímil que se transforma mediante las intrínsecas cualidades de los personajes, de modo que la realidad se deforma o bien se embellece en función de la particular visión del narrador. Tiene lugar el reencuentro con el lugar, regresan los recuerdos... damas con basquiña, prelados de doctoral sonrisa, pálidas abadesas, torvos capitanes; los salones con los retratos familiares, los cortinajes, el aroma de las manzanas sobre los alféizares, aquel pleito entre los abuelos por el palacio, más ya no hay nadie, y todo rezuma decadencia entre los silencios y los fríos de estancias y corredores.  Sin embargo BRADOMIN quiere ser otro, y lo parece, pues los años le hacen contemplar un pasado; pasa la velada solo, triste tras la visita al convento, donde se ha arrodillado ante "el señor", y se sienta frente al fuego donde se adormecen sus sentidos.

     Hay una primera parte en el palacio donde la acción se centra en el encuentro de Bradomin con Concha... "volvía llamado por aquella niña con quién había jugado tantas veces en el viejo jardin sin flores", entre el amargo recuerdo de la separación propiciada por la santa enlutada y triste madre de Concha, y el regreso de  Concha con su viejo marido ante la traición de Bradomin en brazos de otra mujer. Pero es ahora distinto, se acerca trémulo y conmovido pues Concha se muere, y se ofrece como azafata. El texto es diáfano, blanco y simple; VALLE-INCLÁN busca como dormir con una moribunda sin que la acción del texto resulte una maldad preconcebida, y para no ser él, sino otro, hace que Bradomin siga contando sus memorias desde el absoluto subjetivismo, de ahí que Concha se presente como una mujer vencida, que recupera sus fuerzas mediante el calor de su entrepierna y la expresa pena de su semblante, "que pálida estoy, ya has visto, no tengo más que la piel y los huesos", pero la realidad es otra, y Bradomin la intuye, y aunque ella lo rechaza, solo tiene él que esperar que el verdadero motivo de su presencia en Brandeso se descubra; Concha se cura tras dormir "romanticamente" con Xavier y protegidos por las yerbas de virtud oculta situadas por Bradomin bajo la almohada

     El ritmo aletargado de la novela adquiere, entonces, cierta vivacidad. El narrador cede cierta parte de sí mismo para que Concha intervenga de forma más activa, haciendo para ésto uso de una intercalación de los sentidos de Bradomin con unos escuetos diálogos entre el marqués y su recobrada amante, donde ella dirige la conversación. De esta manera cede el hombre ante la mujer.  "Acudí a sostenerla. Cruzó las manos sobre mi hombro y reclinando la mejilla, me miró con sus bellos ojos de enferma", el permiso queda franco.... "la besé, y ella mordió mis labios con sus labios marchitos. La viada transcurre entre las paredes de palacio y el jardín, entre Candelaria y Florisel, inmersa en un galanteo de gestos y palabras, y un juego de pasiones recobradas. En la prosa Bradomin manda, en el dialogo Concha destaca; es como una cesión de Bradomin, mediante la cual el narrador oculta su soberbia.

   Más de pronto todo cambia, y he aquí que se inicia una segunda parte, donde toma vigor la prosa que detalla el contenido de la casa, sus títulos y antiguas grandezas, el tiempo pasado en el laberinto y el sueño vencido, "yo era el cruzado que partía a Jerusalén, y Concha la dama que le lloraba en su castillo al claro de la luna". Primero es don Juan Manuel quién rompe el hechizo, luego será la llegada de las dos hijas de Concha, acompañadas por Isabel, lo que impone la realidad de un romance imposible que concluye con la muerte, y con la egoísta condición de Bradomin, quién se pregunta si se volvería a encontrar con otra pálida princesa que le admirase.

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