lunes, 8 de abril de 2024

08165-170.LIBROS: 53.Contribución a Así habló Zaratustra de Nietzsche: 03.De los alumnos: Nietzsche y Stirner

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08157 (04.04.2024 - 52.Contribución a Así habló Zaratustra 
                                       de Nietzsche
                                  02.De los Alumnos: Cómodo Centón

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08180 (15.04.2024 - 54.Contribución a Así habló Zaratustra 
                                       de Nietzsche: Los animales


      En cierto sentido se aprecia la consciencia de Nietzsche en cuanto al fracaso de su misión, pues Zaratustra abandona, de modo definitivo, el mundo de los hombres.

      Los alumnos le han hecho un regalo de oro, que Zaratustra acepta; “encontraros a vosotros mismos”; y de tal modo Zaratustra se despide de sus alumnos, para, finalmente, abandonar la cueva ya que lo único cierto que persigue Zaratustra es su obra.

     Zaratustra, en su evidente melancolía les dice a sus alumnos que, si permanecen alumnos, nunca serán maestros. Más, ¿cómo muta un alumno en maestro?; Nietzsche ignora este asunto, acaso porque no sabe que ha de hacer un alumno para transformarse en maestro. La realidad de una doctrina es que sí subsiste no permite que ningún alumno se asemeje al maestro y menos que lo supere. En el caso de Zaratustra, hijo del Sol, su maestría procede de su “padre”, y es esa directa procedencia lo que convierte a Zaratustra en maestro. Sin embargo, ninguno de sus alumnos es “hijo del Sol”, lo que hace que el fracaso de Zaratustra sea una evidencia, pues la pretensión de Zaratustra es “hacer caer mis palabras sobre los valles”, de manera que dichas palabras se hunden en las tierras que son el Reino de la Muerte.

       Hallamos en Nietzsche una consideración entre el amigo y el enemigo que sirve para prevenir a sus alumnos. “El Hombre que busca el conocimiento no debe únicamente saber amar a sus enemigos, sino, además, aborrecer a sus amigos” nos indica Zaratustra. Sí en el extenso de una doctrina se busca la perdición de los enemigos, no cabe duda que el enemigo se revuelve contra la doctrina, se enfrenta y ataca a la doctrina, estableciendo como objetivo la destrucción de la doctrina; por esto es que al enemigo hay que amarlo, y en ese amor de guerra encubierta atraerlo a la doctrina. Semejante acción, amar al enemigo, queda abierta a su destrucción, más, dicho amor, que no muere, termina por captar al enemigo o, al menos, evita la destrucción de la doctrina o bien aplaza la victoria de la doctrina. Por otra parte, a los amigos ya se les tiene captados, no obstante, ese poseer al amigo puede derivar en una traición de la doctrina en cuanto adaptación de la doctrina al cambio temporal. 

      Stirner radicaliza la captación negándola, ni amigos ni enemigos, el Hombre es único y no puede estar a expensas ni de los unos de los otros, de manera que no hay enseñanza posible, sino esfuerzo personal para detentar la propiedad de uno sobre uno mismo. Los enemigos, dice Cómodo Centón, solo buscan la perdición del único en tanto los amigos no entienden el concepto de único. 

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