viernes, 27 de abril de 2012

01002-24.LIBROS: 01.Cómodo Centón: 05.Botsuana en 1992

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                       VI: EL OKAVANGO Y LAS FUERZAS

    No se África si has estado en el Okavango, no se África si conoces el Okavango, no se África si has oído hablar del Okavango. Porque el Okavango, África maltrecha, apenas admite la presencia de millonarios y algún que otro afortunado. Por eso, África, no me extraña si me dices que nunca has estado en el Okavango. Porque, ¡ay, África desordenada!, el Okavando es tierra de ociosos, tierra de sirvientes blancos, tierra de domésticos negros..., un mundo de silencios coloreados, alimentado por una línea de río que nace en tierra extraña, atraviesa el Caprivi y muere en el Kalahari; al llegar a Ngami serpentea entre dos fallas y se rompe en mil irreconocibles hijuelas..., río que corre sin escuchar al que tiene sed, que arrastra a quién no conoce su peso. 

     Se África que el Okavango es un diamante de veinte mil kilómetros cuadrados, presidido por el águila en el cielo, la acacia en la tierra y el macoro en sus aguas. Estos tres indiscutibles príncipes forman un solo dios verdadero llamado DELTA DEL OKAVANGO, una llanura plana de tierra y agua, una corriente que fluye, se detiene y se acumula en la nada, creando una llanura anegada donde nadan los leones tras sus presas y para cazarlas. ¡Que quietud tienen las bestias mientras descansan!, ¿y en qué piensan mientras te ven pasar, a hurtadillas, sobre sus aguas?. En ellas espera el cocodrilo... torpe, estúpido, acorazado..., que su fuerza es el agua que lo lleva. Lo podrás ver, África, al modo que son los muertos, tumbados al filo de la orilla, mojados, sin dueño, sin actividad curiosa, sin capacidad intelectual, de modo que aún pareciendo muerto no desciende el buitre sobre él como lo hace sobre la ocre sabana que cubre la tierra, cedido el sitio por el cheeta alargado, el elefante mirón e indiferente al entorno. ¡Que abanico fluvial más hermoso!.

http://www.youtube.com/watch?v=qwZjzhjnKUY

     No es la MUERTE para ellos cosa nueva, no es la muerte un descubrimiento nuevo cada día, sino una agradable compañera de juegos, persecuciones y miedos. Esa muerte siempre dispuesta a recibir al impala, esa muerte tacaña que nunca envía al Médico en el preciso momento, esa muerte que al toque de clarín del "león de agua" avisa al buitre donde hay carne muerta, bajo ese SOL de oro  que pule los polvos del cielo, ese sol de la banda de colores que da preeminencia al rojo tras el negro color de las plantas de los árboles, de la tarde que va muriendo, de modo que ese sol que seca todo cuanto la tierra le muestra no sabe por donde corre escondido el río ni ha oído del Okavango hablar, ni al "delta" ha ido, cono que no se mueve por no molestarse, con el ruido, así mismo, que no se hiere así mismo y no se falta en su destino, mientras absorbe el agua cuya velocidad a cero ha ido.

     Okavango cansado, estas de fuerzas lleno, y no hay nada que cambie sobre la tierra que no pueda ser atrapado, salvo el espíritu inventado por el Hombre al que llamamos "alma". Ellas, las FUERZAS, están presentes en el inventado mundo de las almas, de las almas que vagan, de las almas errantes que se transforman en ti y nadie lo sabe, de esas almas que entran al secreto de la noche, en la oscuridad envalentonadas, para atraer y llevarse a tu hijo y al mio, Okavango de huecas ideas y mezquinos pensamientos, que te dejas llevar por la corriente de tu río, siempre transformándote en ti mismo, sabana verde, toda fresca sabana verde, del espacio y del encuentro, que te ilumina la luna en las noches de almas rebeldes, resplandores del ala del crepúsculo, masticadores de brasas, hacedores de proezas..., ved como el viento arremolina las hojas en esta noche de fuerzas, de nariz señalando hacía atrás, que debes proteger a tus hijos del beso, del insulto, del rapto de la noche que contemplan los hombres al fuego. Escucha Okavango la voz del hombre que te contempla sin miedo, el rito de los hechiceros, ese espíritu de la fuerza del fuego, la leña seca no te engendra, no tienes por hijas a las cenizas, fuego que ardes sin calentar, que brillas sin arder, pájaro sin alas, cosa sin cuerpo, fuerzas del corazón que poséis al viento, los días pasados errantes en un campamento errante, allá donde la brasa huele, masticados con la delicia del tiempo, en plena inconsciencia, hacen que bailen los huesos de los más viejos muertos.

    ¡Oh, Okavango rebosante!, sabana ilimitada de infinitos registros, largas vistas y cielos encendidos, que eres como la bóveda celeste y como el espacio yaces, vela llegar, que si la vida es lenta en venir, la muerte es inmediata. Semejante al loto puro llega de colores envuelta. Semejante al loto puro que florece por los trópicos escanciadores de sequedad. Semejante al loto puro henchido de bayas tónicas suculentas, fruto dulce que hace al viajero olvidar el recuerdo de la patria, árbol de las profundas regiones desiertas, que florece en el horizonte, allá en los confines del mundo que conoces, donde la bola de oro, de nariz prominente despeja a la oscuridad de su imperio, de modo que iluminando la luna la tierra en su ausencia no deja por ello la noche de ser noche, sofocando en sollozos su tristeza.

    Más, atenta, mírala llegar, allá donde florece el campo, que ella de posibles formas se presenta, al parecer de las espinas, al modo del agua que gotea, llevada en hombros a través del pueblo de los muertos, orgullosa e incandescente en su negritud, como parte de tu empobrecido manto. ¿Qué otra miseria, qué otra congoja guardas en tus entrañas?. Adivinas, Okavango solitario, la llegada de una aguja de punta penetrante, la navaja de hoja afilada, rasgar el manto de la sabana para hacer de la hoja una mortaja, un sueño sin despertares, porque Okavango que lates, tu lo sabes, el que duerme está como muerto, puesto al recibo inmediato de un lamento, como el de ese niño yaciente que obligó a los suyos a cubrirse la cara con tierra blanca por no parecerle a la muerte un sucio negro.

     Más, en tu aldea, Okavango, está prohibida la tristeza que de otro modo no habrían aprendido tus hijos a sonreír ni a cantar como cantando lloran amargamente sobre el camino que ha de conducirles a la orilla, donde le barquero con su balsa espera, balanceándose tiernamente, con inútil violencia las más de las veces. Es mejor oír los tambores tocando, sentir los pies de los que bailan, alcanzar con las manos el cielo en el calor del mediodía, dormir bajo los grandes árboles en lo oscuro del gran frío, ver al pez que huye, al hombre que nace, la sombra, el resplandor, el animal que muere, el frío abajo, la luz arriba, que vagar, desaparecida, la alegría, porque el hombre que caza la muerte, que es vida en los hogares de sus hijos, ha caído, ya no existe. Ella sonriendo lo ha encerrado, apoderándose de sus talones, desecando sus labios, disociando los miembros, untándoles los pies de frío eterno, tomándole las rodillas, y apoderándose del muslo llega al vientre y a los riñones, revienta el estómago, arrincona a los débiles y a los más fuertes, aguijoneando los dedos, llena y rebosante hasta los hombros, estrangulándole por siempre la palabra. Tu hijo, heredero del primer africanus, pasará la noche en las tumbas que se abren bajo la sabana, y los cantos de los que deja llenaran de alegría infinita tus amaneceres al levante, tus atardeceres al poniente.

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