miércoles, 6 de marzo de 2024

08099-92.VIAJERO MADURO: 03.Cádiz: Ruta nº2 o Barrio de Sacramento

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08093 (04.03.2024 - 02.Cádiz: Ruta nº1 
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08105 (10.03-2024 - 04.Cádiz: Ruta nº3 
                                        o Lugares Pendientes)


       Cómodo Centón ya ha desayunado, y lo hecho en la calle de La Pelota; de seguido cruza la Plaza de la Catedral y toma la calle Compañía, apenas el reloj sobrepasa las nueve de la mañana y el ambiente es algo frío, pues se ha cruzado con gaditanos en horas de trabajo y apenas locales abiertos; la sensación es la de una ciudad que está despertando y en sus bostezos parece Cádiz una ciudad sin vida. Los EDIFICIOS son de dos o tres plantas, se asemejan a dormidos, algunos en la unidad de cuidados intensivos sin cuidados, todo parece sujeto al olvido, algunas fachadas desconchadas, sus balcones como refritos por el tiempo, hay bajos cerrados a cal y canto, de forma que el tortuoso transito suena como a maldito, hasta que, de pronto, cobra Cádiz la vida. 

       Es entonces que Cómodo pregunta a un gaditano, "¿la plaza de Topete?", pone el gaditano cara de sorpresa, insiste Cómodo con "¿la plaza de las flores?, y contesta el gaditano "¡ah, esa que ve usted ahí!"

       Una especie de plaza triangular alargada se abre ante Cómodo Centón; es la PLAZA DE TOPETE, aunque, en realidad, aun siéndolo no es del vicealmirante Juan Bautista Topete, sino que es la llamada PLAZA DE LAS FLORES. ¡Triste destino del vicealmirante!, un marino forjado en diversas batallas navales ha sido superado por unas flores. A dicha plaza llegan las calles de Barrié y Libertad, y nace la calle Columela, constando en el centro la figura en piedra de Lucio Junio Moderato Columela. ¡Triste destino del vicealmirante!, un marino forjado en diversas batallas ha sido superado por un escritor, Lucio Junio Moderato Columela, que escribió "Los trabajos del campo" y el "Libro de los árboles". En la Plaza, plácida y agradable, hay diversos quioscos de flores, diferentes tiendas y un bar/freiduría en el que no entra más gente porque no cabe. Al fondo el Edificio de Correos de 1930, ecléctico, de ladrillos rojos y paramentos blancos; Cómodo pasea sin rumbo entre casas gaditanas y neoclásicas.

      Después de fijarse en la Casa de Correos se abre ancho un espacio al que llaman PLAZA DE LA LIBERTAD, en realidad el MERCADO DE ABASTOS, de 1838, neoclásico y soportales con columnas dóricas, con frutas, verduras, mariscos, carnes y pescados, antiguo Convento de Carmelitas Descalzos, desaparecido a manos de Mendizabal. Aquí hay vida; no es especialmente bonito, sobre todo en su zona central cubierta por una dudosa estructura metálica. 

      Pasado el mediodía hay que comer, y lo hace en uno de los restaurantes que hay rodeando el mercado, llegando después el Viajero Maduro a la CASA TAVIRA; aquí hay un Museo de Carnavales, cuya visualización es recomendable, aunque en su interior Cómodo se encuentra con "nadie"; después se entera que puede subir a la torre de la casa/palacio, de cuarenta y cinco metros de altura, por medio de escalones, y desde donde, le dicen, se contempla Cádiz. El Centón, que ya ha subido a La Torre del Reloj de la catedral, desiste; no están sus piernas para tal esfuerzo. Pregunta por un ascensor; no lo hay, y la mujer de la entrada se sonríe. 

      Caminando hacia el oeste, fluye el ORATORIO DE SAN FELIPE NERI; su exterior nos muestra una fábrica compacta y articulada por pilastras jónicas, pero lo interesante son las lápidas dedicadas a los diputados doceañistas que pusieron en marcha la Constitución de 1812. Lo importante está en su interior; merece la pena sentarse en esta sala ovalada realmente bella, emplear bastante tiempo en contemplar la cúpula ovalada de estructura encamonada, las capillas laterales con bóvedas de cañón y muy decoradas, así como retablo mayor rococó y que incluye un lienzo de la Inmaculada Concepción de Murillo.

       Tras un descanso en el hotel, llega el caminar sin rumbo; la deliciosa y silenciosa calle Sopranis le lleva a la calle San Juan de Dios, y esta al malecón; aquí se apoya en el pretil, extendiendo su vista por el océano atlántico, entretanto baja el sol y las aguas golpean con leve violencia las rocas que defienden la muralla; corre algo de aire fresco. Girando su cuerpo puede examinar la fachada posterior de las dos catedrales y, a su vera, la parte trasera del Teatro Romano hasta que el cuerpo interviene afanándose por hallar dónde cenar, lo que terminará haciendo en uno de los restaurantes de la calle Plocia para, de seguido, tomarse un brandy en un local, que abre tarde y noche, de la Plaza del Ayuntamiento, frente a Moret.

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