jueves, 22 de julio de 2010

00223-03.NECROLOGIA: 00.Odeón

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Movió la cabeza, como inclinándola ligeramente, de lado a lado. El Señor de Las Hoyas no podía decirle lo que solo ella comprendía sobre sí misma. Y sonreía al tiempo que decantaba en su estomago parte del zumo que le hacía despertar fuera del mundo de los sueños: Matilda, no obstante, seguía presente en su mundo interior de pensamientos oscuros; las piernas era lo más nítido que quedaba de aquel sueño. En cierto aspecto se asemejaba a la mujer azulada que años atrás se inventara en su vida, colocada en aquel cuadro, moviendo suaves sus piernas.
- Ser obedecido; esta es la esencia. Ser obedecido sin mandar. Mi esencia es ser obedecido, la tuya obedecerme. Sin mandar, sin necesidad de ser agredido. Mi felicidad se expresa en ser obedecido, la tuya en obedecerme. Cuando esto sucede el mundo vive en paz y los médicos ya no son necesarios -Hoyas decía ahora lo contrario de lo que había dicho-
- ¿ Y por qué tengo que obedecer yo?
- Esa es la pregunta -respondió Hoyas a Odeón- Porque me amas y deseas mi felicidad...
- Manipulación y contrasentidos
Bebía.
Todo en la mañana marca un ritmo distinto.
Bebía; del vaso de zumo bebía su contenido.
- Te quiero.
Al final del pasillo asomada a una ventana.
Traqueteo de pensamientos en la mañana.
Hoyas, la miraba.
- Ayer me llamó Ramón para que le ayude en un trabajo que le genera algunas complicaciones. Son tres o cuatro días en su casa. Estás invitada.
- No lo conozco; es un detalle.
- Sabe que viniendo tú, yo me quedaré más tiempo.
- ¿No es un detalle?
- Es una necesidad
- ¿Quieres que valla?
- Si.
Lo amaba; con la piel y con el alma, sin dudarlo, lo amaba, en lo alto de la derrota del atraque, durante el acercamiento y en el tiempo de amarre le amaba, a la luz de los tueros crepitando, en los días de hogar estancado, entre pasatiempos, cuando uno se despluma ante un pariente extraño, con los nueve naipes del tresillo, el tabaco, la copa, días enlazados con un hilo, lo amaba Odeón hasta el tuétano más profundo, como se ama. Y más en estos tiempos tan despreciables sin quehacer alguno; desde que dos meses atrás dejara su puesto en el comite del partido y se diera de baja posteriormente, su vida era una desavenencia entre el impulso que la mantenía en la calle y las atenciones que dedicaba en la casa. Se sentía presa, endeble, sin necesidad de aquellas vacaciones que se había tomado para huir de la hecatombe anunciada por las urnas. Aveces maldecía aquel momento de la salida con el hatillo al hombro, prófuga, sin apretones de manos, sin besos de consuelo, pintada de apestada, solo llorada por aquella tribade que tanto le dijera que la amaba.

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