sábado, 20 de agosto de 2016

03075-49.IMPOSIBLES: De Antonia y de Concha

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03034 (22.07.2016 - Una mujer de sesenta años todo lo vigila)

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03087 (25.08.2016 - Entre dos pechos)



De pronto aparecen las dos; son dos figuras femeninas que desde un fondo indeterminado se acercan a mi existencia. Concha, mi suegra, es una, Antonia, mi madre, es la otra. Vienen hablando, sobre un suelo indefinido, sin aparente preocupación si hay cielo sobre ellas y tierra que las sustente. La energía aumenta, átomos y moléculas vibran a mayores velocidades, todo se dilata, y mi cuerpo sufre del calor que gobierna mi mente. 

- ¿Dónde vais? –les pregunto con extrañeza-

- Pues mira –contesta mi madre- yo me acabo de morir apenas hace unos minutos

- Ya lo sé; yo estaba ido cuando tú te has ido

- Y he visto a Concha allá…

- ¿Allá? -pregunto con hondo desvío- Si todo está oscuro

- Si, al fondo

- Allá –confirma mi suegra-

- Y he ido hacia ella

- Y yo al verla, he ido hacia ella –confirma mi suegra-

- ¿Y qué? -inquiero con absoluta desavenencia-

- Pues que la una para allá y la otra para aquí –dice mi suegra-

- ¿Qué? -intento no mostrarme nervioso-

- Creo que nos hemos despistado

- ¡Ah! -se han despistado; dicen que se han despistado...-

- Ha sido ella; yo acabo de llegar, y no conozco el camino

- Y en vez de ir a la luz –explica mi suegra- pues hemos cogido el camino de vuelta, cualquiera se equivoca

- Se ha hecho un lío –corrobora mi madre- Veníamos hablando

- Ya lo he visto –digo-

- Yo al verla, he dicho… ¡Antoñita!

- Y yo he dicho… ¡Concha!

     Está claro, es lo que hacen las amigas cuando se encuentran, sobre todo si hace ya algún tiempo que no se ven, que es el caso.

- Hemos empezado a hablar, y la luz como si se nos hubiese ido de sitio

- ¿Estarás contento de vernos de nuevo? –pregunta mi madre-

- Bueno –digo yo- más o menos; pero vosotras estáis muertas

- Que desagradable te pones –afirma algo molesta mi suegra- Pero ahora que lo dice, tal vez no estemos muertas

- Pero… ¿no estás contento de vernos? -insiste mi madre-

- Mama…

- ¡Vaya hijo!

- Antoñita, el niño está hecho un lío; es comprensible. Nos hacia muertas, y aquí estamos

Hace una noche calurosa, tengo ligeramente caliente la cabeza, me siento mojado, sudo y, además, mi madre y mi suegra han regresado, todo por un despiste, hablando, como la cosa más natural de la naturaleza, sin extrañeza alguna.

- Concha, tú te tendrías que haber quedado en la luz, esperando que ella llegase, sin separarte de la luz, la saludas y la llamas. Antoñita te ve, te saluda y se dirige a ti. Os abrazáis y besáis, y os metéis en el túnel, y ya está. ¿Lo habéis comprendido?

Parece que se resisten, y la impresión tengo que las dos se molestan

- Pues qué quieres que te diga, la veo y me emociono

- Yo también –añade mi madre- me emociono. Y nos vemos y nos abrazamos

- Y nos despistamos; a cualquiera le pasa

- ¿A cualquiera? –pregunto- No es posible, no es posible, que no estamos donde tenemos que estar, eso es lo que pasa

- Parece que prefieras vernos muertas

- No mama

- Pues lo parece –sentencia mi suegra-

- La cuestión es que aquí no podéis estar

- ¿Por qué? -las dos quieren saber como por un resorte y al mismo tiempo-

- Porque estáis muertas 

- Será porque tú lo dices –manifiesta mi madre-

- Eso digo yo

Me quedo mirando como no viendo y mirándolas a las dos, que allí delante las tengo cuando deberían de estar allá; una luz intermitente luce a intervalos. “Tengo que solucionarlo” pienso; decido acompañarlas hacia aquel faro que a lo lejos luce una luz a destellos. 

     Camino, y aunque les cuesta, a regañadientes me siguen. “Imagínate que es al contrario” oigo que le dice mi suegra a mi madre, “imagínate que el muerto es él, y no lo sabe”, mientras aumenta el lumínico de la luz, hacia la que avanzamos. Mi madre parece alegrarse, “todos muertos, ¡qué bien!”, y sonríe; ambas están contentas, pues los tres hacia el túnel caminamos, y yo, con ellas, voy caminando, al tiempo que pierde intensidad la oscuridad y la luz la va ganando.

Hemos llegado; a la boca del túnel hemos llegado. Yo me detengo, “seguir” les digo, y les señalo la senda de aquel túnel que es un cono con un punto a lo lejos. Ellas me miran; “vamos” les apremio. Sin embargo, no dan un paso, y se sientan en un banco que hay junto a la entrada del cono; han decidido allí quedarse, esperando. Yo les pregunto. Esperando a que yo decida, con ellas, transitar por aquel cono blanco que es el espacio.

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