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Por la calle entreabierta
vagan las miradas desconcertadas
de las mujeres ambulantes,
las que transitan por las aceras
cargando comestibles de vida,
llorando el vuelo de las aves
pérdidas, sin poder cambiar
de morada. Son como sombras
cansinas, que pernoctan desdichas
en el éter. Prietas caminan
por las aceras de la existencia,
tal vez impulsadas por esos
aires que las rodean y vigilan.
Miran sus manos, ven la ambuesta
vacía, y tiran, deshilachadas,
del carro con ruedas. ¡Cuánto pesa!
Suspiran, tienen la mente partida,
cada parte afincada en distinta
finca, separadas por un barranco
de lodo y sangre vertida, que cubre
de negro el lecho vacío de la avenida.
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