viernes, 27 de octubre de 2023

07806-158.IMPOSIBLES: ¿Quién sufre más, el agua o el fuego?: 01.Del libro "El Héroe" de Cómodo Centón

DOCUMENTO ANTERIOR
07659 (20.08.2023 - La vida entre dos estrellas 
                                     de un parasito)

DOCUMENTO POSTERIOR
07837 (08.11.2023 - ¿Quién contamina más, 
                                       los árboles o las personas?
                                 02.Del libro "El Héroe" 
                                         de Cómodo Centón)

      Estando fuera del túnel, los gatos en sus asuntos, un arroyo pudo ver a su vera El Tercero, y solo entonces se sintió libre de aquel espíritu y seguro bajo aquel supuesto color azul del que estaba pintado el cielo. 

      Corría el agua sobre el lecho, gota tras gota, ¿qué tamaño tiene una gota?, formando una sociedad llamada agua, donde cada gota luchaba por ser ella, un individuo libre, y no parte de una masa perturbada conducida por una pendiente, excéntrico. En ocasiones, al golpear sobre una roca, saltaban algunas gotas que, sonrientes, le miraban, más desaparecían de nuevo en la masa social que se alejaba. 

      Y se sentó sobre una piedra, y se descalzó, e introdujo sus pies entre las gotas que conforman el agua, lo que le incitó a sentir un placer; “¿qué tamaño tiene una gota?” dijo, comprobando que no todas tenían el mismo tamaño, lo que le llevo a imaginar que era una gota imaginaria el nivel mínimo de energía contenida en el agua, viendo, entonces, unas nubes aisladas que se precipitaban allí donde El Tercero estaba. “¿A dónde irán?” se preguntaba, ¿a dónde vais? les preguntaba. Su mirada quedó prendida de la margen izquierda del río, suspendida sobre una pequeña explanada que, entre árboles, se exponía; podría levantar allí una casa, y detener su caminar sobre los caminos, y ver pasar a las gentes sobre el firme ligero en el cual se hallaba, sin que nadie pudiera cruzar el río. Solo en aquel enclave solo. Y se preguntó cuánto dudaría de soledad imbuido, con los pies metidos en el agua y sin mujer alguna; ¡he aquí la flaqueza de un héroe! 

    Observó un celaje azul desapareciendo tras las nubes estancadas, ahora algo abultadas, que presentaban unos matices como de tenues tonalidades pintadas; “¿dónde te has ido sol que antes ahí estabas?” preguntaba El Tercero, aunque leves rayos de luz entre las nubes se filtraban. Se sentía bien, y viendo pasar una bandada de aves recordó, sin saber el por qué, a su abuelo sentado ante su mesa de trabajo; “debería escribirle una carta, darle noticias, prometí que lo haría”, en tanto un presagio lo rodeaba. Acumulabánse las nubes aisladas como formando una claraboya y oyó el tonar de unos rayos que aparecían y se marchaban. El cielo, que ya no estaba, era una compacta formación de agua que callaba, pareciendo anunciar que la invasión de la tierra se hallaba preparada. Un rayo, en forma de centella, cruzó el espacio, y fue suficiente para enamorarse de uno de los pinos de la margen izquierda del río, desatándolo en fuego y pronto pudo El Tercero oír los ululatos descarnados del pino entre los susurros de las gotas del río golpeándose con las piedras y el lecho. ¿Quién sufre más, el agua o el fuego?

       Cayeron las primeras gotas, después las segundas, y las terceras sobre las anteriores, en masa caían, formando una cortina de agua cayendo sobre el fuego. “¿Quién ganaría el combate, el agua o el fuego?” se preguntó el Tercero, viniéndole a la mente aquello que le contara su abuelo, Cómodo Centón El Primero, de lo que acontecía en una jaula donde un león y un hombre se hallaban dentro; vio al León en el centro y al Hombre lo vio pegado, temeroso, su espalda a los barrotes de la jaula; y luego vio al Hombre en el centro y a un Cordero pegado su espalda a los barrotes de la jaula. Y en esto recordó, como le dijera El Primero que era la vida el poder, y que el poder siempre estaba en el centro.

