jueves, 17 de septiembre de 2015

02493-33.IMPOSIBLES: El trece y la danza

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     Cuando llegué a la cola, conté... uno, dos, tres... siete, ocho... once, doce y trece. Yo era el trece. Mal asunto; había oído hablar del trece... del Papa Luna que estaba en sus trece benedictinos, de como en el tarot es la muerte el número trece, de los trece espíritus malignos de la cábala, de la Santa Cena Cristiana que fueron trece, de como en el capítulo trece de la Revelación (para los ilustrados "apocalipsis") llega el Anticristo, que yo ya sabía que "para un hombre desgraciado, todos los días son martes", que ya lo decía mi bisabuelo el Tio Coixo de Los Consumos.

     Era el trece; pensé en cambiarle el puesto en la fila al catorce, pero me pareció una traición a mi mismo, una indecencia moral, una evidente falta de ética personal.  Dar el mal a otro y quedarme yo con el bien... no me gustaba. La naturaleza de las cosas y la historia de los hombres me habían conducido a tal situación, de modo que solo quedaba la posibilidad de defenderme, con harta valentía de tal presente y aceptar los augurios sobre destino tal como los tenía decidido el Oráculo del Héroe de Herpetol.

     Seguí, pues, prieto en la fila, mientras la fila avanzaba y yo con ella hacia un incierto destino; sin duda que era hombre muerto. Más me complací en el recuerdo... el hombre lo es cuando está muerto; ¡qué gran consuelo sentí! Ciertamente, muerto para sí y vive para la verdad; recuerdos que me afianzaran en mi trece posición en la fila, que seguía avanzando. Sufrí entonces de un éxtasis; levante los brazos al suelo horizontales y gire mi cuerpo en rotación sobre mi eje. Ascendía, ascendía, y mientras ascendía  mi condición de extenso, cobraba inmaterialidad pues poseía movimiento propio, un moviente independiente de todo desplazamiento ajeno, dejando en la cola lo inerte de mi condición. 

    Desde lo alto pude ver una puerta y en su alto un frontón entrecortado, bajo el cual se leía "cinisterio"; y al punto mi cuerpo vino a trasladarse, sin perder la majestuosa rotación, al espacio que interrumpía la deriva del frontis, donde quede hospedado entre hermosos bustos de mujeres desnudas que danzaban sobre sí girando con los brazos extendidos y horizontales al suelo. 

   En ell quicio de la puerta pude ver a un joven provisto de alas, con una espada al cinto y las piernas cruzadas, que repasaba, tras el doce, su listado de aspirantes

- Yo soy el catorce -le dijo El Catorce-

- ¿Y dónde está el trece?

- De pronto se puso a bailar una danza...

- ¡Otro que lo hizo!

- ¿Qué hizo?

- ¡Cállate, que estás muerto; y pasa a tu sitio...! -luego, con voz más queda, añadió- Otro trece que abandona la suerte del "trece", que en vez de muerto, quiere seguir vivo.

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