martes, 12 de abril de 2016

02858-18.AGUAS ALTAS Y BARAÑES: 03.Iborra de Flandes se confiesa con su hijo

DOCUMENTO ANTERIOR
00899 (28.01.2012 - 02.De Iborra de Flandes)
02563 (28.10.2015 - Las colmenas del Charamiter)

DOCUMENTO POSTERIOR
02941 (28.05.2016 - 01.El Hombre de Las Quinolas: La desaparición de María Ivorra de Sexona)

      Una noche, a la guarda de la techumbre de una posada, dijo Iborra de Flandes: 

- Lorenzo, tengo que hablarte; debes saber mi secreto, que las cosas que han de sucederte no sean, a tus ojos, una mera disposición del destino. Debes saber que cuanto esta noche he de contarte más que una historia real parece un cuento de brujas para hombres. Mas yo me siento, tan pronto como he vuelto a España, muy cansado y enojado con la vida, porque veo que me ha mentido, pues cuando yo creía luchar por la grandeza de un pueblo solo veo a ese pueblo enredado en la mas abyecta miseria, decaído, sin valores ni religión, ni tan siquiera vergüenza. No te apures Lorenzo, que aunque yo no quiera mi vida se alargará, cierto es contra mi voluntad, por más espacio del tiempo deseado. En cierta ocasión, escucha, volvió el tercio de unos encuentros, que apenas nos dieron permiso una vez llegados a Dante, entré en una casa de mujeres a vaciar el depósito, que lo traía lleno y descompuesto. Aquella campaña resulto muy célibe para mi gusto, y solo traía en mi ánimo el malhumor que siempre esta carga me ha procurado; así que paré aquella misma noche, como te digo, en alcoba de puta. Fue cuando la vi. En aquellos días andaba el arrebato por mis adentros, y que yo andaba, por lo mismo, en enardecido contra tanto hijo de Caín como pululaban por aquellas tierras del norte; no te oculto que sentía, en ciertos momentos de mis pensamientos, el pesar y la lucha de no saber quién fuera mi padre, ni mi madre, y la exasperante angustia de no tener hijo. Quise yo que ella, Magdalena, la más hermosa puta de Flandes, tomase a concepción a mi hijo. "Te pagaré", le dije. "Claro que me pagarás, y no habrá hijo", me dijo. "No quiero una esposa", le dije. "Bien", replicó. Yo no deseaba la sujeción de una mujer, tan solo el cuerpo de una hembra. Me negó mis pretensiones diciendo que la guerra me había trastornado; me negaba y me negaba, una y otra vez me negaba, a pesar de mis ruegos, la cavidad necesaria que acogiese a mi hijo. Compre una noche entera, imagine alcanzar mi objetivo, y la pase, en vela, con ella, en guardia, sin tocarla. Al rayar la mañana seguí en la alcoba con ella; mande a la dueña de la casa subiese comida para los dos, y entregué a la misma todas mis ganancias de aquella campaña. "Avísame, le dije, cuando el dinero se acabe, y me iré". Los días, de aquella guisa, comenzaron a pasar; allí dormíamos y comíamos, salíamos de paseo y entreteníamos las mas de las horas en juegos de naipes; hasta que sucedió lo peor, deje de ver en ella a una puta al paso que el tiempo vencía y todos mis fondos desaparecían entre las manos de la dueña. Un atardecer deje la casa y advertí, viéndola asomada a la ventana, que no la conocía por su cuerpo, y deje el sitio con el alma destrozada y el pensamiento tranquilo. Mi esfuerzo truncado era tan igual a mi convencimiento de que nunca sería padre; nunca antes, Lorenzo, me había sentido solo, jamás me había sentido solo. Partí a una nueva campaña con el deseo de ser parte del tributo que los hombres pagan a la guerra, y volví herido, llorando, temiendo el olvido que sobre mi ejercía la vida. Una mañana me visitó; ella era mi vida, y yo quise y ella impidió que la metiese encinta. Ella, en esa malaintención y en ese andar a contracorriente, que es lo propio de la barbarie de las mujeres, hacía a destiempo, en su trabajo, lo que a tiempo debiera hacer conmigo. Le propuse un mes de contrata a mi servicio, a sueldo fijo, y no; siempre decía "no". Decía la pendona que no era de su gusto el parto amañado, que aunque yo quisiera no habría de entrar en ella en eso que yo llamaba razón, que más era a su parecer, sinrazón y que a la tal sinrazón fuera yo, solo yo. La amenace con apartarla de la vida si ella, para mi no engendraba; me empujó y caí escaleras abajo hasta dar con la puerta de entrada. Al despertar, oí decir: "hacer si sois hombre". E hice, ¡y Dios, como hice!; hasta las bolas. Ya preñada, ido la primera maldad de mujer, esto es, no saber sabiendo, no querré queriendo, no afirmar afirmando, nació la segunda maldad que Dios puso en la hembra, esto es, sentenciar, no cabía apelación, que el hijo es suyo y de nadie mas. Insistí que el niño lo había puesto yo allí y ella, erré que erré, que aquello que yo decía no valía. Si la primera maldad de la mujer es la turbulencia de los sentimientos, la segunda es la clarividencia de la ignorancia. Y quiero decirte a este respecto que si bien yo ignoro las letras, soy hombre de juicio, trasformación esta, natural, no apreciable en mujer alguna. Una alcavota, más sabia en el oficio de la brujería que el propio de la alcahuetería, llena de las asperezas del amor que su edad le proporcionaban, puso a Magdalena sobreaviso, diciéndole que aquel fruto de su vientre corría un grave peligro, que nacería más que entero, partido, mas que vivo, muerto, menos que más, así nacería. La previno de andar en guardia, de cuidar su cuerpo y de apreciar las buenas órdenes y justos mandatos de un hombre. De este modo y con la asistencia de los fondos que me costó la mentirosa bruja, me case con tu madre; y digo me case yo con ella porque nunca, no he de mentirte, tuve la convicción de que ella se casara conmigo. Nació el niño; eras tú. Y naciste bien; la puta había mentido. Pasaron unos días y un mal entró en ti, una desdicha que desesperó nuestros corazones. Vino, que la llamamos, la bruja, y vino acompañada de un hombre de rostro aparente, quién convino en librarte del mal a cambio de poseer a la mayor de las hembras nacida tanto de nuestra unión como en las sucesivas generaciones. Agobiados por tu agonía, necesitados de ti, accedimos; consentimos porque el pago de librarte de tu mal era descabellado, además de quimérico. Y tú sanaste. Tras el nacimiento de tu hermana partí al Palatinado. A mi vuelta de aquella larga campaña, te encontré solo en casa. Tu madre y tu hermana habían desaparecido. El Hombre de Las Quinolas no había mentido.

- Descansa... -dijo Lorenzo, todo aquello era un sueño- 

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