martes, 26 de marzo de 2024

08141-167.LIBROS: 50.Contribución a Así habló Zaratustra de Nietzsche: Del Reino de La Muerte

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08137 (23.03.2024 - 49.Contribución a Así habló Zaratustra
                                      de Nietzsche
                                  02.Iglesia y Sacerdotes: El Creyente)

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08145 (29.03.2024 - 51.Contribución a Así habló Zaratustra 
                                      de Nietzsche
                                  01.De los Alumnos: Zaratustra)


       El volatinero da un salto, cayendo desgarrado y quebrantado, pero vivo, junto a Zaratustra, quien le dice que su alma estará muerta más pronto que su cuerpo, de modo que nada se pierde cuando se pierde la vida. Muerto el volatinero, Zaratustra lo carga sobre sus hombros y tras depositarlos en el hueco de un árbol, comprende que lo que necesita son compañeros vivos.

       Hay quien muere demasiado tarde y otro hay que muere demasiado pronto, dicho de otro modo, hay que saber morir a tiempo, y sí a tiempo no se muere por la mano de la naturaleza, debe el hombre tomar partido en el asunto de su morir, porque “quien nunca vivió a tiempo no sabe morir a tiempo”. Estamos ante el difícil arte de saber morir a tiempo, y quien sabe hacerlo termina siendo amado durante mucho más tiempo. Es necesario sacudir el árbol del que cuelgan los cuerpos agusanados y podridos, que caigan y sean llevados ante los sepultureros.

       Ya llegando hacia el final del libro, nos presenta Nietzsche el Reino de la Muerte; está formado por arrecifes y donde no habita la hierba ni los pájaros, donde no hay árboles ni animales, salvo unas serpientes que tienen el lugar por su sepultura. De este lugar, sin embargo, es poblador una Voz que le increpa a Zaratustra para que le diga quien es; y contesta Zaratustra que es el asesino de Dios. La Voz justifica su asesinato; Dios lo veía todo, veía al hombre y veía a la Voz, y este ver constantemente a la Voz, a la Voz le resulta insoportable, así, “el Dios que lo veía todo, incluso al hombre, tal Dios debía morir”. Zaratustra señala a la Voz la montaña donde tiene su cueva y le invita a refugiarse en ella, y sin más sigue su camino.

       Entre el volatinero y la voz, en cierto sentido, transcurre la vida de Zaratustra, desde la plaza pública al hecho de la muerte y, sobre todo, el saber morir a tiempo cubriendo la posibilidad del suicidio. 

       En paralelo encontramos el argumento del por qué hay que matar a Dios, que no es otro que Dios, con su perenne ver, condicionando la vida del hombre, evitando que pueda dar el salto sobre el abismo hacia el superhombre o alcanzar la conversión del Hombre en Dios, provocando, en cierto sentido, su asesinato a mano de La Voz. 

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