viernes, 15 de septiembre de 2017

03861-21.NOTAS PARA UN IMPOSIBLE MANIFIESTO ANARQUISTA: 04.Historia del Desorden y búsqueda del orden

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      El Estado estaba en peligro, pues lo absoluto parecía diluirse entre sus hijos, la Ley y la Religión. Era preciso para el Hombre de la Plaza Publica recuperar el mito de la Imagen Divina en el Cado, lo que proporcionó la idea de Estado y fue el paradigma que inicio el concepto de civilización. Frente a la conciencia como elemento interior del hombre, el Derecho como elemento externo. De tal modo que la Religión se reducía a mera moralidad dentro de los límites de la pura razón, fijando la moralidad incursa en el precepto divino. En cuanto al Derecho se liberaba del corsé divino, haciéndose humano, de forma que el ejercicio de la ley pasaba a ser una actividad del hombre en el ámbito de la tierra y bajo el paraguas de la libertad. No dañando, libertad. Así, conocimiento, voluntad, sentimiento.
       El Hombre de la Plaza Publica ha dado pasos de gigante desde que la Imagen Divina se mostrara sobre la roca, pero no ha logrado resolver la situación que lo agobia. Comprende que el hombre mantiene una posición que nace de si mismo, y que evoluciona en una contraposición que nace de su entorno. Ambas son fuerzas que se enfrentan en el punto exacto que ocupa el hombre, lo que provoca un vacío en el hombre que puede conducir al caos. El Estado como valor absoluto pende, aún, de que la relación entre posición y contraposición quede resuelta, no siendo el hombre el instrumento de resolución, ya que el hombre se posiciona y contraposiciona. Es de nuevo Dios quien resuelve la contradicción. Entre las cosas y la conciencia, Ley y Religión, el Estado. De este modo es como la Ley avanza por el camino de las libertades del hombre, y la Religión por el camino del mito en las creencias del hombre. Destacando la vieja dicotomía: el Hombre en la tierra, Dios en el cielo. 

      Lo Absoluto es la idea de Estado. De otro modo ni es posible gobernar ni es posible acceder a la verdad. El Estado como agrupación de hombres en virtud de norma jurídica cobra la relevancia de verdad, su manifestación esencial es la Ley y por la misma la capacidad impositiva sobre el hombre es el pensamiento de la necesidad. El Estado es vida, vida absoluta, absoluta verdad, y el Hombre es la necesidad del Estado. En el proceso de llegar a ser absoluto, el Estado educa al Hombre en la certeza y en la evidencia, en la dejadez de la razón y en la exaltación de principios cuya materialización son de imposible cumplimiento. Lo Absoluto está en acción y es acción; se mueve. La Verdad es el Estado. Al Hombre solo le queda nacimiento y muerte igual a vida. Y en el interregno que son esta tesis y su antítesis, la Ley y la Religión, el Hombre dios de la tierra y Dios como dios del universo, la Vida es solo consentimiento y aplicación de la norma jurídica. El Estado adquiere su cualidad de Señor del Mundo en virtud de dos esencias. La primera es la imposibilidad del Hombre a retornar al Cado. Se presenta como segunda esencia la imposibilidad del Hombre a vivir en la plaza pública como hombre. 

      Es esencial comprender que la idea del hombre, tomada de la Imagen Divina, que lo conduce a perder su individualidad en el estado, lo transforma en un salvaje social sometido a la norma jurídica o necesidad del estado. Esa perdida de individualidad se escenifica en el mundo de la representación a favor de la voluntad de poder. Nos encontramos, pues, ante la consolidación del Estado tal como lo concebimos en el actual siglo XXI. Sin embargo, esta cesión de la voluntad individual a favor de la voluntad del Estado, sufre un proceso histórico que se inicia con el pesimismo. El Hombre es una magnitud finita sin objetivo cierto, la evidencia de vivir para morir es una inagotable fuente de tragedias, sus pasos conducen a otros, hasta alcanzar un último paso donde caer es el destino de una muerte diferida cuya causa absoluta no aflora. La vida del Hombre se expande progresivamente entre las leyes del Estado y la ética de lo absoluto, se descubre abandonado, precario y lastimoso. Nace para morir, lo sabe, ¿qué sentido tiene empeñarse en vivir?. El Hombre reconoce la nulidad de la existencia terrestre y, lejos de rebelarse, somete su voluntad al imperio del Estado, porque haya sobradas razones en la Religión; así, es preciso negar al mundo, es imprescindible causar una decidida negación de la individualidad, hallando en la moral los significados primarios de la salvación. Porque si las cosas y la historia, comprende el Hombre, fueron antes que yo y lo serán tras de mi, el fin, sin duda, ha de ser Dios, que de otro modo no cabe considerar el ABSOLUTO DEL ESTADO, ES DECIR, LA VERDAD. 

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