    Se levantó y en una oquedad pudo refugiarse, y no siendo suficiente, raudo corrió al túnel, contemplando como por las fisuras del techo, se precipitaba el agua al suelo, y supo que estaba perdido, solo estaba a punto de morir solo, entre el agua y el fuego, y como tenía a quién rezar, no rezó, sino que se quedó quieto, haciendo de su quietismo la bandera de su ego. “¿Quién sufre más, el agua o el fuego?, ¡ay de las gotas que se rompen al tropezar con el suelo!, ¡ay del fuego que se rompe quemando lo ajeno!” contemplaba a la naturaleza en su afán por desatar aquella batalla entre el agua y el fuego. “¿Quién ganará el combate, el agua o el fuego?”, ambos afligiéndose daño y los dos desapareciendo, odiándose eternamente como a sí mismo se odia el universo, suyo destino es destruirse a sí mismo acompañado de algún punto del tiempo; “¡qué tiempo!; simplemente odio al Tiempo, no soporto la presencia del tiempo” se decía El Tercero, añadiendo “quiero ser como Bowman frente al luminoso remolino de la galaxia, dejando atrás las escalas del tiempo, como una sobra caminando entre los núcleos resultantes de los soles, poseer un juguete llamado Tierra donde poder manipular a los pueblos. Quiero poner a contribuir mi voluntad, tener poderes aún no usados, ser el amo del mundo, aunque no supiera que hacer con ese mando, más ya pensaría algo”

      “Bronca naturaleza, ¿por qué te aman los ignorantes seres humanos?”

    Una ráfaga primero entraba por la otra parte del túnel y salía, y le seguía una andanada, una ventolera, un vendaval. Tronó el espacio, su colera en aumento, fue el agua incrementando su caída, el viento, látigo en manos, azotando, volaban las hojas y, con ellas, pasó planeando la cabeza del cerdo, que rozó una de las orejas de El Tercero, y el hombre tras ella cayendo y levantándose, se esforzaba por recuperar aquella parte del cerdo bajo aquel diluvio que ya todo lo tenía enfangado, y subía el nivel del río invadiendo la ligera, metiéndose por entre las fisuras del suelo, notando, en ese momento El Tercero que estaba siendo agarrado por el Espíritu de La Cazadora, la cual le dio un beso de amor infinito y le decía “te quiero”, en tanto aquella lluvia colosal vencía al fuego, pues estaba el agua en el centro y el fuego en los límites del infierno, oyendo, entonces, los lamentos de los haces del fuego que estaban, asidos a pinos y matorrales, muriendo, llamándole la atención como de la pared unas piedras cayeron, y de entre ellas saltó un lagarto desconcertado, seguido por una serpiente que pensaba “si voy a morir que sea con la barriga llena”, y lloraban las flores, unas cubiertas de agua, otras de cenizas llenas, sin sus pétalos y anteras. Más, de pronto, todo quieto; ni una brisa, ni una gota, ni una llama bajo el celaje, tan solo se percibía el sufrimiento de las gotas apagadas por el fuego y los quejidos de los restos del ardor luminario apagados por las aguas. ¿Y ahora qué?, ¡tanta lucha entre el agua y el fuego para terminar los dos muriendo! 

      Se zafó del abrazo del Espíritu de La Cazadora, “¡déjame maldita!”, y la Cazadora desapareció por el túnel hacia ningún sitio.

      Todo húmedo, oliendo a rescoldos.

     Más allá de donde puso su imaginación la casa, una pared rocosa de cien metros se levantaba, en vertical, hacia el cielo, y en lo alto tres hombres, observó, miraban. ¿Saltarían, como hiciera el Obrero en aquella casa, al agua?

      Y esperó; más, no saltaron, sino que desaparecieron.

No hay comentarios:

Publicar un comentario