jueves, 25 de agosto de 2016

03087-50.IMPOSIBLES: Entre dos pechos

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03075 (20.08.2016 - De Antonia y de Concha)

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03105 (03.09.2016 - Cómodo en las puertas del cielo)


     Cuando mi mano se desliza sobre tu pecho, en la oscuridad de la alcoba, se molesta tu otro pecho, que piensa despierto por qué no se desliza sobre sí mismo, mi mano desnuda en la oscuridad de la alcoba. Yo no se que decirle; tengo una mano abrazada a tus cabellos, y la otra mano tengo, como con disimulo, apenas apretando la masa de carne que contornea uno de tus pechos, tal vez aquel que tengo más acorde con la posición de mi cuerpo. Sin embargo, pena mi mano la impotencia de no estar, al tiempo, sobre la cálida masa extensa de tus dos pechos, y siente, esa mi mano, falta de fuerza, como llora en desconsuelo ese pecho abandonado que permanece quieto por no ser adorado en algún momento, aunque corto sea, de la larga noche de la que estoy hablando. 

   Cruza la vaguada, habida entre tus pechos, en la oscuridad de la noche, la dicha mi mano, con ese sentimiento de estar traicionando al primero de tus pechos, al que abandona a su suerte, en noche tan deseada, para apretar la masa de carne que es el extenso del segundo de tus pechos. Gime, mientras cruza el estrecho el dedo que arrastra tras de sí la mano de la que es un elemento, el pezón encendido del primer pecho, pues advierte como se enfría la aureola, pierde fuelle la mama, entre ese alejamiento que, tal vez, no ha de volver a verle, pues puede que acontezca, llora en su mala suerte, que sea más cálido ese su enemigo pecho. 

   Y ya está en la otra parte, mientras larga la noche su confusa capilla, esa mano fementina que traza siluetas en tus pechos, como abriendo puentes, que salvando el lecho del desfiladero, olvide al primero y vengase a amar al segundo entre senderos suaves que, al cabo de ser trazados, busquen con punta de dedo el pezón ardiendo, mientras tú repasas como fue olvido imperdonable no untar con sustancia pegajosa la infiel mano al primer pecho. Ahora te das cuenta, has perdido al amor cuando lo tenías encima, has dejado, en tu plácido sueño, que el segundo pecho lograra cazar la tibieza enamorada, que en ti cayera el ludibrio vertido en vergüenza.

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