martes, 17 de abril de 2012

00992-20.LIBROS: 01.Cómodo Centón: 01.Botsuana en 1992

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                         I : ÁFRICA

     Se África que estas ahí..., de tierra caliente vestida, como de espuma pintada, más allá de la mediterránea agua, coronada por un desierto de arena ensangrentada. ¡Que lejos estás!, por los mares separada, que tienes calor de nodriza, alma de mujer callada, el vigor del guerrero yaciente, la ausencia de tu olvido y por el hambre de los siglos integrada. Se que eres una isla, una masa barriguda sobre un cabo apuntalada, que caminas de puntillas, sudorosa, maloliente y de la historia bastarda, entre dos trópicos sofocantes y un ecuador que nunca sabe que te pasa. Gritos sofocados por el ocre de la sabana, alma perdida que deambula por nebulosos bosques, de los colores formada, de tiernas mesetas forjan el pulular de las bestias, montes y montañas, ¡ay África que vagas!, que eres cálida, como araña, que apenas sientes el frío salvo en los más altos picos, excepciones blancas, como la luna alzada que rompe, en el negro cielo, la ropa lavada, ropa que huele a ríos en manada, defecando blanca espuma en los fondos de las gargantas, sonidos solo perceptibles por las almas. ¡Cuantos silencios a tus gritos acompañan! Se, África desesperada, que eres fuerza, espíritu y aliento, una válvula cerrada, páginas escritas con la tinta negra de las estilográficas blancas. 

     Placenta del hombre, cuévano lejano, patio de malabares. Obra poética que es bien común, creación colectiva, recepción de una herencia recibida de los antepasados, que si muere con el último muerto nace con el último vivo, de ahí que se encuentren tus hijos añadiendo, con sigilo, la interpretación personal de lo infinito y lo finito, a la luz de los tambores de quienes, se supone, comprendes el lenguaje y eres harta capaz de explicar los gestos simbólicos de los bailes y de las danzas, reiteradamente repetidas a mi oído, poesía canturreada al modo del herrero que forja los metales, a la manera del fiero que esculpe y talla, al modo que salmodia, muerto el animal, tras la caza, el monte. África que gimes tras los tornavirones que recibes, apenas tibiamente se te oye, del hombre, eres tierra malgastada que lo permite, y ya no ruges, porque siendo la madre del hombre, al hombre te sometiste, ese hombre que lo es porque está en medio de todo, que usa de su boca para ser puente entre los muertos que son parte de su intelecto y esos otros muertos que no han nacido para serlo.

     Es de este modo que si bien no te haya la historia en tu blanco seno, porque negra y dócil eres, en la sombra del Alma y de Alá vives. Construyes historias de temas eternos con finales moralizantes, insistes, como la ignorancia del pensamiento requiere, en explicar el origen de las cosas, dando cátedra a tus maestros, a esos narradores profesionales, a esas bibliotecas vivientes, memoria del grupo, de la casa noble y del pobre enterramiento. Son los eternos jefes, efímeros en el tiempo, que obran milagros con lo nuevo y conservan lo viejo, guardando en silencio esas fórmulas fijas e inamovibles que inician y concluyen los cuentos. Son tus hijos más temibles, aquellos que enterraron en tu seno, África desgastada por el tiempo, al australopitecus, son los que iniciaron el camino por el mundo entero, y si de ti salieron los primeros y más avanzados "erectus", allí, en tu piel, se quedaron resguardados los más siniestros cerebros. Esos hombres tan próximos a la noche de los tiempos, anclados inexorablemente en esa tierra que recubre tu osamenta, pulula por ti obsesivamente sujetos a ella, amante, sin elección, de la naturaleza. Porque África bendita, cuando el hombre elige pierde la naturaleza, que hasta en tus espléndido atardeceres puede un hombre ser cambiado por un perro a la luz desteñida de la transmisión boca a boca. Eres África  en tu penumbra el hazmerreir de los que invocan tu hermosura.

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