miércoles, 17 de enero de 2018

04113-30.NOTAS PARA UN IMPOSIBLE MANIFIESTO ANARQUISTA: 06.Primera Pre-Era: Del Círculo al Quicio

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     Aunque ya los hombres reunidos en el Cado se estructuran en una primera forma como Conglomerado, la individualidad del Hombre prevalece en esta fase de Lobregura que ha sustituido a la Carencia de Luz. El Hombre es quién realmente tienta las paredes del Cado y existe en la medida que dichas paredes delimitan el espacio físico de su movimiento, que si en este momento ya es Movimiento Controlado lo es en el estricto sentido espacial al que nos referimos. Es el Hombre quién siente el resplandor de la luz que es manifestación física de la Imagen Divina; ahora bien es manifestación física desde el momento en el cual es exterior al Hombre, porque no hemos de olvidar que la Imagen Divina es el modo de obrar del Hombre ante su Yo mismo, es un invento de su Pensar y es un terror producido por su Voluntad, ya que el Hombre rechaza la responsabilidad de sus acciones. Dicha inconsciencia de la obligación de si mismo es lo que produce el primero y más esencial de los inventos del Hombre, como es la Imagen Divina, cuya primera aportación al hombre es un apropiado raglán que lo cubre hasta el cuello y lo protege con precisión. Sigue la apreciación de lo acontecido. La excepcionalidad del sujeto, esto es Imagen Divina, causa en el Hombre la admiración propia del suceso sobresaliente que emana, como Pensamiento Inventado, del mismo hombre, y es, en su indivisibilidad, la explosión que despierta al Hombre en el Cado, lo que hace en un claro sentido de reconocerse así mismo como Hombre en una Sustancia de Hombres. Es decir, ya no existe el Hombre entre hombres sino el Hombre capaz de demostrar a los hombres que existen, porque una Imagen Divina está tras la luz que él mismo ha visto, que lo ha deslumbrado, que le ha abierto los ojos, y les ofrece en aquella caverna, donde solo tientan paredes, una posibilidad única de escapar de aquella Lobregura que los atrapa como animales y les confiere la condición de bestias. La esencia de esa imagen es divina por el factor desencadenante que produce; la mutación resultante es un hombre que deja de reconocerse como Voluntad. La constatación en precario, que sigue, del alumbramiento que tiene lugar, incide sobre el mismo Hombre al considerarla ajena a su esencia e implicada en una manifestación que se aprecia como totalmente externa al Hombre. Este aparente desdoblamiento es, como se ha dicho, en realidad una prolongación del Hombre, cuya exposición física es la Revelación en forma o figura de Imagen Divina, la cual adopta cualesquiera de los motivos que le son apropiados al propio Hombre y que han de servir a los fines que persigue. Así, Las figuras humanas, de animales, de vegetales, de minerales y rocas, celestes e imaginadas se pueden presentar aisladas o en conjuntos, cuya armonía se desarrolla en la composición y mezcla de los mismos, en el orden y disposición elegidos no tanto por el Hombre deslumbrado como por sus sucesores, quienes, de seguido, fijaran relatos, cuentos, narraciones, poemas, epílogos y otros más o menos enlazados por diferentes textos o en un tratado único o libro ejemplar.
       
       Esta Imagen Divina que el Hombre extrae de sí y a continuación expone ante él, es el origen cierto de cualquier causa que produce un efecto. 

         Su Revelación es la manifestación de la explosión. 

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